Image: El thriller español se dispara

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Cine

El thriller español se dispara

14 noviembre, 2014 01:00

Una imagen de La ignorancia de la sangre

Con el estreno de La ignorancia de la sangre, de Gómez Pereira, se confirma el buen momento que vive nuestro thriller. Ambientado en su mayor parte en la Costa del Sol y el Levante español, películas como Crematorio, La Isla Mínima o El niño denuncian más o menos explícitamente la corrupción que asola nuestra geografía. Hablamos con sus protagonistas.

Han caído los complejos. Hasta hace bien poco, se imponía un tópico todavía anclado en los espectadores y creadores del cine español, según el cual un guardia civil pegando tiros nunca es creíble en la pantalla. El cine políciaco y demás variantes de la serie negra han sido durante quizá demasiado tiempo un terreno (auto)vedado para el cine español, tanto por razones industriales como creativas. Pero todo eso ha cambiado. El enorme, inesperado éxito reciente de La isla mínima, de Alberto Rodríguez, y El niño, de Daniel Monzón -que han superado en espectadores al último y más taquillero thriller de David Fincher-, han llegado para enterrar los complejos y conquistar a los grandes públicos. Quizá porque España, y su fauna de poderosos, es en estos tiempos un país muy permeable a las crónicas del crimen y la corrupción.

El último en sumarse a la conquista del thriller policial, aunque ya lo intentara en el pasado, es Manuel Gómez Pereira, que estrena La ignorancia de la sangre. "Hubo una generación, en la cual me incluyo, que tenía mucho pudor, sobre todo por la influencia del cine americano y la imposibilidad de compararse a él, pero el espectador ha cambiado y nos hemos dado cuenta de que el presupuesto no mide el verdadero valor de un thriller", explica el autor de Entre las piernas y El juego del ahorcado, sus dos anteriores aproximaciones al género. Con La ignorancia de la sangre traslada por primera vez a la gran pantalla -ya existía una serie, Falcón- al inspector jefe de homicidios de Sevilla, Javier Falcón (Juan Diego Botto), criatura salida de la imaginación del escritor Robert Wilson, que ha dedicado cuatro novelas muy chandlerianas al detective español.

En la laberíntica, ambiciosa trama de este nuevo caso criminal, cuyo guion escribe Nicolás Saad a partir de la novela homónima de Wilson, confluyen la trata de mujeres de la mafia rusa con el terrorismo yihadista en la costa española y marroquí, de manera que el relato se reparte entre Sevilla, Madrid, la Costa del Sol y Marruecos. "El valor añadido del género, aparte de la trama criminal, es lo que pueda aportar como reflejo de su tiempo y como comentario social", afirma Gómez Pereira. En este sentido, un cineasta clave a la hora de importar los elementos de la serie negra a la realidad autóctona contemporánea ha sido sin duda Enrique Urbizu: "Cuando hice Todo por la pasta en 1991, los GAL no interesaban a nadie, y cuando hicimos La caja 507, tampoco interesaba la corrupción política e inmobiliaria en las costas... Nadie quería conocer el lado oscuro de nuestro país". Fue con su retrato del policía corrupto Santos Trinidad, que se ve envuelto sin saberlo en una trama terrorista con ecos al 11M, cuando finalmente conquistó al público en No habrá paz para los malvados (2011).

La caja 507 de Enrique Urbizu

Tanto Alberto Rodríguez como Daniel Monzón, quienes abrieron fuego en el género con Grupo 7 -si bien en Siete vírgenes el sevillano ya integró con realismo elementos de la delincuencia juvenil- y Celda 211, respectivamente, reconocen esa deuda. Para Monzón, "Urbizu mezcla el manierismo del género con algo muy suyo, muy bronco, muy áspero... La caja 507 podría tener una narración muy americana en algunos aspectos, pero estaba muy basada en lo que ocurría en aquélla época y aún sigue ocurriendo, mientras que No habrá paz... funcionó con el público, a pesar de ser una película difícil". Esa necesidad de que la ficción supure verdad procede, tanto en el caso de Monzón como de Rodríguez, de una incesante investigación del territorio en el que filman y las personas en las que se inspiran para poner en escena los entornos de la policía, el narcotráfico, la delincuencia, la corrupción política... Sus películas recientes, como hizo también Agustín Díaz Yanes en su memorable ópera prima Nadie hablara de nosotras cuando hayamos muerto, extraen contextos reales para canalizarlos a una ficcción perfectamente verosímil, pero sin perder sus filiaciones con el cine negro.

Urbizu contempla sus conquistas como partes de un mismo proceso: "Si en La caja 507 teníamos un discurso sobre la corrupción política, en No habrá paz... exploré la descoordinación policial. Me gusta verlas como un díptico y estaría bien hacer una trilogía. El buen cine negro siempre tiene un comentario sociológico y político radical. Me interesa mucho el mundo de la información, su control y manipulación. Y en este país hay material de sobra". En esta línea, Gómez Pereira asegura que España es a día de hoy "un país de thriller": "Tantas tramas de corrupción y tantos rincones oscuros al otro lado de la ley dan mucho juego... Con lo que estamos viviendo cada día, hay dos opciones, o hacer un drama serio y negrísimo, como La ignorancia de la sangre, o hacer una comedia desatada como hizo Berlanga con Todos a la cárcel".

Mentado Berlanga, surge en boca de Gómez Pereira y Urbizu otro maestro fundamental en el linaje del noir español: José Luis Borau. "Solo hay que recordar que hizo Hay que matar a B. en una época en la que nadie se atrevía con el género", recuerdan ambos, mientras que el autor de Entre las piernas destaca la figura como productor y director de Pedro Costa, "que ha sido un trabajador constante del género", desde Amantes de Vicente Aranda hasta la miniserie La huella del crimen.

Nueva vida para el género

Crematorio, serie basada en la novela de Rafael Chirbes

En la televisión es, de hecho, mediante series como Crematorio o la mencionada Falcón (ambas importando modelos de la HBO), donde el género ha tomado una nueva vida. Y curiosamente, como ocurre en la mayoría de las producciones cinematográficas recientes -donde a los éxitos de La isla mínima y El niño habría que sumar Caníbal, de Manuel Martín Cuenca-, el espacio geográfico y cinematográfico más permeable al género es Andalucía y la costa mediterránea.

Casualidad o no, el "thriller español" parece estar emergiendo como un subgénero tan singular como el cine quinqui practicado por Eloy de la Iglesia o Carlos Saura en los ochenta; el espionaje, el thriller político o el crimen rural en los setenta (Furtivos, Pascual Duarte...), la crónica negra española una década antes (El extraño viaje, Ditirambo...), o el cine policíaco de los cincuenta, con su exaltación franquista de los servicios policiales y su condena moralizante de los delincuentes. Con Se ha perdido un cadáver (1942) nació el género negro para nuestro cine.