Una imagen de la película.
La película de Edward Berger, la odisea de dos menores abandonados en un Berlín hostil, no cae en el melodrama desatado gracias a cierto sentido de la picaresca.
Las películas con niños tienen una ventaja y una desventaja. La ventaja es que nada nos provoca más piedad que la desdicha de un menor y la desventaja, que los artistas están obligados a jugar esa baza con mesura. Jack peca de un cierto academicismo en la puesta en escena que revela quizá al cineasta primerizo y un tanto inseguro, pero la película nos agarra desde el primer momento y nos conduce con mano sabia por el tormento y el instinto de supervivencia de esos dos hermanos que aprenden lo que es ser mayor demasiado pronto y están abocados a la indigencia y los pequeños delitos para salir adelante.
"Esta película surge de una imagen muy concreta", ha explicado el director, "una vez vi a un niño al final de mi calle con la mochila en su espalda y tenía tal sensación de seguridad y confianza que quería hacer una película sobre un niño que se encamina hacia su futuro con paso firme". Efectivamente, Jack se centra más en el instinto de supervivencia que en el drama y con ese sentido de picaresca evita que la película se vaya por el terreno del melodrama desatado. Es Jack, sin embargo, una película dura en la que tenemos una perspectiva insólita de Berlín vista desde la altura de unos niños cuyo dolor provoca indiferencia cuando no son directamente un estorbo en el mundo ya de por sí complicado de los adultos.