Dheepan conecta con la actualidad de los refugiados

Inaugura mañana la 60 edición de la Seminci de Valladolid la controvertida Palma de Oro de Cannes. Dheepan, de Jacques Audiard, apela a la dignidad de unos refugiados en París. La integración de una familia centra el entramado emocional de un relato que abraza también la crónica negra y el subtexto político.

Justificadas o no, las acusaciones de nepotismo patriótico que se esgrimieron contra la decisión del jurado de Cannes, concediendo la Palma de Oro a Dheepan, han ensombrecido la relevancia del trabajo de Jacques Audiard. La Seminci inaugura mañana su sesenta edición con este filme acaso para despejar incógnitas, antes de su estreno el próximo 6 de noviembre, ya fuera del contexto que, sin duda alguna, hacía injustificable semejante premio en competición con obras tan sublimes como las de Hou Hsiao-hsien (The Assasin), Todd Haynes (Carol) o Laszlo Nemes (El hijo de Saul). Al fin y al cabo, Dheepan aglutina en su interior ciertas complejidades -políticas, sociales y cinematográficas-, pero también ciertas complacencias, que bien pudieron pasar desapercibidas.



Un héroe discreto

En todo caso, la lógica se impone frente al cariño, lejos de poder ser considerado nepótico, con que Cannes ha venido tratando el cine de Audiard a lo largo de los años. Cuatro han sido sus películas a concurso por la ansiada Palma de Oro, entre ellas la discretísima Un héroe muy discreto (1996), ganadora del premio al Mejor Guión. Incluso la peor de sus películas, De óxido y hueso (2012), manifiestamente desequilibrada, también encontró un hueco en la sección a concurso, mucho menos merecido que el de la memorable crónica carcelaria El profeta (2009) o la enérgica, emocionante De latir mi corazón se ha parado (2005), que compitió en Berlín. Tampoco deberíamos desestimar, retrocediendo aún más en el tiempo, el thriller romántico Lee mis labios (2001), con el que seguramente Dheepan guarda más puntos de conexión que con cualquier otro de sus filmes: el romanticismo, el mundo del hampa, el trayecto de dos seres inestables y desarraigados reinventándose para escapar de sus respectivas biografías.



Asegura Audiard que "Dheepan no es una declaración política", si bien su estreno en estas semanas, designios del destino, tras su más que moderada recepción en Francia -al fin y al cabo, es una película hablada mayoritariamente en tamil-, conecta indirectamente con la actual crisis europea de los refugiados sirios, cuya entrada en nuestras fronteras es cuestionada hasta por cardenales y arzobispos temerosos de que no sean "trigo limpio". Si se basaran únicamente en el impactante tramo final de Dheepan, que rompe el tono conquistado hasta entonces, seguramente le cerrarían las puertas al protagonista cuyo nombre da título a la película, un refugiado político de Sri Lanka en París, si bien basándonos en todo lo visto con anterioridad, opositaría quizá como un ciudadano, un inmigrante modelo. "El único gesto político en la película es que tomé la terrible guerra civil de Sri Lanka, cuyas consecuencias aún no han sido tratadas, como desencadenante de una ficción", explica Audiard.



