Una imagen de Syria Self-Portrait. Silvered Water

Es una película necesaria y espeluznante. A partir de 1001 imágenes grabadas por ciudadanos sirios durante la cruenta guerra civil, el director Ossama Mohammed, con quien hablamos, construye un "autorretrato de Siria" que debería despertar a Occidente de su parálisis. Syria Self-Portrait. Silvered Water llega hoy a nuestras salas tras su paso por Cannes y Sevilla.

En una conversación con Pasolini, a finales de los setenta, el cineasta Jonas Mekas reflexionaba: "Ahora en América hay siete millones de cámaras. Creo que pueden convertirse en una fuerza política: todos los aspectos de la realidad serán cubiertos. Llevaremos el cine al hogar de los ciudadanos. Las cámaras entrarán en las prisiones, en los bancos, en los ejércitos, y nos ayudarán a ver dónde estamos. Les daremos una voz". En la era cibernética de las cámaras invisibles, el sueño underground de Mekas es una realidad. Todos los aspectos de la realidad, incluso las guerras, son cubiertos. El conflicto iraquí ha sido el primero que hemos podido seguir paso a paso, sin filtros, "filmado" por sus protagonistas. Ha sido solo el comienzo.



Una película tan espeluznante y necesaria como Syria Self-Portrait. Silvered Water es la nueva evidencia de que las guerras y las revoluciones ya no solo las cuentan (o inventan) los mensajeros oficiales de la propaganda, sino los propios combatientes y ciudadanos, opresores y oprimidos, ejecutores o insurrectos, verdugos o víctimas. En su exilio parisino, el cineasta sirio Ossama Mohammed no podía filmar el infierno de su país. Tras el estallido de la guerra civil en 2011 siente la necesidad de hablar de aquello, pero no puede (tampoco quiere) regresar a Siria. "Soy un cobarde", sostiene, "pero también soy un documentalista sirio, y no puedo contentarme con filmar otra cosa que los cielos de París desde mi ventana".



Durante el proceso, el filme se transforma en una reflexión sobre la belleza del horror y el horror de la belleza

En esa disyuntiva, se asoma a la ventana cibernética para observar el infierno que se ha desatado en su patria tras los sanguinarios ataques a la población ordenados por el presidente Bashar Al-Asid, y del que ha huido por miedo a ser asesinado. Allí, los youtuberos mueren cada día, a veces incluso graban sus ejecuciones. Otros filman lo que matan. Es la guerra civil más brutal del siglo XXI. "Esta película está hecha con 1001 imágenes hechas por 1001 sirios y sirias, y por mí", leemos en un rótulo al principio del filme. Y a partir de entonces, las imágenes del horror. Las imágenes que ha ido recopilando y le han ido enviando, grabadas por mártires y demonios, hombres y mujeres, civiles y soldados, y que conforman la crónica visual de la revolución y la guerra (manifestaciones, torturas, ataques, bombardeos, ejecuciones...), que llega a nuestros ojos bajo las texturas de ese nuevo realismo digital con el que inmortalizamos el mundo.



"Lo primero que hice fue quizá la decisión más importante: poner a prueba mi libertad personal como individuo y como cineasta -explica Mohammed-. El siguiente paso fue negociar con tantas imágenes. Algunas son impresionantes, pero para apreciarlas hay que abandonar los estereotipos. Hay que creer en esos vídeos realizados por amateurs porque son auténticas piezas de cine, testimonios que hay que desentrañar, y mi misión sobre todo consistió en establecer las conexiones entre ellas". El respeto, para empezar, al orden cronológico. Contar los hechos -desde la Revolución Árabe hasta la ofensiva sobre Homs, en una guerra ignorada por Occidente cuya devastación ya se ha saldado en más de 200.000 muertos y tres millones de refugiados- tal y como fueron capturados, con las esporádicas intervenciones de una poética voz en off que, explica el propio director, "no resulta nunca autoritaria, que no quiere trascender sobre el material fílmico".



Un acto de resistencia





Con sus comentarios y el extraordinario montaje, el director sirio convierte el filme en un artefacto que va mucho más allá de la crónica o la denuncia. "No estoy mintiendo, no estoy vendiendo ninguna propaganda, es un acto de resistencia y sobre todo es un hecho cinematográfico", explica. "Es Siria quien habla en la película y llora a través de ellos. Es la propia historia manifestándose". El autorretrato de Siria: un hombre preguntándole a la noche por qué matan a su pueblo, la muerte de un anciano en la calle abatido por las balas, el nacimiento de un bebé bajo el estruendo, un prisionero besando los pies de un soldado... Son solo algunas de las formas de intuir el horror sirio. "En las imágenes que iba recibiendo vi el poder del cine mudo, cuando la imagen tenía un sentimiento. Veía eso en todos los brutos. En muchos casos, esas personas filmaban sus primeras experiencias cinematográficas. Esa es la esencia del cine, cuando el sentimiento está dentro de la imagen. No hay que imponerlo. Ese fue mi modo de creer en mi trabajo".



