Fotograma de Frío en julio

De los múltiples ases en la manga que esconde Frío en julio, acaso lo que más fascinación produce es su movimiento perpetuo, su incesante habilidad para mudar de piel sin perder su identidad o, más bien, disfrazar esa identidad de múltiples formas en un apasionante pulso a las expectativas. Su arranque nos sitúa en la fantasía propia de un miembro de la Asociación Nacional del Rifle: el padre de familia Richard Dane (Michael C. Hall) mata accidentalmente de un tiro a un ladrón que ha entrado con nocturnidad y alevosía en su casa. Es el año 1989, y amparado por la ley, una pequeña comunidad al Este de Texas le felicita por su servicio público. Cuando el exconvicto Ben (Sam Shepard), padre del ladrón abatido en defensa propia, aparece en escena para tomarse la venganza, la película pasa del drama ético y familiar en torno a la conciencia de culpa a una variante del slasher movie, con la figura espectral del 'vengador' resonando en la iconografía villanesca de La noche del cazador y El cabo del miedo.



La progresión del drama y sus cambios de tono se disparan, una máscara se superpone a la otra, los tentáculos del relato se alargan y profundizan en los significados del filme, hasta culminar en un memorable estallido de fuerzas incontrolables capaces de convocar el lenguaje lúdico de John Carpenter y la esencia dramática de Michael Mann. El relato desciende en catarata propulsado por una velocidad propia y un sentido del destino que se antoja exclusivamente cinemático, si bien las relaciones emocionales entre los tres protagonistas -un divertido, magnífico Don Johnson se suma a mitad de función, abriendo un nuevo desvío a la película- no hace sino crecer bajo el más estricto de los equilibrios dramáticos. Así, la voracidad del director, Jim Mickle, por volcar sus filias y pasiones cinéfagas, encuentra el magnetismo de unos personajes casi hawksianos, prospectos emocionales del compadreo y la masculinidad cuyas acciones se van cargando paulatinamente de una gravedad inesperada.



Desde la concepción del mercado y la nueva producción norteamericana, Frío en julio es otra vindicación del género noir cocinado en la factoría indieamericana, acaso una pieza más del revival desatado por Drive -al que habría que sumar filmes recientes como Joe, de David Gordon Green, o Blue Ruin, de Jeremy Saulnier-, pero al mismo tiempo se antoja un filme profundamente personal, una recuperación de las poéticas pulp, los colores vivos, la música sintética y hasta las emociones del cine ochentero que ha determinado la educación sentimental de su director, que en ningún momento trata de ocultar, más bien al contrario. Y aunque oblicua o directamente Frío en julio alimente su identidad de múltiples, lúdicas referencias, su aspiración tributaria camina en paralelo a su ambición dramática. El peso moral del drama es el que resuena en el núcleo del western y el thriller criminal (Frío en julio es, al fin y al cabo, una hibridación de ambos géneros), aquello que el justiciero William Munny de Sin perdón resumía en unas pocas palabras: "Matar a un hombre es algo tremendo: le quitas todo lo que tiene y todo lo que llegará a tener".