Image: Jean-Charles Hue: Hacer una película es buscar un hogar

Image: Jean-Charles Hue: "Hacer una película es buscar un hogar"

Cine

Jean-Charles Hue: "Hacer una película es buscar un hogar"

17 abril, 2015 02:00

Jean-Charles Hue. Foto: Capricci Films

El director galo vuelca en su segunda película, Clan salvaje, con insólita intensidad y poesía, una experiencia al límite vivida quince años atrás, cuando convivió unas semanas con una comunidad gitana de la etnia de los Yeniches

El director galo Jean-Charles Hué (Eaubonne, 1968) tiene varios hogares pero su patria es el cine. Aparte de francés también se considera mexicano, gitano y, sobre todo, nómada. El espíritu de la experiencia y el sentido de la aventura le definen como cineasta. En su segunda película, Clan salvaje -preferimos el título original: Mange tes morts-, vuelca con insólita intensidad y poesía una experiencia al límite vivida quince años atrás, cuando convivió unas semanas con una comunidad gitana de la etnia de los Yeniches, a quienes asegura que debe su educación vivencial. "Antes de conocerlos yo no había vivido", asegura en un hotel parisino. "Siempre he sentido atracción por los artistas que trabajan desde su experiencia, que viven grandes y extrañas peripecias para luego contarlas. Era mi primer año en la escuela de Arte y yo buscaba aventuras".

-¿Cómo entró en contacto con ellos?
-Estaban asentados al norte de París, a unos 60 kilómetros, y decidí pasar el verano con ellos. Me dejé caer por ahí, yo solo, me presenté y al ver mi insistencia, día a día, acabaron aceptándome. Conocí a una familia que pertenece a un grupo étnico marginado, esencialmente nómada, que procede del centro de Europa, de Alemania y Polonia, desde el siglo XVIII, y que por tanto vive en caravanas. Mi intención no era hacer una película, sino integrarme de algún modo en su comunidad. Conocerles fue un pretexto para vivir algo que se saliera de mi rutina habitual. Viví con ellos varios capítulos de violencia, de amor, de adoración a Dios... Fue algo transformador.

-Hay un personaje que no aparece en la película pero que es muy importante: el padre. Es una película en gran medida sobre la herencia familiar. ¿Podría hablarme un poco de ese personaje fuera de campo?
-Una gran preocupación en mi trabajo, pero también en mi vida, es la relación que tenemos con el pasado, con la tradición y nuestros ancestros. Ellos nos definen. ¿Quiénes somos? Y en este mundo las cosas están más mezcladas que nunca y al mismo tiempo tienen una vida muy corta. Tradiciones que han permanecido durante siglos desaparecen ahora en cinco, diez años. Todo cambia muy rápido. Te vas a cualquier parte del mundo y pasa lo mismo, más aún si trabajas en la cultura. Yo de niño pasé mucho tiempo con mis abuelos, y tuve la oportunidad de vivir en un mundo mucho más viejo que el mío, en la forma de pensar y todo. Y eso me gustaba. Me sigue gustando. Las historias de mi abuelo en la II Guerra Mundial, o cómo funcionaban las cosas en el pueblo... esa era una visión del mundo que me gustaba.

-¿La comunidad de gitanos le recordó esa visión del mundo?
-Trataré de explicarlo. Cuando mi abuelo falleció me enfrenté al mundo real. Perdí la visión mítica, entré en la escuela en los años ochenta y tuve que encontrar mi lugar en el mundo. Al conocer el universo gitano descubrí una forma de tradición y de pensar que efectivamente me llevaba de vuelta a mi abuelo. Entendí que sus historias, como un héroe de guerra, habían formado un sustrato mágico en mi imaginario. Él había vivido una vida fuera de mi alcance, un mundo en el que la muerte había pasado muy cerca de él, y ese tipo de experiencias era las que yo de alguna forma anhelaba. Mi abuelo se trajo de la guerra una caja llena de objetos, que para mí era una caja mágica. Comprendí en algún momento que lo que me faltaba era la caja de mi abuelo. Y eso era lo que en el fondo estaba buscando con las experiencias que compartí con los Yeniches cuando tenía 25 años.

-Esa clase de experiencias son las que retrata en la película...
-Sí, todo es muy autobiográfico, pero me interesaba no tanto la aventura como el retrato de su mentalidad, de su cultura. Con ellos pude vivir una vez más lo que había experimentado de niño. Porque con los gitanos te tomas un café o una cerveza, te fumas un cigarro, y de repente uno te dice: "Olvidé decirte, pero ayer estábamos mi papá y yo en la caravana, y vimos en la noche una figura pequeña, era el Diablo, con las piernas de cabra, el pelo largo, y se peleaba con mi papá toda la noche". Y efectivamente la caravana estaba destruida. No sé si por el alcohol o qué, pero él, que es un tipo joven que calza zapatillas Nikes y escucha música tecno, te cuenta eso con toda naturalidad. Como si tuviera una conexión especial con lo invisible.

