Ignacio Vilar
Después de conquistar a casi 50.000 espectadores solo en el comunidad gallega (con apenas 18 copias), la adaptación de la novela de Eduardo Blanco Amor, una zambullida etílica en la España fracturada de los años cincuenta, se proyecta a partir de hoy en el resto del país.
-La película se ha convertido en todo un acontecimiento cultural y casi social en su tierra. Sorprende su éxito porque no es un filme fácil de digerir, no es en ningún casocomplaciente con el espectador...
-Sí, es algo que me hace tremendamente feliz, porque creo que ha llegado a tocar algo muy profundo, muy arcano, en el carácter de los gallegos. La película es muy dura, y aún así hemos sentido el calor del público. Creo que han sentido A Esmorga como algo más que una película, más bien como una experiencia que nos define como seres que pertenecemos a un territorio, a una cultura. Yo hago cine porque es un arte que para mí tiene que ver con la experiencia. Cada momento y minuto tiene que ser trascendente en tu vida, que solo tenemos una. No entiendo eso de hacer o ir al cine para pasar el tiempo.
-¿Qué significa la novela de Blanco Amor para usted?
-Fue una novela abosultamente imprescindible en mi educación sentimental, es una historia que me define, que nos define a todos los gallegos. Yo nací en una aldea de veinte hogares, mi infancia la pasé en la calle Castrofolla, donde todos los vecinos éramos como familia, no había distinción... Y allí, como en todas las poblaciones rurales de Galicia, hay una enorme tradición oral, me crié alrededor de verdaderos contadores de historias... Eso me ha marcado. A Esmorga tiene tanto de mi vida que es como un retrato de mí. Descubrí la novela de interno en el colegio de los Maristas de Ourense, con unos 11 ó 12 años, y desde entonces no se ha despegado de mí. Aunque nunca llegó a conocerle en persona, Vilar asegura que ha dialogado frecuentemente con "Eduardo" [Blanco Amor], fallecido en 1979 en Vigo, poco después de que se estrenara una primera adaptación de la novela realizada por Gonzalo Suárez, La parranda (1976), y con la que el propio escritor se mostró insatisfecho, incluso molesto. "He sentido cómo Eduardo trabajaba desde donde quiera que esté para que esta vez la película saliera bien. Me daba instrucciones, las escuchaba en mi mente, oía cómo me susurraba, y aunque muchas veces me pedía que cogiera el camino más difícil, yo siempre le he obedecido", asegura. "Prácticamente ha dirigido la película desde la tumba".
-¿Qué le motivó a llevar la novela de nuevo a la pantalla?
-Varias cosas. Por un lado, en términos generales, creo que tenía que hacerse bien, en los lugares donde acontece el relato, en el idioma en que fue escrita. La película de Gonzalo Suárez era demasiado presa de su tiempo, y yo quería dotar al filme del mismo carácter intemporal que tiene la novela, aunque transcurra en los años cincuenta. De forma más concreta, vi una obra de teatro hace unos cinco años en Ourense, era una presentación de A Esmorga muy buena, me entusiasmó mucho porque vi que la novela podía funcionar...
-Usted mismo, desde su productora Via Lactea Films, puso el proyecto en marcha. ¿No encontró dificultades al tratarse de una producción en gallego
-Hace cuatro años vi que cada vez era más difícil levantar una película, pero A Esmorga es un espacio común de todos los gallegos, y me parecía más fácil. Esta película la han apoyado todos. Ha sido la pelicula más fácil de levantar, por diputaciones, alcaldías, televisiones, el ICAA, había como un consenso para hacerla. Eduardo Blanco Amor ya había dejado todo preparado, solo esperaba que alguien lo hiciera. La editorial Galaxia y los herederos también cedieron los derechos de la novela y el proyecto empezó a avanzar. Sentamos a los políticos del PP, al BNG, al PSOE, a todas las formaciones políticas las sentamos todas juntas por primera vez en una mesa para presentar el proyecto en el Festival de Ourense. Y todos dijeron lo mismo, que para ellos era un proyecto estratégico.
-Se trata de una adaptación que por un lado resulta muy literaria y respetuosa con el texto, pero al mismo tiempo también es muy cinematográfica, extraordinariamente visual. ¿Es esa clase de alquimia la que buscaba?
-Sí, escribí el guion con Carlos Asorey, que también es gallego, un guionista de dilatada carrera, y es la tercera película que escribimos juntos. Es una adaptación muy fiel al libro porque no podía ser de otra manera. La voz en off es de hecho exacta a la del texto, que es un relato contado en primera persona desde el recuerdo del protagonista.