El pueblo sirio es la gran víctima. Cuando se han convertido en cientos de miles sigue sin haber ayuda. ¿Hasta cuando?"


Para Mohammed el cine empieza ahí: cuando filmar se convierte en una forma de lucha. Si la primera parte del filme, como indica el título, es un "autorretrato de Siria" -el encadenado de los vídeos de youtube-, la segunda parte toma otro camino cuando entra en escena la joven kurda Wiam Simav Bedirxan, que acaba convirtiéndose en co-directora de la película. "Asistí al proceso de cómo el personaje protagonista se va adueñando de la película. Se preguntaba y me preguntaba cuándo iban a matarla. Estaba segura de que iba a suceder. Para ser honesto, cada día, antes de irme a dormir con mi mujer, pensaba en ella, me preguntaba si seguiría viva. Me preguntaba por qué no huía". La respuesta solo podían ser las horas de material que de cuando en cuando, clandestinamente, ella hacia llegar al refugio parisino de Mohammed.



Durante el proceso, a lo largo de dos años, el filme se transforma en una reflexión sobre la belleza del horror y el horror de la belleza, en una meditación sobre los propios límites de la imagen y la capacidad del cine para transformar el mundo. "Es muy sorprendente el nivel de los vídeos -explica el cineasta sirio-. Sobre todo por las condiciones en que fueron grabados y porque ninguno era un cineasta profesional. De algún modo, la estética del horror está dentro del ser humano, en su código genético. Sientes que hay un respeto brutal cuando graban los cadáveres en la calle, una emoción genuina y una sensibilidad estética extraordinaria".



La película se convierte entonces en el resultado de un diálogo. La cineasta amateur, que resiste en Homs bajo el asedio y la represión, trabajando en una escuela de niños huérfanos donde les muestra películas de Chaplin para ponerles en contacto con el humanismo que ha desaparecido de su país, pregunta al cineasta que observa desde la distancia: "¿Qué filmarías con tu cámara si estuvieras aquí?". El diálogo que mantendrán el refugiado y la resistente -dispuesta a filmar lo que queda de vida- se apropia del discurso del filme, de su autorretrato colectivo de mil voces en el que la voz de Wiam Simav establece el discurso moral de la resistencia. "La aparición de Wiam Siam fue un regalo de la naturaleza -asegura Mohammed-. Ella estaba planteando cuestiones sobre la vida y sobre el cine que eran absolutamente necesarias. Ella es la voz de Siria: fuerte, sensible, inteligente, laica".







El "autorretrato" de Mohammed y Wiam Simav ("agua plateada" en kurdo) no renuncia a la belleza en su descripción del terror cotidiano bajo la opresión. En leyendas blancas sobre negro, la película relata la historia del padre que exige la libertad de su hijo en la comisaría donde le han detenido, y donde le han arrancado las uñas, por escribir en la pared alegatos contra el régimen. El policía dice: "Olvídate de él. Vete a hacer otro. Si no puedes, que venga tu mujer aquí y la ayudaremos". ¿Cómo mostrar el desprecio a la vida? ¿Cómo hacer para que el resto del mundo deje de ignorarlo? "El pueblo sirio es la verdadera víctima. Es muy triste comprobar que el tratado de los Derechos Humanos no tiene ningún valor allí. En este momento, cuando cien víctimas se han convertido en mil, en cientos de miles, sigue sin haber ayuda. ¿Hasta cuándo?", se lamenta Mohammed.



Cuando Wiam supo que la película había sido seleccionada por el Festival de Cannes, escribió desde el asedio: "No puedo creer que los ecos de nuestro dolor estén llegando al mundo solo ahora, cuando la historia de Homs está probablemente llegando a un final trágico. La película de nuestra Siria serán mis palabras, y yo, bajo este bombardeo, seguiré luchando a mi manera". Milagrosamente, la joven directora pudo asistir al estreno en el festival galo. Allí fue donde ambos cineastas se conocieron. "Era la primera vez que ella veía la película, y sobre todo era la primera vez que nos poníamos rostro. Siempre hablábamos por teléfono. Fue un momento muy emocionante, pero lo cierto es que ella solo pensaba en regresar a su hogar", explica el director. Wiam Simav vive ahora en Estambul. Sabe que han puesto precio a su cabeza en Siria. También sobre la de Mohammed. "Nuestras armas son las cámaras", asegura. Jonas Mekas tenía razón.