Christian Petzold durante su visita al último Festival de Cine de san Sebastián
Después del gran éxito de Barbara (2012), Christian Petzold regresa con otra historia de intenso dramatismo con tintes históricos, Phoenix. Si entonces asistíamos a los desvelos de una mujer por escapar de la prisión comunista, en esta ocasión vemos cómo una judía que ha sido liberada de los campos de concentración no piensa en otra cosa que en regresar al Berlín en el que fue feliz para tratar de volver a conquistar, con otra identidad y otro rostro, al hombre que amó antes de que los nazis los separaran. Como dice el propio director, hay ecos de Los ojos sin rostro de Georges Franjul en un filme sobre un amor enloquecido y ciego que nos cuenta cómo los seres humanos aun en las más horribles circunstancias, siguen siendo muy parecidos a cómo eran.-¿Cómo se plantea una película nazi, no le parece que ya hay suficientes?
-Ha habido muchas películas pedagógicas, para que las entiendan los jóvenes estudiantes. Eso no es cine. Lo que no ha habido son películas sobre gente que haya vuelto de los campos, desconozco el motivo. Los americanos han hecho muchas sobre gente que vuelve de la guerra de Vietnam y demás pero en Alemania, no. Hay muchas películas sobre los nazis, muchos actores han hecho de Hitler y les encantan los disfraces y ese tono de alemán rudo, pero las víctimas siguen siendo las grandes olvidadas. Quizá porque en mi país piensan que Hitler sigue siendo el ultimo gran entertainer.
-¿Va en serio?
-Es una broma. Los americanos dicen que desde Elvis y Hitler no ha habido nadie igual. Obviamente, es broma.
-¿La gran pregunta es por qué ella vuelve a Alemania siendo judía?
-Es una mujer obsesionada con un hombre. Su decisión es irracional pero ella está tan enamorada que no ve otra cosa. No es una decisión adulta. El holocausto le ha dado una educación muy dura, está trabajando en un nuevo rostro, en una nueva identidad. Es la historia de alguien que se reeduca después de los campos de concentración y que también debe madurar emocionalmente.
-Vemos esa paradoja de las guerras, la gente vive los acontecimientos históricos preocupada por sus pequeñas cosas, no por el acontecimiento en sí.
-Exactamente. Ella es una artista, está interesada en su música, su arte, sus amigos. La cuestión judía nunca le ha importado. Palestina e Israel son conceptos que le quedan muy lejos. Ella quiere volver a su mundo porque es inocente. Lo que vemos en la película precisamente es cómo crece y al mismo tiempo pierde sus ilusiones.
-Al final, ¿el filme trata sobre enamorarse de la persona equivocada?
-Sí, y eso es una tragedia. Porque además le sucede durante el Holocausto. Siempre es dramático, pero el contexto lo hace trágico. Todas esas pequeñas cosas que quiere vivir con él: cantar una canción juntos, tratar de volver a seducir con sus inseguridades... eso es la pura vida. Cuando regresa se da cuenta de que esos tiempos felices han pasado pero le cuesta entenderlo. Es lo mismo que sucede cuando dejas el colegio. Vas entusiasmado a una reunión de antiguos alumnos para recuperar las viejas emociones y después te desilusionas por que el amor de tu vida no tiene nada que ver con lo que pensabas.
-Llama la atención que después de todo lo que ha pasado, ella misma siga sin ser capaz de creerlo del todo.
-Cuando vi el documental Shoah de Claude Lanzmann me sorprendió un barbero de Tel Aviv, un superviviente del campo de concentración. Cuando llega el momento de recordar, no quiere, no le salen las palabras. Es lo mismo que le pasa a la protagonista, no quiere ir a Israel a ser una víctima, no quiere seguir hablando de ello. Su drama es que es imposible dar marcha atrás.
-Hablando de ese hombre fatal, él tampoco es capaz de admitir sus crímenes.
-Un amigo abogado me dijo que sucede con frecuencia que sus clientes culpables se convencen hasta tal punto a sí mismos que llegan a pensar que jamás han hecho nada malo. No es una cuestión de maldad, es un hombre débil. El no puede admitir que ha traicionado a su amor porque ese es el peor crimen, piensa que ella ha muerto y por tanto eso es pasado. Es su forma de curarse.
-Vemos ese Berlín de la inmediata posguerra totalmente destrozado, recuerda a ese filme de Rossellini, Alemania, año cero.
-Esa película es fantástica porque vemos el Berlín de la posguerra no como algo romántico sino como lo que era, duro, brutal. Es una ciudad que ya ha dejado de existir. Pero entre las ruinas puedes encontrar una nueva vida como los niños que juegan pero los viejos fantasmas de los nazis siguen allí. Esta es mi imagen de ese Berlín, una ciudad destruida y una mujer que quiere reconstruirla tal como quiere reconstruir su cara.
-Y al mismo tiempo, en ese horror, los jóvenes quieren pasarlo bien.
-Cuando acabó la guerra, mucha gente buscaba los famosos cabarets en la ciudad. Por muy horrible que sea lo que ha sucedido, los jóvenes se quieren divertir, puede parecer obsceno pero es natural. Por eso las víctimas como la protagonista molestan, les recuerda lo que han hecho. En Alemania hubo ese sentimiento de tabula rasa, de volver a empezar. Ese fue uno de los grandes crímenes de la posguerra. Hace un par de años, conocí a Joshua Oppenheimer (el director de The Act of Killing sobre el genocidio en Indonesia) y me contó que alli habia sido lo mismo, la memoria requiere ser renovada constantemente.
-Después de Barbara, repite con las mujeres como protagonistas.
-No soy una mujer y eso lo hace más sencillo. Me evita caer en la autobiografía, debo hacer un esfuerzo por entender a otra persona. Y me gusta trabajar con actrices.
-¿Cree que Alemania sigue traumatizada con los nazis?
-Sí, pero está oculto. Por eso debemos seguir haciendo películas sobre ello, esa herida debe supurar.
-¿Cuáles han sido sus referentes?
-El matrimonio de Maria Braun, de Fassbinder, Vértigo de Hitchcock, Ojos sin rostro, de Georges Franju o The Killers de Robert Siodmak. No es el tema, es más la temperatura, la luz...