Épica, Humor y camaradería en Red Army
Producido por Werner Herzog y dirigido por Gabe Polsky, Red Army es un documental de una belleza inaudita que explora los enfrentamientos sordos de la Guerra Fría deteniéndose en el equipo soviético de hockey sobre hielo.
¿Luchadores por la libertad?
No decimos nada nuevo si explicamos que la estética soviética ha sido asumida hace años por el sistema capitalista, convirtiendo sus composiciones gráficas, su cartelería, el constructivismo, el suprematismo, sus diseños de rojos impactantes, en una más de las posibilidades gráficas a disposición de cualquier artista armado con un paquete gratuito de Microsoft Office. Lo novedoso de la película de Polsky es el ejercicio de apropiación de los héroes ajenos para convertirlos en propios: los miembros del equipo de hockey sobre hielo, que elevaron el deporte a la categoría de arte (la película recupera secuencias de algunos partidos que parecen bailes constructivistas, composiciones gráficas improvisadas por los hijos de Ródchenko, de una belleza inaudita) pasan de ser héroes de la propaganda soviética a luchadores por la libertad, casi hijos de Abraham Lincoln.Sin excesivos maniqueísmos, hay que decirlo: la película retrata su vida como la de quienes vivieron bajo el yugo del imperio del mal y no supieron, o no quisieron, o no pudieron, encontrar su lugar en el paraíso capitalista. Por suerte, o por desgracia. Porque ante todo, Red Army es uno de esos documentales impecables que la industria norteamericana lleva décadas produciendo: un refinado ejercicio de construcción dramática en el que hay épica, hay humor, hay camaradería, hay espíritu de equipo, hay personajes inolvidables (ese protagonista capaz de interrumpir la grabación para atender su teléfono móvil), y hay rusos valientes que se enfrentan a los malos (casualmente, los malos siguen siendo los dirigentes soviéticos) por un trozo de dignidad.
Esa narrativa documental - ya lo hacía Robert Flaherty en 1922-, ese diseño de personajes, esa épica de lo cotidiano, enlaza también con el trabajo del productor ejecutivo, Werner Herzog, probablemente fascinado por la épica de unos deportistas que caminaron sobre hielo y fuego que crearon belleza con lo que otros solamente hacen deporte.Ahí está la grandeza de la película: en la reivindicación de la belleza como arma que traspasa fronteras. Y ahí está su debilidad: teniendo entre manos el material perfecto para ir más allá de lo evidente, Red Army se queda en su sólido armazón clásico de héroes anónimos. Si Nikita Mikhalkov, en su magistral Anna (1994) logró retratar la caída de la URSS a través de la filmación de los miedos, los deseos y las esperanzas de su hija menor a lo largo de diez años, Red Army tenía las herramientas para ir más allá de los buenos y los malos, los héroes, los amigos, y adentrarse en las frías aguas de la historia. Al menos queda el hockey, y esas jugadas maestras. Rojo sobre blanco, como cuadros de Malévich en movimiento.