Regina Casé interpreta genialmente a una mucama

La brasileña Anna Muylaert disecciona en Una segunda madre la diferencia de clases a través de una magnética fábula sobre la injusticia. Su cámara levanta acta meticulosamente de una herida que sangra en el día a día.

Al inicio de Teorema, la película que Pasolini diseñó como la más irritante de las aporías, un periodista entrevista a un obrero: "¿Cree que en el futuro habrá burguesía?". Lo dice tranquilo, curioso. Y, con el mismo gesto, el esforzado trabajador manifiesta su desconcierto. Los burgueses son muy suyos. Comen a horas fijas, sudan poco aunque haga calor y, como dice el diccionario, "buscan una vida de comodidad y relajo". No les vamos a criticar por ello. El problema, y sin ánimo de polemizar, es que su descanso acostumbra a ser la fatiga de otros. Una segunda madre, de la directora brasileña Anna Muylaert, habla de eso; de la sensación de cálida perplejidad que siempre provoca un burgués contento. Y lo hace con la misma curiosidad demostrada por el reportero que imaginara el romano: sin tomar partido, sin irritarse. La cámara se limita a levantar acta con meticulosidad de una realidad tan lejana y extraña que se diría idéntica a la nuestra.



En el corazón de una familia bien brasileña (burguesa por tanto), la aparición repentina de la hija de la criada descoloca todo. Efectivamente, como en Teorema. La joven pretende alejarse de su destino de no-burguesa. En su desparpajo aspira incluso a ser arquitecta en la misma universidad en la que los arquitectos piensan y diseñan casas para la burguesía. Y así. De golpe, el mundo ordenado y dividido entre los que están arriba (el padre, la madre y el hijo) y los que están abajo (la mucama de toda la vida genialmente interpretada por Regina Casé) vive la revolución del extrañamiento, de lo inoportuno, del otro. Todo lo que hasta la fecha era normal se descubre de un día para otro caprichoso, ridículo, quizá profundamente injusto. ¿Por qué los criados ni se bañan en la piscina ni se sientan en la mesa de los señores ni comen helado de chocolate? Y, lo peor, ¿por qué sudan tanto?



Afirma Muylaert que su esfuerzo se acerca más al del retratista que al del poeta. No se trata tanto de hilvanar metáforas sobre la arbitrariedad de la realidad como de acertar a describir el tamaño exacto de una herida que sangra; una herida cuantificable y vivida día a día en su Brasil natal. "La película aún no se ha estrenado en mi país, pero ni siquiera será distribuida en toda Iberoamérica. Es demasiado transparente. Se entiende más en Europa. Allí, irrita", dice la directora a la vez que describe de forma puntillosa lo que significa ser rico y pobre en su país.



"El gobierno de Lula ha sido el primero verdaderamente de izquierdas en toda la historia. Ha habido otros, pero él ha sido el único presidente que antes fue pobre. Y, aunque se han solucionado bastantes cosas, ser pobre sigue siendo un estigma. La educación, por ejemplo, es privada. Cualquier familia de clase media o alta ha de pagar 1.000 euros al mes si quiere que su hijo estudie. Los que no pueden son atendidos por colegios que, en realidad, funcionan como asistencia social", dice Muylaert para explicar el hábitat en el que nace y crece su propuesta.



Sea como sea, no conviene dejarse engañar por lo declarado por la directora. No estamos ante eso que la costumbre ha dado en llamar cine social. Una segunda madre elige, en efecto, un camino realista, testimonial y completamente cierto para recrear, sin embargo, un universo que remite a la vez al magnetismo fantástico del relato de Cortázar Casa tomada y a minimalismo mágico de Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Es cine realista, sí, pero de otra manera.



Los personajes se manejan en la pantalla como arquetipos cambiantes de un universo tan reconocible que se diría extraño. Y así hasta trascender el escenario físico en el que se hace pie. De repente, Brasil es cualquier rincón de nosotros mismos. De repente, un simple golpe y todo se tambalea hasta, finalmente, caer. Y es ahí, sobre los escombros, donde Muylaert edifica un película ejemplar, brillante y calladamente dolorosa. ¿Habrá burgueses en el futuro?, se preguntaba el periodista de Pasolini cuando, en realidad, la cuestión es otra: ¿Habrá futuro? Y así.