Edgar Reitz, crónica de una visión
Fotograma de Heimat. La otra tierra
Como lo fuera el condado Yoknapatawpha para Faulkner, la región ficticia de Schabbach es para Edgar Reitz el escenario de una saga colosal, en la que ha recreado a lo largo de treinta años la turbulenta historia alemana del siglo XX. Es el suyo quizá uno de los casos más extremos de obsesión creativa, que arrancó con la serie televisiva Heimat: una crónica de Alemania (1984), de quince horas de duración -recientemente editada en España-, para recoger las peripecias de una familia de campesinos con raíces prusianas desde 1919 a 1982. El veterano cineasta germano, uno de los firmantes del legendario Manifiesto de Oberhausen que dio carta de naturaleza al Nuevo Cine Alemán, regresaría a Schabbach con trece episodios más en Heimat - Chronik einer Jugend (1993), para centrarse en los años sesenta, y aún siguió negociando con la historia de su país en otros seis capítulos con una tercera parte (o temporada): Heimat 3 - Chronik einer Zeitenwende (2004), que retomaba la acción tras la caída del Muro de Berlín.Con el anexo cinematográfico Heimat-Fragmente: Die Frauen (2006) y las cuatro horas de la hermosa precuela Heimat. La otra tierra, que después de dos años desde su estreno internacional llega hoy a salas españolas, la saga suma ya sesenta horas de relato. Viajando esta vez en el tiempo hasta el siglo XIX, la historia transcurre bajo la opresión prusiana, el oscurantismo y la miseria que asolaron a Alemania entre 1840 y 1844. La inspiración poética, la belleza pictórica y el comentario histórico que vuelca Reitz en la pantalla, centrándose en la historia de iniciación del joven romántico Jakob Simon -hijo de campesinos y lector compulsivo que sueña con emigrar a Brasil-, convierten a esta precuela en quizá la mejor puerta de entrada para los futuros nuevos televidentes de la saga televisiva, que recientemente se ha editado en DVD.
Reitz tiene un talento especial para extraer una particular belleza del mundo y de las personas que retrata, y especialmente para explorar en las zonas indeterminadas, ahí donde se cruzan los opuestos. Así, conviven en Heimat. La otra tierra la crónica histórica y la fabulación romántica, la intimidad del drama familiar y la épica del contexto que la envuelve, el naturalismo de la vida rural y la fantasía de la vida imaginada, el aparente clasicismo del relato y la modernidad de las imágenes. La traslación visual de esas intersecciones creativas se concretan en una fotogafía en blanco y negro pintada en ocasiones con destellos de color que destacan objetos, animales, motivos del plano que adquieren una significación especial, sea una herradura o una bandera. También el empleo de la música atmosférica y ciertas escenas de carácter excéntrico aportan una magia de carácter casi celestial a la propuesta.
El alemán parece poseer los secretos de un cine que puede ser expansivo y concreto al mismo tiempo. Caben en Heimat. La otra tierra tanto el plano secuencia ingrávido y misterioso, que nos recuerda a las películas del húngaro Bèla Tar, como una modélica secuencia de cine mudo -la emotiva muerte de un anciano- o el barroquismo de un número musical filmado con extraordinario virtuosismo. Y aún así, a pesar de la multiplicidad de tonos, el filme conquista una identidad propia. Dividida en dos partes, sesgadas por la encarcelación de Jacob (Jan Dieter Schneider) por unirse a una insurrección popular la misma noche en que pierde a su amada Jettchen (Antonia Bill), el filme encuentra su lugar entre la alegoría histórica de corte clásico y el desparpajo vanguardista. El amor maternal y la rivalidad fraternal, así como la amputación de los sueños por el flujo incontrolable de la historia y los desencantos de la vida, cristalizan en una película realmente memorable, profunda y misteriosa.