El cineasta Álvaro Longoria con el político nacionalizado norcoreano Alejandro Cao de Benós. Foto: EP
The Propaganda Game, documental de Álvaro Longoria, merece ser visto por las valiosas imágenes que nos proporciona de un país que conocemos poco y mal.
Cerrado el país a cal y canto, Longoria consigue tras un largo y complicado proceso un permiso para entrar. Por supuesto, el director y su equipo están acompañados en todo momento por representantes del gobierno que les preparan la ruta y les enseñan lo que quieren que vea. Y la Corea del Norte que vemos en The Propaganda Game no está, ni mucho menos, tan mal. Pionyang se nos presenta como una ciudad limpia y ordenada donde abundan los jardines y los parques, todos dedicados a los "grandes líderes" que gobiernan el país comunista desde su partición de Corea del Sur y liberación de Japón en 1945.
Longoria confiesa en un momento dado que la constante propaganda con que lo bombardean los emisarios del régimen así como la realidad de un país mucho menos truculento y pobre del que venden los medios de comunicación occidentales comienza a afectarle. Más allá de la monstruosa y constante presencia de la imagen de los queridos líderes en forma de estatuas, fotos oficiales por todas partes o fiestas absurdas en su honor, la Corea del Norte que vemos no tiene el esplendor de Beverly Hills pero es un lugar pacífico en el que sus habitantes repiten sin cesar a cámara que viven en el mejor de los mundos.
¿A quién creer? se pregunta Longoria, ¿a la imagen monstruosa que refleja Occidente o al país idílico de la propaganda comunista? En la película conocemos a un personaje curioso, un español llamado Alejandro, comunista convencido y nacionalizado norcoreano que ejerce como relaciones públicas del régimen y del que no cabe duda que cree absolutamente en su causa. En su mundo, el país, en constante estado de alerta bélica, vive acosado por la amenaza bélica de su rico vecino del sur y su aliado americano. Corea del Norte es un reino militarizado gobernado por la paranoia.
La de Alejandro es, sin embargo, una causa equivocada. Longoria habla de los campos de concentración, de la represión y las torturas e incluye en su documental muchas voces críticas con el régimen. Vale la pena ver The Propaganda Game por las valiosas imágenes que nos proporciona de un país que conocemos poco y mal, hay un buen trabajo de investigación y nivel en los entrevistados. Pero se equivoca Longoria al poner en el mismo nivel la ominosa maquinaria de propaganda norcoreana con la occidental. Una cosa es que en el mundo libre los medios y los gobiernos traten de engañarnos y otra un régimen de terror que avergüenza al mundo. Una cosa es que la verdad no esté clara y otra que no haya certezas.