Lisandro Alonso con Viggo Mortensen en el rodaje de Jauja

El último filme de Lisandro Alonso aglutinó el entusiasmo cinéfilo en Cannes (Premio Fipresci de la Crítica) por muchos motivos. Jauja es un western sobrenatural en la Patagonia argentina, donde Viggo Mortensen habla danés y español, y en el que John Ford se da cita con Lewis Carroll. Cine poético en estado de gracia. Hablamos con el cineasta argentino.

Frente a las hipnóticas imágenes de Jauja podemos pensar en John Ford y no nos equivocaremos. Podemos pensar también en Lewis Carroll y en Monte Hellman. Incluso en Dreyer. Tampoco nos equivocaremos. El quinto largometraje del argentino Lisandro Alonso (Buenos Aires, 1975), a quien le precede una filmografía -La libertad (2001), Los muertos (2004), Fantasma (2006) y Liverpool (2008)- capaz por sí sola de trazar varias de las inquietudes del cine de autor contemporáneo, es un artefacto poblado de fugas improbables hacia lugares familiares. Y al tiempo que actúa como una mágica caja de resonancias, es un filme extraordinariamente singular, al que resulta imposible colgarle etiquetas. "Fue un verdadero salto al vacío", asegura Alonso desde Buenos Aires.



Si queremos, Jauja es un western sobrenatural situado en la Patagonia argentina, hablado en danés y español y protagonizado por una gran estrella: Viggo Mortensen. Si queremos, es una fábula histórica sobre "la conquista del desierto" (1878-1885), en la que los militares argentinos masacraron a miles de aborígenes indios. O si preferimos, es la película que aglutinó el entusiasmo cinéfilo del pasado Festival de Cannes, donde recogió el premio FIPRESCI de la crítica internacional. Pero Jauja es, quizá por encima de todo, aquello que Rossellini exclamó después de ver Un rey en Nueva York de Chaplin: "¡La película de un hombre libre!"



La libertad del poeta

-Creo que he recuperado la libertad de mi primer filme. Esa alegría de no estar dominado del todo por lo que estoy haciendo. Trabajar con herramientas desconocidas [actores profesionales, diálogos en otro idioma, contexto histórico, etc.] me ha dado una energía y una curiosidad que mis otras películas no me otorgaban. He recuperado la curiosidad básica de hacer cine. Siento que he terminado la última página de un libro y que estoy dispuesto a escribir otro que afortunadamente no sé de qué se trata.



-En su "reinvención" como cineasta, ¿qué importancia ha tenido la colaboracion con el poeta Fabián Casas en el guion?

-Ha sido fundamental. Trabajar con él me permitió jugar con el relato y pensar que podíamos retratar a indios vestidos de mujer, introducir apariciones oníricas en una cueva o trazar una fuga a Dinamarca en el tiempo presente... cosas que no me habría animado a probar. Eso vino de la mano de Casas, que no tiene la estructura de un guion en la cabeza, fábula con mayor libertad y me otorgó una capacidad de asombro que desconocía.



Una imagen del rodaje de Jauja

El relato resuena con Centauros del desierto -aunque Alonso asegura que nunca ha visto el clásico fordiano- para cruzar al otro lado del espejo. El capitán de la infantería danesa Dinesen (Mortensen) emprende a través del desierto la búsqueda de su hija Ingeborg, huida con un soldado argentino. Pero el desierto se lo traga todo, hasta el propio relato, que enigmáticamente se desdobla hacia otra dimensión espacio-temporal, a ese territorio mitológico que, dice la leyenda, es la perdición de todos los hombres. "A medida que avanza, el espacio se va haciendo más hosco para Dinesen y se complica la búsqueda. Pierde el sombrero, el caballo y, lo más importante, pierde la razón".



Y es que Jauja, como el territorio en el que transcurre, se resiste a ser comprendida desde la razón: su coherencia es poética, enigmática, un misterio que descansa en el limbo entre la poderosa fisicidad de la película -"Viggo es un actor de mucha gestualidad y sabe muy bien que con una mueca, un movimiento, puede decir mucho más que con las palabras"- y su arrebatadora dimensión onírica.



"La película se fue forjando lentamente. Había un guion de unas veinte páginas, pero no sabíamos muchos detalles de las escenas a priori. Lo fuimos descubriendo. Cuando los elementos se unieron, comprendí que había que pasar de una historia naturalista a una dimensión totalmente onírica, metafísica", explica el director, que por otro lado se resiste a explicar la naturaleza de esas mutaciones: "No puedo definir con exactitud lo que ocurre, si tiene que ver con la razón, el inconsciente, lo onírico o solo por el puro placer estético de observar algo sin buscar significado alguno".



Para habitar ese viaje alucinatorio entre la realidad y el sueño, el desierto y las estrellas, Lisandro Alonso confió el poder de la imagen en el poeta de la luz Timo Salminen, habitual director de fotografía de Aki Kaurismäki. La estilización del plano y la expresividad del color deslumbrante sustituyen en Jauja el cine hasta ahora crudo y directo del cineasta argentino.



La ventana desde la que nos invita a asomamos al territorio de Jauja adquiere un formato insólito, de pantalla cuadrada y esquinas redondeadas, como si los planos fueran postales antiguas. "El formato 1:33 me retrotraía a un cine de otras épocas, donde la narración era menos horizontal y podía relacionarse más con una imagen pictórica -explica el director, que llegó a esa decisión formal por accidente-. También abría la atención hacia una película más artística, porque evidentemente, cuando ves a Viggo Mortensen subido a un caballo con un rifle, piensas automáticamente en otro tipo de filme. Además, la amplitud del plano nos daba más aire en la parte superior y más tierra en la inferior, de modo que la naturaleza podía ser aún más invasiva para el personaje".



Una invasión que resulta crucial tanto en lo que ocurre delante como detrás de la cámara. Como suele hacer, Alonso ha rodado lejos de la civilización, en un lugar remoto, "sin teléfono ni internet, lejos de las costumbres urbanas, porque en el aislamiento encuentro el nivel de pasión que necesito". Y en ese no lugar ha encontrado la medida del cine mayúsculo. En Jauja.