El amour fou es el tema estrella con el que Patrice Leconte ha hecho carrera. El marido de la peluquera (1990) sigue siendo uno de los mayores éxitos de la historia del cine europeo y trataba precisamente de eso, de la pasión arrebatada de ese barbero por su voluptuosa esposa llevada hasta sus últimas consecuencias. Leconte practica un cine de corte romántico y sentimental, a veces logrado como en las también populares Monsieur Hire (1989) o El hombre del tren (2004). Leconte siempre trabaja con material que está al filo de lo cursi y sus grandes y puras emociones a veces le traicionan como en esta acartonada La promesa en la que adapta una novela de Stefan Zweig cuyo argumento decimonónico se adapta como un guante a las inquietudes del cineasta al narrarnos una "gran pasión" entre un joven ambicioso y la mujer del industrial que lo protege.



La novela que sirve como inspiración, titulada Viaje al pasado, es un relato largo que se publicó póstumamente en el que se nos cuenta la historia de amor entre Friedrich (Richard Madden), un ingeniero inteligente y capaz pero pobre que cae bajo la protección de uno de sus legendarios grandes industriales alemanes (Alan Rickman) para caer enamorado de su joven y bella esposa (Rebecca Hall). El asunto estriba en la frustración constante de la consumación de la intensa pasión entre los dos amantes, entre ellos se interpone la figura del marido, que alienta al tiempo que padece el romance, que manda al joven a trabajar a México dos años para que la guerra se vuelva a interponer entre ellos de manera trágica. En La promesa se ama mucho y se sufre mucho y Leconte está en su salsa en ese mundo de romanticismo en el que las cartas eran el único medio de comunicación, tardaban meses o se perdían, y estaban escritas en rica y florida prosa.



El filme parte con la ventaja de contar con buenos actores pero es una película antigua en el peor sentido de la palabra en el que esa pasión nunca llega a ser ridícula pero tampoco deja de ser acartonada. El filme plantea una interesante pregunta y es cuánto puede sobrevivir el amor y el deseo por muy profundos y grandes que sean, en definitiva si existe lo que entendemos como "amor puro". La respuesta, por supuesto, es que sí. El problema es que para entonces ya estamos un poco aburridos.