Imagen de Adiós al lenguaje, de Godard

Especial: Lo mejor del año

Las grandes películas del año surgen de la convicción de que el cine, aunque retrate arquetipos o periodos históricos, siempre se filma desde y para el presente.

El eclipse industrial que ha generado el fenómeno Ocho apellidos vascos, que los ubicuos tentáculos de Mediaset (seis canales de televisión) y Universal (350 salas) lograron convertir en una obligatoriedad social, puede que nos impida ver otras importantes conquistas del cine español en este 2014. Conquistas, en todo caso, vinculadas al hecho artístico y no al industrial. Pues a pesar de los estancamientos legislativos, de un marco de producción que invita a la precariedad, de un tablero de juego administrativo que desprecia bastante el cine español, lo cierto es que la creatividad de los cineastas no ha cesado, generando propuestas bien estimulantes. Sin ir más lejos, de entre las seleccionadas por nuestros críticos, La isla mínima -más de un millón de espectadores- ha colocado el thriller autóctono en un nuevo umbral de calidad, compartido con El niño de Daniel Monzón.



Acaso nuestros críticos celebran que tanto Magical Girl como Stella Candente, y en gran medida 10.000 kilómetros, propongan a su modo nuevos puntos de vista sobre el relato y la puesta en escena. Allí donde Carlos Vermut -que de un paso cruza la vanguardia invisible y seduce al Festival de San Sebastián- hibrida géneros y tonos con una confianza y un poder de seducción que se materializan en insólitas fugas para el cine español, Luis Miñarro se atreve a reformular la fabulación del relato histórico sin miedo a proponer audaces fusiones entre el melodrama amoroso, el filme de época y el musical pop. Pero sobre todo, ambas películas surgen de la convicción de que el cine, aunque retrate arquetipos cinematográficos (del film noir) o periodos históricos (el reinado de Amadeo de Saboya), siempre se filma desde el presente y para el presente.



A esa necesidad de hacer cine como espejo de la contemporaneidad, se suma la lúcida puesta en forma de 10.000 kilómetros para narrar una relación conyugal en la distancia. El debutante Carlos Marqués-Marcet se propone transformar el amor físico en el amor virtual, de manera que explora los registros visuales con los que el cine representa las nuevas formas de relación social. Es interesante poner en relación a los amantes de su película con la pareja retratada por Jaime Rosales en Hermosa juventud. Aunque pertenezcan a distintas clases sociales, no dejan de apelar a una generación forzada a abandonar un país sin oportunidades, poniendo así sus proyectos sentimentales en suspenso. Rosales se adentra donde hasta ahora no se había adentrado un cine español que le ha dado la espalda, como retrato cinematográfico viable, a la rutina de los supervivientes de suburbio en el pozo de la crisis. Su apuesta es inmediata, urgente, rugosa, muchos dirán que necesaria.



A partir de las "mejores" películas internacionales seleccionadas por nuestros críticos, cabe preguntarse: ¿podemos dibujar algún itinerario de los sentidos que alberga el cine de hoy en día? Seguramente sí, si bien en un año tan fructífero, muchas grandes películas se han quedado inevitablemente fuera: propuestas tan poderosas como las de Scorsese, Bilge Ceylan, Fincher, Folman, los Coen, Miyazaki, Zhang-ke, Baumbach, Panh, Nolan, Anderson, Ferrara, Dolan... En todo caso, la contundencia de Boyhood, su carácter intransferible en manos de Linklater, y su entidad como hito cinematográfico sin precedentes -un rodaje de 12 años para capturar el paso del tiempo en los actores- dejan pocas sus dudas sobre su relevancia. Los Lumière celebrarían su mera existencia.



Otra suerte de "milagros fílmicos" han sido las experiencias propuestas por Jean-Luc Godard y Lisandro Alonso. Si el genio godardiano encontró un lenguaje nuevo para un cine nuevo desde la visión estereoscópica, Alonso emprendió un camino poético capaz de fusionar a John Ford con Lewis Carroll y Carl T. Dreyer. A su vez, el galo Alain Guiraudie se convierte con El desconocido del lago en unas de las promesas más firmes del futuro de las imágenes, capturando con inédito naturalismo las relaciones homosexuales en el marco de una exótica trama detectivesca. Y entretanto regresó el mejor Jarmusch, el esteta insobornable y existencialista, para eclipsar toda solemnidad siniestra con la fábula vampírica más original y romántica que se recuerda. Fue un feliz 2014 para el cine.