Una imagen de la película

Alain Resnais murió con 92 años como el más joven de los cineastas. Entregó su última película en el Festival de Berlín, donde recogió el Premio de la Crítica FIPRESCI. Amar, beber y cantar es una adaptación de la obra La vida de Riley, de Alan Ayckbourn, dramaturgo británico que el cineasta francés ya había llevado con anterioridad a la pantalla en grandes obras como Smoking / No Smoking (1993) y Asuntos privados en lugares públicos (2006). Acaso el gran tema del filme sea la necesidad de vivir la vejez con ligereza y gracia, prácticamente desde la filosofía epicúrea, es decir, amando, bebiendo y cantando. A pesar de las apariencias -el filme trata de un hombre que muere de cáncer, aunque nunca aparece en pantalla, como si ya fuera un fantasma antes de morir-, no parece ser "conscientemente" la última película del director, sino más bien una especie de secuela de su anterior filme, Vous n'avez encore rien vu (2012), donde un director de teatro, desde su tumba, reunía a sus amigos y actores habituales para compartir una última y reveladora experiencia teatral.



Seis personajes, seis grandes actores de la pantalla francesa, se reúnen este vez en una campiña inglesa, donde conducen por la derecha y leen periódicos británicos pero todos hablan en francés. Buscan a un hombre a punto de morir. Una vez más en el cine de Resnais, los personajes convocados a esta cómica farsa entre el teatro y el cine, la vida y la fabulación, tratan de explicar sus vidas a través del arte, solo para acabar revelando que el arte en cuestión es una ventana hacia la introspección y el caos. El arte como un espejo metafórico de nuestras vidas. Resnais crea así, como ha venido siendo habitual en sus ficciones desde sus primeros trabajos, una especie de narrativa de carácter abstracto que corre en paralelo a la fabricación metalingüística, más convencional, que se va desplegando en la pantalla hasta hacer indistinguibles una de la otra.



El juego de decorados teatral que se apodera de la ficción es tan artificial y sofisticado que prácticamente convierte el filme en una experiencia tridimensional, complicando y profundizando aun más el desafío narrativo de la propuesta. En cierto modo, los decorados no dejan de funcionar como una invención que encapsula el gran tema de Resnais a lo largo de su carrera: el tiempo y la memoria. La estética acompaña en todo caso a un texto que insiste en que pasado y presente ocupen el mismo espacio y durante el mismo tiempo. Como ya vimos sobre todo en la maravillosa Las malas hierbas (2009), en sus últimos años de creación Resnais ha convocado con generosidad la frescura y la audacia en sus películas.



Amar, beber y cantar se suma con extraordinaria sabiduría al compromiso de Resnais con los relatos cinematográficos libres, transgresores, juguetones; relatos que nunca le han puesto cercos a la vida y, mucho menos, a la ficción. Como dijo Rosselini de Chaplin, esta película clausura de forma extraordinaria la obra de "un hombre libre".