El Indominus Rex, el dinosaurio estrella de Jurassic World.
Han pasado más de veinte años desde la primera Parque jurásico (1993) y si algo queda claro es que la fascinación por los dinosaurios sigue viva. Precedida de una enorme campaña de promoción en muchos casos gratis porque no hay televisión o periódico que no le haya dedicado uno o varios reportajes a hablar de dinosaurios, Jurassic World se estrena como el súmmum de todos los blockbusters. Hay dinosaurios y criaturas prehistóricas, pero mejor, porque han pasado dos décadas desde entonces y todos sabemos que en este tiempo la ciencia del cine ha avanzado una barbaridad, con lo cual ese avance, en realidad, es el mejor reclamo de una película que se dedica a copiar, con buena caligrafía, la fórmula original en todos los sentidos: imágenes espectaculares y una (poco sutil) reflexión sobre la inconveniencia de tratar de controlar la naturaleza y la arrogancia de los humanos.En el tiempo presente, el "parque jurásico" ya no es el sueño de un millonario tan visionario como temible, sino un parque temático plenamente operativo y exitoso que recibe millones de visitas. El negocio marcha bien y los responsables del asunto (incluyan a una científica de aspecto serio pero "vendida" al negocio y con atisbos de conciencia con la cara de Bryce Dallas Howard) deciden que ha llegado la hora de dar más emoción a un público que comienza a tener muy visto el espectáculo de siempre. Y nace el monstruo que acabará con todos los monstruos, un megadinosaurio parido para que el Tironasaurus Rex de toda la vida palidezca. Se llama Indominus y es un bicho gigante cuya creación desafía a toda lógica (ahí está Vincent D'Onofrio encarnando todo mal de un capitalismo despiadado) y claro: la carnicería está servida.
Un enorme mosasaurio devora un tiburón blanco en un espectáculo marino de Jurassic World.
Chris Pratt interpreta a un domador de velociraptores en Jurassic World.
En realidad, la película no hace otra cosa que fiar su encanto (que lo tiene) a la aparición de los dinosaurios. Su convencionalismo narrativo, tan falto de giros inesperados, tan predecible en todo momento, juega con las propias expectativas del espectador para que la trama no le despiste de lo que es realmente importante: los dinosaurios. Porque de eso va toda la saga, de ver dinosaurios y de verlos en todo su esplendor. Y desde luego, en esto Jurassic World no puede decepcionar a nadie porque la película, desde el minuto uno (al contrario que en la original donde la marcha se hacía esperar) es una oda a la capacidad de la tecnología para reproducir lo irreproducible, paradoja de un filme que al mismo tiempo que alerta sobre el abuso de la ciencia lo fía todo a ella para que nos lo pasemos bien. Y de eso va Jurassic World, de pasarlo bien o muy bien gritando y asombrándose a cada paso. Si alguien esperaba un filme nuevo se sentirá decepcionado. Si quiere espectáculo, lo tendrá a raudales. Lo más curioso del asunto es que las críticas de Jurassic World ensalzan a la original y muchas desprecian la copia. Por si a alguien se le ha olvidado, Parque jurásico fue tachada también en su momento de predecible y monótona y hoy es un clásico. Esa idea de clasicismo recorre todo el filme, ¿para qué cambiar lo que ya estaba perfecto? Será un éxito, descomunal.