-Hace explícito ese respeto a la fuente literaria en el final, donde rescata el texto de Blanco Amor en blanco sobre negro, en silencio...
-Fue una decisión dura terminar la película a pelo, tratándose sobre todo de un texto tan brutal y descarnado. Fue una decisión difícil pero creo que fue adecuada. Dejamos al espectador como dueño del destino de los personajes. Ahí estuvo también Eduardo machacando, hablándome todo el rato. Ese silencio final es terrorífico pero es necesario. Lo sentí sobre todo en el cine de Cangas. Con una audiencia de 600 espectadores sentí ese silencio de forma desgarradora. Llegan los créditos y no se levanta nadie porque se han quedado tocados. Es algo que ha pasado en todos los cines. El mazazo final.
-¿Dónde cree que reside la vigencia del relato?
-Es una historia muy local que como todas las grandes historias locales es al mismo tiempo muy universal. Nuestro presente es lograr distanciarnos de nosotros mismos, y eso lo puede hacer el cine. La novela tiene una absoluta vigencia hoy, no solo por el lenguaje sino por lo que plantea. Por ejemplo, el determinismo social de los personajes, que están condenados de antemano. Tienen el destino escrito, como esos cerdos a los que filmo en el camión porque van al matadero. Esto pertenece a la tragedia griega pero también a la sociedad de nuestros días, en la que tanta gente nace con las puertas cerradas. Por otro lado, esa relación de camaradería tan impresionante entre los tres protagonistas, en la que hay pasión de amor y de odio, es un sentimiento universal.
Los tres protagonistas de A Esmorga
-Miguel de Lira, Karra Elejalde y Antonio Durán "Morris" lo han dado todo, da la sensación de que han sido muy generosos y se han entregado por completo al filme. Es una película muy física, de carácter casi documental, podemos sentir la cercanía con los actores, incluso oler los ambientes...-La novela expresa la esencia gallega, su idiosincrasia y su carácter, todo eso está ahí. Yo le di mil vueltas a eso: cómo llegar a la esencia plasmada en la novela. La puesta en escena está toda dirigida hacia ese objetivo. Antes de comenzar el rodaje, estuvimos quince días encerrado en una residencia. Era como en El resplandor, estábamos los actores, el ayudante de dirección, un asesor de interpretación (que era muy importante), y en esos quince días ocurrió de todo. Trabajamos los personajes, hicimos lecturas de guion, ensayos... Pero básicamente todo consistía en que nos conociéramos de forma íntima. Ese era el propósito. Hubo discusiones, peleas, arrebatos, hubo también mucha pasión, amistad y amor. Y eso es lo que se refleja en la película. Ninguno de los actores había pasado por una experiencia así antes de rodar una película.
-La luz gris y los espacios geográficos son también un personaje más, determinante en el relato...
-Me propuse un respecto casi religioso a los espacios y lugares descritos en la novela. He sido muy riguroso en ello. De ahí también el tratamiento cuasi documental que tiene la película. Había que rodar en invierno, la luz que conseguimos era fundamental, y fue un invierno en el que tuvimos con mucha suerte. Este año no la hubiéramos podido hacer, pero ese año llovió mucho, nunca hubo tantas ciclogénesis, fue providencial. Eduardo también estuvo ahí trabajando, porque hemos logrado rodar toda la película sin sol.
-¿Ha trabajado con referencias cinematográficas?
-Sobre todo pensaba en Husbands, de John Cassavetes. No solo por la cámara, el hombre y la importancia de los rostros y los cuerpos de los actores, pero porque Husbands es como un A Esmorga en Londres, de la alta burguesía, tres colegas que se van de borrachera. En la secuencia de los espejos hago un homenaje explícito a la película. También pensé en Grupo salvaje, por la brutalidad, la carcajada, el vino, la escena de la bodega, las cubas, el concepto etílico y brumoso que envuelve la película.
-La película parte de un tremendo fuera de campo, el crimen que precede al relato y del que nunca sabremos los detalles...
-El crimen es lo que mueve la película, la pone en marcha. Lo he utilizado de esa manera. Y me permitía utilizar la atmósfera de ese tiempo en el sentido de que todo el mundo lo sabía todo, los secretos eran colectivos. El único que parece ignorar lo que ha ocurrido es Cibrán, el protagonista. Hay unos elementos muy personales en el filme en lo que concierne al retrato de un tiempo, que es mi infancia. He trasladado imágenes que tengo de mi aldea. Imágenes que pertenecieron al imaginario de Eduardo y al mío cuando era niño. En lo que retrató Eduardo veo al niño que fui.