Una escena de No molestar
Con motivo del estreno de Relatos salvajes, comentaba su director, Damian Szifron, que reflejaba un mundo desquiciante en el que "todos sufrimos la falta de tiempo, la necesidad de hacer muchas cosas en las que no estamos interesados y la extrema dificultad para ganar dinero" y añadía: "Basta ver lo complicado que es algo tan simple como sentarse un rato a disfrutar de una novela".Precisamente esta es la premisa de No molestar, nueva película de Patrice Leconte (París, 1947), en la que recurre a un clásico del cine francés como Christian Clavier (el padre de Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?) para contarnos en clave de farsa vodevilesca lo que le sucede a un señor ya maduro cuando por fin encuentra el disco de jazz de sus sueños y el mundo le impide sentarse tranquilamente a escucharlo. La frustración como motor clásico de la comedia (ahí está ese Cary Grant de La fiera de mi niña que solo aspira a ocuparse de su dinosaurio y debe luchar contra los elementos) sumada a una contemporaneidad saturada de información en la que como comentaba Szifron es casi misión imposible disfrutar de un buen libro o un buen disco.
No molestar es una de esas comedias que se basan en ver sufrir al pobre protagonista todo tipo de infortunios y en la que resuenan ecos, tanto de aquellos filmes de Blake Edwards (muy claros en la escena de la fiesta que nos lleva a aquella mítica El guateque, salvando las distancias) como de los mimbres y clichés de la comedia popular francesa de toda la vida con ecos en aquellas La cena de los idiotas o Salir del armario. Cine galo de trazo grueso (que lo hay) que vendría a ser el equivalente de comedias patrias como las de Santiago Segura o Nacho G. Velilla, cuyas películas arrasan en taquilla y hacen que el público se parta de la risa pero encuentran todo tipo de reparos en la crítica por su tendencia al subrayado intenso o el lugar común. Y en este sentido, No molestar está lleno de ellos, empezando por esa señora de la limpieza interpretada con gracia por la simpar Rossy de Palma, que no deja de ser una vuelta de tuerca al tópico de la "chacha lista" que está varios metros por delante de los señoritos.
Patrice Leconte, cineasta que siempre ha tenido la vocación de hacer cine popular y adquirió cierto prestigio con aquella El marido de la peluquera (1990) que se convirtió, con justicia, en un clásico del cine europeo, es un cineasta siempre a la busca del éxito (lo cual no es intrínsecamente malo) y con No molestar logra una película que se deja ver con gracia entre otras cosas porque verlo pasar mal a los demás siempre tiene algo de divertido y Clavier, que es buen actor, le da gancho a su personaje de hombre perpetuamente superado por unas circunstancias imposibles.
Sin embargo, No molestar, como su propio título indica, molesta muy poco y figuras como la de la amante insidiosa o el obrero polaco que no es polaco (recuerda al personaje de Samba, sin ir más lejos) le dan un aire de déja vu al filme. En realidad, No molestar parece un remake de una película cuyo título no recordamos. Eso sí, tiene momentos de una catarsis intensa.