Una imagen de la película

El punto de partida es sin duda estimulante. Dheepan (Jesuthasan Antonythasan) es un hombre temido y respetado en su Sri Lanka natal porque allí luchó como uno de los Tigres Tamiles determinados a conquistar la independencia y eliminar el sistema de castas, hasta que fueron derrotados en 2009 por las fuerzas militares del Gobierno. Su mujer y su hija fallecieron en la contienda, y dado que es más fácil que concedan el refugio político a una familia que a un viudo, se ve obligado a inventarse una nueva familia para engañar a la burocracia. Así, presenta sus credenciales junto a una mujer de 26 años, Yalini (Kalieaswari Srinivasan), y una niña huérfana, Illayaal (Claudine Vinasithamby), también víctimas tamiles a las que elige al azar, simulando junto a ellas la unidad familiar, es decir, su pasaporte a Europa. El motor emocional del relato vendrá determinado por cómo se van formando los vínculos y las raíces de una familia artificial, formada como apéndice protocolario. Hay un subtexto claramente político en cómo el sistema de castas del que huye Dheepan encuentra su reflejo en la organización clasista de la sociedad francesa, a cuyo estrato más bajo en la jerarquía social es arrojado Dheepan con su nueva familia cuando se instala en los suburbios parisinos. Es este un filme adscrito por tanto al subgénero banlieu, en una más de sus múltiples variantes, donde el refugiado debe someterse de nuevo a un régimen clasista que le arrebata la dignidad y le propone una nueva vida como portero en un complejo de viviendas de ayuda social regidas por la mafia de narcotraficantes. Yalini encuentra trabajo como asistenta doméstica en la casa del minusválido tío del líder mafioso Brahim (Vincent Rottiers), mientras que Illayaal trata de adaptarse a una nueva escuela en una cultura y un país que le son ajenos. Con su ritmo moroso y abundante en detalles, el espectador pronto se ve instalado en una estricta crónica de inmigración que no rehúye los clichés, aunque sea para subvertirlos.



"La idea pasaba por contar una historia de amor desde un ángulo diferente al habitual - dijo Audiard en Cannes-, y se convierte en algo más importante que los elementos de thriller que acaban emergiendo en todas mis películas". En este sentido, el filme mantiene la musculatura propia del cine de género de Audiard, pero también es el más compasivo y humanista de cuantos ha hecho hasta la fecha. Anida en su interior el germen del espíritu del asentamiento, de la conquista de una identidad y de un itinerario que culmina en la violencia como punto sin retorno. Su tensión remite a la serie The Americans, que también ha sido capaz de amontonar instantes de verdad romántica y amor filial en una familia de conveniencia, pero asimismo nos recuerda, como ocurre en los mejores westerns o los mejores noir, que el destino es el único aliado del guerrero.



Un desenlace espectacular

Una imagen de la película

Ese destino es el que se reserva los diez últimos minutos de Dheepan, que tantos escepticismos generaron y seguirán generando. Las mociones a su eficacia son injustificadas, no en vano es difícil imaginar un desenlace más espectacular en una película que básicamente practica el arte de la contención y la parsimonia para que podamos empatizar del todo con el trayecto vital de la familia impostada. Son las incongruencias o las disonancias en el tono, el estallido de la brutalidad en el corazón de la calma sentimental, las que desencadenan todo tipo de dudas en el entramado narrativo de Dheepan. Más allá de los supuestos chirridos, la última Palma de Oro bien puede acabar encontrando justicia a su prestigio.



@carlosreviriego

Un cartel canónico, por Juan Sarda

La Seminci se da un homenaje a sí misma. Para su aniversario, apuesta por una selección canónica con autores que en muchas ocasiones ya han estado varias veces en el festival. Como es tradición, las películas prestan especial atención a asuntos históricos, políticos o de corte social. Ahí está el francés Robert Guéguidian con Une histoire de fou, una historia sobre la relación entre un terrorista armenio y su víctima. Más lejos se marcha Olivier Hirschbiegel con 13 minutos, quien después de El hundimiento retrata el atentado frustrado contra Hitler. El cine de Oriente Medio tiene una gran presencia: con dos películas israelíes (la surrealista Tikkun y Wedding Doll, un drama social), la palestina Degradé, sobre la vida en Gaza, y la iraní Nahid. Regresa Margarethe Von Trotta tras el éxito de Hanna Arendt con El mundo abandonado. De Islandia, dos títulos: el drama rural Hútar y Fúsi, sobre un cuarentón con síndrome de Peter Pan. La presencia española apuesta por el drama familiar. Pere Vilà con L'artèria invisible y La adopción, de Daniela Fejerman, el desgaste de una pareja inmersa en un interminable proceso para adoptar un niño en Lituania. Isabel Coixet cierra el certamen con Nadie quiere la noche, su película en el Polo Norte con Juliette Binoche.