Noche, oscuridad, calor. Cine de verano en la plaza del pueblo. Una de tiros, de amores prohibidos, de aventuras míticas... De Jamón, Jamón a Lawrence de Arabia, escritores, artistas, cineastas, músicos, actores y directores teatrales recuerdan aquí aquella película que vieron en plena ola de calor.
Mi película tiene olor a regaliz y a cine de verano. Olor a playa y a adolescencia. Posiblemente esto sea solo en mi cabeza, en donde se quedó habitando hasta hoy el recuerdo de La rosa púrpura del Cairo, de Woody Allen. Aquella película quizá no era la más adecuada para un cine veraniego donde se esperaría más ver E.T. o Indiana Jones o La princesa prometida. Pero en aquel cine de un pueblo costero, donde precisamente pasé mi último verano en familia, descubrí la maestría de un genio del que había oído hablar pero al que nunca me habían presentado. Mis ojos se abrían como platos al ver a Jeff Daniels atravesar aquella otra pantalla que Mia Farrow, reflejando a toda una generación de mujeres insatisfechas, miraba tan expectante e ilusionada como yo.Mi pasión por el cine empezó a gestarse aquella calurosa noche de agosto mientras escuchaba a la protagonista decir: "He conocido a un hombre maravilloso. Es imaginario, pero ¿qué importa eso? No se puede tener todo".