Stephen Daldry en el rodaje de Trash: Ladrones de esperanzas

El director de Billy Elliot y Las horas, el británico Stephen Daldry, regresa con una esperanzada fábula rodada en Brasil, Trash. Ladrones de esperanza. A la manera de Danny Boyle en la exitosa Slumdog Millionaire, el azar transforma las vidas de unos niños de favela enfrentados a la pobreza extrema. Daldry cuenta a El Cultural las claves de la película.

Stephen Daldry (Dorset, GB, 1961) era uno de los hombres de teatro más prestigiosos de Gran Bretaña como director del Royal Court Theatre hasta que rozando los 40 dio el salto a la dirección de cine con Billy Elliot (2000), una película que se elevó hasta algo más que un clásico instantáneo para crear una de esas historias épicas que se convierten en un estándar narrativo. Daldry desde entonces ha conjugado el teatro, primera pasión a la que se mantiene rigurosamente fiel, con el cine, donde no es muy pródigo aunque sus filmes acaparen cada vez nominaciones a los Oscar y se cuelen entre las mejores del año. Ahí están Las horas (2002), El lector (2008) y la penúltima, Tan fuerte y tan cerca (2011), en la que se inspiraba en Jonathan Safran Foer. Gran adaptador de obras literarias, Daldry se vuelve a inspirar en una novela (de Andy Mulligan) en este caso del género young adult para trasladarse por vez primera a un paisaje "exótico", Brasil, para contarnos una fábula optimista de autosuperación sobre unos chavales de las favelas de Río de Janeiro que luchan contra unos malvados corruptos. "No es una historia realista", nos cuenta Daldry, "es un cuento y eso es lo que me gustaba. Esta película surge de mi fascinación por Brasil, cuando viajas al país sientes una energía enorme, en Occidente percibes una gran fatiga. Te encuentras a gente muy pobre con una sonrisa mucho más grande que en Londres, en gran parte porque creo que los lazos de comunidad no se han roto como sucede en los países ricos. La historia es bastante inverosímil porque tiene ese tono de fábula pero sí es fiel a ese espíritu valiente y audaz de Brasil".



Una película para sus hijos

A Daldry el guión le llegó como un encargo y en un principio lo que le resultaba más atractivo era "hacer una película que pudieran disfrutar mis hijos. Ellos están en ese momento de ser unos adolescentes que descubren el mundo y observarlos es una experiencia fascinante. Hay algo fresco en esa mirada, una suerte de ilusión que está muy relacionada con el propio Brasil, un país que abandona una etapa y comienza otra con paso firme y las ideas claras". Daldry viajó al país para conocer el terreno y se acabó instalando tres años con su familia: "Ha sido una experiencia transformadora para todos y estoy muy contento de que mis hijas estuvieran en el momento en el que la población se alzó para protestar por sus derechos. Fue realmente algo irrepetible". En cualquier caso, su anterior residencia era una comuna en Nueva York. A la hora de hablar de Brasil, es difícil parar a Daldry porque todo son elogios: "La película se desarrolla en el vertedero que es el lugar más terrible que pueda imaginarse para un occidental, pero una vez allí te das cuenta de que ellos no lo perciben como una tragedia. Incluso en un lugar como ese sientes vitalidad. Además, Brasil ha avanzado mucho y las condiciones son malas pero hay muchos sitios en el mundo en las que son peores". El documental Waste Land, sobre la obra del artista Vik Muniz, donde veíamos el célebre Jardim Gramacho, el mayor vertedero del mundo, ya nos condujo a un lugar similar: "Nuestro enfoque es completamente distinto, no queremos ver tanto lo malo como lo bueno de la gente que allí trabaja. Me cuesta que me crean cuando digo esto, pero allí he conocido a gente muy feliz, lo ven como un trabajo, no existe esta obsesión por el estatus que tenemos nosotros".



Dispuesto a dar mayor verosimilitud a una historia que tiende al paroxismo, el cineasta contrató a actores no profesionales para que interpretaran a los jóvenes junto al veterano Martin Sheen (como cura borrachín) y la estrella Rooney Mara en el papel de una activista de ONG. "Me planté en las favelas y pregunté quiénes eran los chicos más populares del barrio. Vimos a cientos hasta encontrar a los adecuados. Ellos conocen muy bien el mundo que retratamos y hay una naturalidad que no se puede fingir, tienes que conocerlo para poder expresarlo. Son chavales que han crecido en la calle, tienen esa inteligencia del que sabe salir de todas las situaciones porque está acostumbrado a sobrevivir".



El joven brasileño Rickson Tévez, protagonista de Trash: Ladrones de esperanzas

Los jóvenes se enfrentan a un enemigo muy conocido en España, la corrupción, y el filme refleja sin medias tintas a una élite brasileña en la que el cáncer de la estafa ha penetrado por todas partes: "No estamos exagerando nada ni contando nada que no sea cierto. En Brasil encuentras a una sociedad civil muy potente y muy consciente de sus derechos, pero también a una clase dirigente que está acostumbrada a no respetar las reglas del juego democrático. Son muchos años con estas prácticas y cambiarlo no va a ser nada fácil, pero la gente ya no aguanta lo que antes aguantaba y los cambios son inevitables".



Esperanza es la palabra. Daldry ve un mundo sombrío y cree que Trash puede ser un revulsivo: "Lo curioso es que en Occidente seguimos viviendo mucho mejor pero estamos aterrados, mientras en esos países las condiciones de vida son muy duras pero se sienten optimistas. Ha llegado el momento en el que somos nosotros quienes debemos aprender de ellos y no al revés". El cineasta es consciente de que le lloverán las comparaciones con Slumdog Millionaire, con un tono y una temática parecidos, o que muchos recordarán de inmediato aquella mítica Ciudad de Dios de Meirelles, pero considera ambos paralelismos producto de la "pereza". Atiende a El Cultural desde Nueva York, donde ha regresado al teatro: "La escena es mi primer hogar y sigue siendo donde me siento más cómodo. Descubrí el cine más tarde y es fantástico hacer películas pero me sigo considerando ante todo un hombre de teatro. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que he estado en Los Angeles, y mi trato con Hollywood solo ha sido para esas ceremonias de premios absurdas. En realidad, hacer películas es una escapada de mi rutina. Salgo a rodar y después regreso a casa".