Una imagen de Jack O´Connell en '71

La película de Yann Demange perpetúa la tradición brítanica de hacer buen cine de género a partir de o con el cine político a través de una historía sobre el enfrentamiento civil en Irlanda del Norte

Recordemos En el nombre del padre (1993), aquella película de Jim Sheridan que narraba los años del plomo del IRA con una historia (real) de falsos culpables y redenciones familiares. Más allá del arranque, que mostraba los enfrentamientos callejeros entre civiles y policías bajo la química sonora de Jimi Hendrix, en verdad el hervidero de West Belfast, principios de los años setenta, quedaba totalmente fuera de plano. A ese hervidero nos traslada '71 para encerrarnos en él y sentirnos en zona de guerra. Y lo hace perpetuando la tradición británica de hacer buen cine de género a partir de o con el cine político, una combinación que no siempre encuentra salidas airosas, pues el contexto suele devorar al texto o al revés. El debut de Yann Demange mantiene el equilibrio entre su admirable puesta en escena y un relato capaz de poner en forma las resonancias históricas y políticas del enfrentemiento civil en Irlanda del Norte entre simpatizantes y terroristas del IRA y el imperio británico.



A partir de un guion del dramaturgo escocés Gregory Burke, el filme coloca al espectador en las botas del joven soldado Gary Hook (fantástico Jack O'Connell, con el miedo instalado en los ojos), abandonado accidentalmente por su unidad en su primera, infernal intervención en los disturbios de Belfast, donde los superiores han cometido el error de enviar a los militares sin escudos ni cascos para hacer registros en Falls Road, la calle que divide a las comunidades católicas y protestantes. Con sus edificios derruidos y calles calcinadas, sus líderes adolescentes, madres activistas y niños iracundos, el laberinto de Belfast se convierte para el soldado en un espacio hostil y claustrofóbico, un lugar sin escapatoria, atapado entre los católicos independentistas y la obsesión de las mafias rivales por darle caza. Comenta Demange, prestigioso director de televisión de origen francés y educado en Londres, que en su debut cinematográfico "no quería explotar el periodo histórico para hacer una película cínica de persecución". En definitiva, ir más allá del clásico survival, convertir las imágenes en objetos pensantes.



Y lo cierto es que lo logra. El trepidante periplo de Hook por salvar su pellejo absorbe tanto la atmósfera de oscuridad y terror como el engranaje de intereses, infiltrados, pactos y divisiones internas que se genera a su alrededor. El paisaje es tan complejo que desaparecen los arquetipos, no hay forma de posicionarse con unos o con otros, no hay buenos y malos, sino conflictos humanizados y la visceral necesidad de sobrevivir en un espacio cada vez más abstracto y poblado de sombras, tan enmarañado como la cuestión independentista de Irlanda del Norte. En cierto modo, la asepsia política del film, su incapacidad para tomar postura en la moral de lo que filma (aunque el trayecto del héroe es del todo clásico), podría intervenir en contra de los intereses de la película para hacer al espectador partícipe de tensiones y expectativas. Pero en su favor consigue que el descenso a los infiernos de Hook tenga un carácter donde predomina el cuerpo sobre la mente, la imagen física sobre el recorrido psicológico. Las amenazas del relato son los cuerpos en movimiento, las voces en la oscuridad y las sombras de las que huir. Prácticamente desde la postura de inmersión subjetiva de un vídeojuego, el debutante convoca la experiencia del héroe.