-El carácter realista de Clan salvaje es por un lado muy documental, pero al mismo tiempo la película tiene una cualidad poética, sobrenatural o fantástica. Por ejemplo, el maletero lleno de ojos de cristal...
-Eso es completamente real. Ocurrió así. El 80% de la película aconteció tal y como lo filmo. Fue una experiencia que viví con uno de los actores, Frederich, y con su tío, Pierrot, y vivimos la noche de locos que narra la película. Fue en el año 2000. Yo pasaba tiempo con ellos, había peleas y esas cosas, pero esa era la primera vez que iba con ellos en el coche a cometer un delito, un robo. Después de la persecución de la policía durante una hora, en la que no pararon de dispararnos, a las 2 o 3 de la mañana, descubrimos los ojos de cristal en el coche. Y quedó claro para todos que ese "mal de ojo" había sido el culpable de cómo se complicó tanto todo aquella noche. Es ese tipo de experiencias al límite las que yo buscaba. No sabía por qué, pero necesitaba vivirlas.

Una imagen de Clan Salvaje

-Hay dos películas en Clan salvaje, la diurna y la nocturna. Es como si expresaran el contraste en el filme entre las grandes ideas, entre el Bien y el Mal... Es una película sobre la moral... -Totalmente. Yo soy un ser moral. No un moralista, pero sí alguien muy preocupado por plantear temas morales, y distinguir claramente entre el blanco y el negro. Lo que no quiero es que todo se quede al mismo nivel, quiero marcar diferencias. La película es como una road movie en la que vemos claramente el blanco y el negro, y el héroe es esta persona que hace el viaje de la luz a la oscuridad, la muerte, pero que renace a la luz, aunque solo después de ver. Es como hizo mi abuelo. Él pudo ver y regresar para contarlo. Pero necesitas ver. Y si ves demasiado, te mata. Es por eso que Jason, el protagonista, va vestido de blanco, como en Quiero la cabeza de Alfredo García (1974) de Peckinpah. Warren Oates empieza de blanco y se va ensuciando y ensuciando de polvo y mugre y sangre, hasta que acaba hablando con la cabeza decapitada. Al final pasa más tiempo con los muertos que con los vivos, y de hecho se acaba quedando con los muertos. Yo soy más optimista. No me gustan los happy end, pero sí me gusta contar la historia del regreso, como Dante o Ulises.

-Aparte de Peckinpah, ¿qué otras ideas cinematográficas tenía en mente?
-Otra visión de Peckinpah importante en el filme es la idea de un mundo que desaparece. Es una idea propia del western en todo caso. Y eso me interesaba mucho trasladarlo a la película. De hecho, es algo con lo que estoy lidiando desde que les conocí, y que ya forma parte de mi trabajo. Como sabe, mi anterior película, La BM del Señor (2010), también la hice con Frederich Dorkel. Conozco a la familia Dorkel desde hace quince años, y lo más difícil es asistir a cómo sus formas de vida se están desvaneciendo, cómo la cultura gitana desaparece. Hoy sería muy difícil vivir lo que narro en la película, incluso en el mundo gitano. Año a año lo noto, que sus vidas les van mejor a todos, viven donde les gusta, están cómodos y felices, ya no son lo que eran. No necesitan serlo. Y eso de algún modo me duele. No es fácil vivir con ello.

-¿Usted se considera un nómada?
-Sí. Mi único hogar ha sido la casa de mis abuelos, y es imposible volver al hogar. Tengo que crear otro Ítaca para mí. Es lo que he ido haciendo. Tengo un hogar que es con la comunidad gitana, tengo otro que está en Tijuana, y otro hogar que son mis dos niños y mi esposa. Pero cada vez, al mismo tiempo, tengo una pierna aquí y otra al otro lado. Y luego están las películas. Para mí hacer una película es buscar un hogar, crear una comunidad, como hicieron John Ford, como el cine de Michael Cimino... Me encanta el cine experimental, porque algunos directores convierten las películas en algo mágico, son como brujos, como Buñuel o Pasolini, que los considero chamanes del cine, no hacían películas sino que creaban experiencias.

-¿Qué proyectos tiene en marcha?
-Con los gitanos tengo el proyecto de hacer una serie para la televisión francesa. Es una posibilidad y creo que es una buena idea, que ya tuve hace años. Me da más tiempo para retratar su cotidiano y a muchos más personajes, las mujeres, los hijos, retratar sus vidas. Y también tengo un proyecto que transcurre en las montañas, como El tesoro de Sierra Madre de John Huston, la búsqueda de un tesoro en la montaña francesa. Es como una historia entre algo mística y una película de aventuras, muy física, muy climatológica. Quiero buscar lo que queda de salvaje en las montañas francesas. Hay algo de Cimino en esta película, es un director que filmaba muy bien las montañas. El cazador es probablemente mi película favorita.