El Festival de Málaga quiere ser serio. No es no fuera serio, pero atrás quedan los tiempos del vino y las rosas, esas ediciones del Festival de Málaga en la que era una fiesta con película y donde el fulgor de las estrellas patrias cobraba todo el protagonismo. Tiempos de barra libre y risas que dan lugar a un festival más sobrio que busca el reconocimiento cinéfilo con una programación más rigurosa. Ahí está Hablar, de Joaquín Oristrell, la película que acaba de inaugurar el festival, un filme rodado con un solo plano secuencia que es quizá la mejor radiografía de la crisis en España realizada hasta ahora. Una película coral y no especialmente comercial con la que Málaga quiere marcar un nuevo rumbo.
El año pasado fue el del descubrimiento de 10.000 km, Todos están muertos o Carmina o revienta del ínclito Paco León (le dan un premio honorífico este año) y en esta edición habrá que buscar las joyas en películas prometedoras como Los exilados románticos, de Jonás Trueba, de quien se espera ese cine libre y vital que le caracteriza. O Asesinos inocentes, de Gonzalo Bendala, un thriller sobre un profesor universitario que quiere ser asesinado y un joven dispuesto a todo porque le apruebe. Tres actores debutan en el festival, Leticia Dolera con la comedia romántica de corte indie Requisitos para ser una persona normal; Zoe Berriatúa producido por Alex de la Iglesia presenta Los héroes del mal, sobre tres adolescentes marginados que deciden vengarse de sus maltratadores. Y Daniel Guzmán estrena A cambio de nada, retrato adolescente con tintes generacionales...
Puede haber más sorpresas, como Tiempo sin aire, de la pareja de directores formada por Andrés Luque y Samuel Martín Mateo, un drama con aire de thriller, protagonizado por Juana Acosta y Carmelo Gómez, sobre una madre colombiana que quiere vengar a su hijo asesinado por los paramilitares. O El país del miedo, de Francisco Espada, sobre un hombre que reacciona de forma desproporcionada cuando se ve acosado.
La efervescente creatividad de Hablar
Pero hoy hemos visto Hablar, la última película de Joaquín Oristrell (Barcelona, 1953). El director lleva ya muchos años en el panorama audiovisual español y su gran éxito se produjo en los 90 cuando una serie de comedias urbanas y desenfadadas escritas por él obtuvieron un gran éxito de público. Con Fernando Colomo, o sin él, Oristrell escribió filmes como Allegro Ma Non Troppo, Todos los hombres sois iguales o Boca a boca, reflejo de esa España que hoy parece tan antigua en la que nuestros compatriotas aprendían a vivir como los europeos y padecían todo tipo de neurosis urbanitas. Oristrell siempre ha estado allí y casi es mejor olvidar que su última película fue aquella telemovie sobre el romance de la reina Letizia y Felipe VI. Todos tenemos pecados. Porque del fulgor de la España de los 90 a la negrura de la de hoy, Oristrell ha inaugurado Málaga con una muy buen película.
Son estos tiempos de presupuestos bajos y cine de guerrilla y el veterano cineasta, cual joven promesa (tiene hasta los mismos productores que Magical Girl), se lanza a las calles de Lavapiés para rodar una foto fija de la España de hoy. Una España muy castigada por la crisis en la que los personajes deambulan con sus contradicciones buscando un instante de amor en medio del horror de una realidad en la que la supervivencia es la única regla. Hay algunos momentos feístas en el filme sobre los que tengo mis dudas y me parecen innecesarios (la chica lamiendo el Kit Kat), porque están las cosas tan complicadas que no tengo muy claro si es necesario apretar tanto las tuercas y la película ya cuenta con suficiente fuerza lo que quiere contar.
Porque Hablar nos proporciona algunos momentos de electrizante verdad como esa escena de Marta Etura histérica saliendo de su última frustrada entrevista de trabajo o esa Mercedes Sampietro risueña y enigmática como sosias de la mujer de Bárcenas acosada por un periodista televisivo y "salvada" por un profeta del Apocalipsis. Slacker, de Richard Linklater, ese retrato del Austin bohemio filmado de corrido podría ser el precedente más obvio de un filme que bebe de ese cine callejero y canalla del primer Jarmusch, con sus personajes locos que son como fantasmas en una ciudad a la deriva. Aunque estamos en Lavapiés y en el filme también hay mucho de corrala, de esa vida bulliciosa y callejera a la que somos dados los españoles aun en las peores tragedias.
En Hablar aparece todo el mundo (no sale Luis Tosar, cosa rara) y son varios los momentos de inspiración. Antonio de la Torre (qué buen actor es Antonio de la Torre) se marca una copla a costa de la crisis y la corrupción sencillamente fantástica y Raúl Arévalo encarna con sensibilidad a ese treintañero perdido por Lavapiés buscando amor desesperadamente. La secuencia de las limpiadoras posee verdad y emoción y la película acierta al buscar el reverso de todos los personajes, ahí está esa brutal secuencia en la que el malvado Juan Diego Botto se derrumba después de comportarse como el más despiadado de los hombres. Hay verdad, hay poesía y hay belleza en un filme que deja tocado y es quizá la mejor radiografía que se ha hecho hasta la fecha de una España agotada, angustiada, harta.