Imagen de Citizenfour, de Laura Poitras

El último documental en llegar a las salas es Citizenfour, la escalofriante historia del caso Snowden. Se suma así a un fenómeno post 11S, en el que el cine americano se ha erigido, con mirada privilegiada, en vehículo de denuncias y revelaciones políticas. Snowden entró en contacto con su directora, Laura Poitras -que habla con El Cultural-, para que filmara la crónica de sus filtraciones sobre el espionaje ilegal del Pentágono.

Si Alexis de Tocqueville regresara a Estados Unidos más de 150 años después de escribir La democracia en América su ensayo probablemente no se dedicaría a ensalzar las avanzadas instituciones del por aquel entonces nuevo país sino a describir el declive del Estado de Derecho. Es posible que Tocqueville comenzara su ensayo citando a dos hombres y una mujer que han revelado el verdadero rostro del imperio: Julian Assange, Chelsea Manning y Edward Snowden, responsables de las mayores filtraciones de secretos de la historia. Conocemos bien al vedette Julian Assange y no tanto a la tormentosa Chelsea, llegada al mundo bajo el nombre de Bradley. Gracias a Citizenfour, de Laura Poitras, reciente ganadora del Oscar al mejor documental, sabemos un poco más sobre Edward Snowden, el genio informático que a los 29 años decidió traicionar a su propio Estado, que no a su país, revelando que el mayor espionaje ilegal de alcance planetario tiene su epicentro en el mismo Pentágono.



Sucedió en 2010 y las filtraciones de Snowden a The Guardian y Washington Post revelaron con pelos y señales cómo su gobierno interceptaba de forma masiva llamadas de teléfono, comunicaciones electrónicas o búsquedas de Google generando el mayor escándalo político de la década e incluso un cambio profundo en las prácticas y la legislación estadounidense.



"Creo que hay muchos paralelismos entre los tres filtradores y aunque son muy distintos siento un gran respeto por ellos", nos cuenta Laura Poitras por Skype desde Berlín, ciudad en la que reside agobiada, según cuenta ella misma, por la vigilancia a la que le somete la CIA. Mientras Assange disfrutaba a ojos vista de su condición de estrella del rock, hoy sigue encerrado en un despacho de la embajada ecuatoriana de Londres a unos pasos de los almacenes Harrod's. Manning cumple una condena de 30 años en una prisión de máxima seguridad, mientras que Snowden sigue libre en Moscú viviendo con su novia de toda la vida, convertido en el último icono global de la era post 11S.



"Cuando la gente critica a Snowden olvida que no le vendió esa información a ningún gobierno enemigo ni trató de lucrarse con ella. Lo hizo por un sentido cívico", dice Poitras. Porque Snowden, al contrario que Assange, no es un revolucionario sino un "constitucionalista", no aspira a que cambie el sistema sino a que se respete lo que Toqueville describía en el siglo XIX.



El documental político posterior al 11S está muy marcado por las revelaciones de unos personajes, los whistleblowers (chivatos) que han puesto en solfa la forma en que el Gobierno de Bush, y después con mejores palabras pero idéntico celo inquisitorial el presidente Obama, han utilizado el terrorismo para cargarse de un plumazo ese sofisticado sistema de libertades y contrapesos de poder que asombró al pensador francés. "Snowden pertenece a una generación que creció con internet y lo domina de una forma instintiva. Internet es uno de los mayores dones que ha recibido la humanidad y una de las cosas más hermosas que tenemos, pero los Gobiernos lo han convertido en una zona militarizada".



No solo eso. Como revela Citizenfour en boca del propio Snowden, empresas como Google, Facebook o Microsoft se han prestado al juego del espionaje sin reservas: "No todas han cedido, Twitter por ejemplo dijo que no y Microsoft se apuntó de forma entusiasta. Lo que vemos es una red cada vez más comercializada y dominada por las grandes corporaciones y su alianza con el Gobierno de Estados Unidos para espiar a los ciudadanos. Cuando entras en tu página de Facebook asumes que tu contraseña es privada, pero no es así".



Acta notarial del apocalipsis

Citizenfour

We Steal Secrets, de Alex Gibney, sobre Wikileaks y muy especialmente las figuras de Assange y Manning (un chico con problemas de autoestima que se apuntó al ejército casi en un acto desesperado) y Citizenfour, de Poitras, carecen del tono alarmista de Michael Moore y su profecía del Apocalipsis y vienen a ser más bien el acta notarial de que ya ha llegado. "El 11 de septiembre fue catastrófico para las libertades -explica Poitras-, y la gente debería entender las implicaciones de que nuestras comunicaciones sean espiadas y controladas. Lo que descubrimos gracias a Snowden es que el terrorismo es solo la excusa para crear un verdadero aparato de control político y comercial. Los sistemas del departamento de defensa son cada vez más sofisticados y muchas veces se dedican a espiar a empresas en países extranjeros o a tener a la gente catalogada políticamente. Nada que ver con Al Qaeda".



Con trazas de cinéma verité, Citizenfour retrata los días que pasa Snowden con Laura Poitras y el periodista de The Guardian Glenn Grennwald en una habitación de hotel en Hong Kong. El efecto que crea la película es fascinante. Por una parte, el informático y los dos periodistas están generando una noticia que remueve los cimientos de las democracias mundiales. Por la otra, Snowden desgrana los más oscuros secretos estirado en una cama, con los pies desnudos, una sencilla camiseta o en albornoz. En un momento dado pide disculpas por su aspecto: "Ahora mismo no es lo más importante para mí". Si Manning es un ser nervioso e inseguro y Assange una vedette, al joven Snowden lo vemos como un chaval serio y concienzudo que afronta una situación imposible con una entereza asombrosa. Como dijo Putin: "Es un tipo raro, se ha buscado una vida muy complicada". Y lo hace con la convicción profunda de que está sirviendo a ese ideal de Tocqueville según el cual no existen "poderosos y mandados sino electores y elegidos".



Citizenfour, en palabras de la directora, "es cine, no es periodismo aunque tienes que seguir sus reglas y el hecho de hablar de la realidad te obliga a ser preciso con los datos y la verdad de los hechos. Al final lo que hago es contar una historia como cualquier cineasta. Por supuesto existe un elemento de posicionamiento político pero eso es consustancial a cualquier obra artística. Trato de conectar a un nivel emocional, no solo intelectual. No hago filmes para seguir la agenda de nadie".



Las guerras de Afganistán e Irak así como el retroceso en las libertades derivado de la Patriot Act marcan el camino del cine documental político post 11S. En Guerras sucias (2013) de Rick Rowley y Jeremy Scahill, vemos la indiscriminada utilización de drones asesinos, en la israelí The Gatekeepers (2012), los jefes de inteligencia de Israel confiesan sus pecados. Observamos en ambas cómo los documentalistas se convierten en periodistas de investigación y no tanto en propagandistas o agitadores. Una crisis política a escala internacional con su reverso en la depresión financiera, retratada por películas como Inside Job (2010), en la que cobran especial relevancia esas figuras tan contemporáneas del personaje interior que se rebela contra los suyos.