Una imagen de Our Little Sister

Kore-eda abre la programación de Cannes apelando a la nobleza y la emoción del legado familiar, mientras Garrone ofrece una simpática y sórdida relectura de las fábulas de ogros y princesas.

La familia como foco. Más bien, la pervivencia del legado familiar a través de las generaciones. Si lo pensamos, no es mala forma de arrancar la competición del Festival de Cannes (después de la inauguración fuera de concurso de la prescindible La Tete haute), que cumple 68 años, más o menos tres generaciones cinematográficas. A la última de ellas pertenece el japonés Hirokazu Kore-eda (Nadie sabe), un habitual del festival galo, que ha dado el pistoletazo de salida a las 19 películas que competirán por la Palma este año. Se titula Our Little Sister y, como decíamos, centra su relato de "mujercitas" de ojos rasgadas en la necesidad de que los más jóvenes encuentren su identidad a través del aprendizaje del pretérito. Una de las novedades que introduce respecto a Still Walking, quizá su mejor película -en todo caso, mucho mejor, más honda y afinada, que Our Little Sister-, es que esa perpetuación del legado cultural y sentimental de su país es posible incluso en familias rotas y disfuncionales. El sentido metafórico con la propia historia nipona que lo aporte cada cual.



La historia arranca en el funeral del protagonista simbólico, pues está toda la película ausente, nunca vemos su rostro, ni siquiera en fotografías. Es una eficaz forma de abstracción. Actúa como fantasma y vector narrativo del filme. Es el padre de Sachi, Yoshino y Chika, hermanas creciditas, en la treintena, que fueron abandonadas por el padre cuando eran pequeñas. Y también es el padre de Suzu, de 14 años, que tuvo después con otra mujer. Las hermanastras, que viven en ciudades alejadas entre sí, se conocerán por primera vez en el sepelio: el magnetismo que se produce entre las cuatro -excelentemente captado, con la sencillez que caracteriza a los clásicos, en una escena que transcurre en un andén ferroviario- activa el relato. Es un encuentro no solo con ellas, sino con los progenitores que han quedado atrás: una oportunidad para cicatrizar ausencias y bucear en las identidades, en los misterios de la sangre.



La vida en común que emprenden las cuatro hermanas en la mansión familiar de Kamakura transcurre bajo ese influjo ozuniano que empapaba de épica y lirismo Still Walking, pero en esta ocasión, como ocurría en De tal padre, tal hijo, el cineasta japonés se deja llevar casi sin control por los maniqueísmos sentimentalistas: música de violín y piano, primeros planos enigmáticos, fundidos dramáticos. La improbable mezcla entre Tornattore y Ozu puede ser indigesta. El mestizaje es aparatoso en los primeros compases, luego se lleva mejor, también porque Kore-eda aprieta el freno y termina por exponer sentimientos y emociones complejas sin necesidad de levantar la voz más de lo necesario. Sentimos el peso de la herencia. Lo sentimos acaso porque está expresado con sensualidad y belleza, a través de la naturaleza y de la gastronomía, puntos de contacto que van hilando el filme de retazos de emoción.



Una imagen Tale of Tales

El italiano Matteo Garrone ha deleitado después con una simpática rareza que tendrá contento a Guillermo del Toro, miembro excelso del jurado junto a los hermanos Coen. Tale of Tales es la primera producción internacional -John C. Reilley, Salma Hayek y Vincent Cassel en el reparto- del autor de Gomorra. Está basada en diversas fábulas de Giambattista Basile, precedente de los Grimm, Perrault y afines. Princesas, ogros, castillos, brujas, bestias inmundas y demás fauna de los cuentos medievales y fantásticos. Garrone ya narró un cuento siniestro y moral en Reality, cuyo arranque en carroza de hecho señalaba ya ese territorio poético, pero aquí ha puesto realmente en escena su particular cuento de ogros y princesas. Lo hace con acertada ironía, aunque sin caer en la distancia displicente, utilizando todos los elementos de estas fábulas morales para llenarlas de sordidez bien estilizada, ni Pasolini ni Fellini, aunque recuerde a ambos. Existe una belleza congénita en las imágenes, y los relatos cruzados de tres monarcas en sus reinos ejerce suficiente hechizo en el espectador.



Garrone agarra los estereotipos y los utiliza en su favor: hay reyes sátiros, heroicos y egoístas, hay brujas que seducen con su voz y ansían el hechizo de la juventud, hay una historia de príncipe y mendigo, hay bufones en la corte y vírgenes en el bosque... Se aleja afortunadamente de algunas series de televisión y producciones mainstream que han bebido en los últimos años de los hermanos Grimm, para imprimir un carácter realmente singular, entre hiperrealista y fantástico, a su propuesta. El guión de fábulas cruzadas -en las que priman las colisiones entre humanismo y perdición- está cosido con fuerza y el planteamiento visual logra crear un universo propio. Tampoco faltan las secuencias de alto voltaje, como ver a Salma Hayek comerse un corazón de basilisco marino, un ogro escalar un escarpado precipicio con una princesa a la espalda, secuencias subacuáticas de alto voltaje onírico y hasta a una bestia desintegrarse en una mujer. Bien por Garrone. Sin más.