Arturo Ripstein, dando instrucciones en pleno rodaje de La calle de la amargura

Arturo Ripstein inaugura este viernes el Festival de Gijón con La calle de la amargura, su obra más "buñueliana" y perfecto resumen de sus obsesiones. Sórdida, dolorosa, cómica también, el filme se inspira en la historia real de dos enanos luchadores asesinados por dos prostitutas. Llegará a las salas comerciales la próxima semana y está protagonizado por Patricia Reyes Spíndola, musa de Ripstein, y escrito por la compañera del cineasta, Paz Alicia Garciadiego.

Dice Arturo Ripstein (México D. F., 1943) que nadie entendió México como Buñuel. Y aquí, aunque sólo sea por saber de qué hablamos, conviene detenerse. ¿Qué significa Buñuel? "Buñuel no es exactamente un director de cine. Buñuel es anterior al hecho cinematográfico mismo. Buñuel es inevitable". ¿Y México? "México cuesta mucho trabajo. Hago cine para comprender el mundo que no comprendo. Y eso me produce mucho rencor. La única manera que tengo de entenderlo es inventar. E inventar a mi ciudad, por ejemplo, es un acto de odio riguroso... Reflejo el México que detesto; el que quiero y el que se me vuelve rigurosamente inevitable".



La calle de la amargura no es únicamente la última película de Arturo Ripstein; también es el trabajo con el que el director adorna una carrera de 50 años haciendo cine. Eso y, todo sea dicho, la cinta señalada para inaugurar el Festival de Gijón. Pero no sólo eso. Más allá de las definiciones, La calle de la amargura es inevitable. La calle de la amargura es el más "buñueliano" de los trabajos de Ripstein y el mejor y más preciso acercamiento a un México que ha tocado una pantalla. Inevitable uno; inevitable el otro. "México", dice, "siempre ha derrotado a los directores extranjeros, desde Eisenstein a John Ford. Todos los que lo han visitado han quedado fascinados por lo pintoresco, por el color local, por lo excesivo. Al único que no venció fue a Buñuel, que venía de una tierra más árida aún. Lo mira, lo entiende y lo integra perfectamente en su trabajo. Lo hace suyo. No sólo es una de las miradas más agudas sino más agradecidas y más puras".



Pregunta.- ¿Cuánto cree que debe Ripstein a Buñuel?

Respuesta.- Siempre se me cita como su ayudante de dirección. Es falso, pero ¿quién puede pelear contra la Wikipedia? No creo haber tomado nada de él más que a él mismo. Robarle a Buñuel es como robarle a la naturaleza.



Una imagen de La calle de la amargura

Y ahí lo deja. La última película del mexicano es, si se quiere, un resumen crudo y hasta perfecto de la carrera entera del autor de Profundo carmesí, La reina de la noche y Principio y fin. De nuevo escribe Paz Alicia Garciadiego -su mujer y encarnación viva de Valle-Inclán- y, otra vez, resulta imposible resistirse al cuerpo y la mirada de Patricia Reyes Spíndola. Insiste Ripstein que él no filma feliz. "Lo hago desdichado, vengativo, con miedo. Filmo por rencor. Filmo a la contra". Y claro, ante una declaración así, hasta Schopenhauer caería rendido.



El blanco y negro es para mí la única posibilidad de retratar la realidad. La fotografía en color hace cosas muy extrañas"

La película cuenta la historia necesariamente triste de dos enanos luchadores, además de gemelos. Son la versión disminuida y necesariamente patética de Muerte y AK-47, ellos luchadores de cuerpo entero. Han leído bien. En la película se llaman enanos, canijos, chaparritos... La calle de la amargura ofende porque la realidad es así: ofensiva, violenta y maleducada. También la cinta habla de putas viejas, viejas mendigas, maricones avergonzados y proxenetas vergonzantes. Toda ella está basada en un suceso truculento, negro y muy real (o surreal, qué más da) que conmovió los cimientos del submundo mexicano; los cimientos debajo de los propios cimientos del alma. Es decir, se habla de miseria, de crueldad, de muerte, de sufrimiento y, lo más importante, del misterio que, pese a todo, empuja a seguir. Lo infame, lo indigno, lo podrido o lo cruel, todo está allí. Pero algo empuja a seguir adelante. "La dicha", insiste el director, "es continuar. Y hacerlo más allá de lo comprensible". Y le creemos.



P.- ¿Quizá es para eso para lo que sirve el arte, para seguir?

R.- El arte, a fin de cuentas, no sirve para nada. Sartre decía que la vida es una persona inútil. Y ahí se incluye el arte. Pero sin eso no hay absolutamente nada. El arte es lo único que te aproxima a la realidad y te hace conocerla. Sin arte, no sólo sin el cine, la realidad no tiene estructura ni sentido.



El director construye así su película más cerca del alma de Buñuel y de las aceras de México. En un blanco y negro con la textura de una herida, se trata de penetrar hasta lo más profundo de la infamia; de una infamia universal que esconde, tras la capa espesa de la injusticia, lo otro. Los planos secuencias se mueven como animales heridos en cada una de las escenas talladas en la angustia. En el cine de Ripstein llueve por dentro.



"El blanco y negro", dice para justificar lo más evidente de su película, "es la única posibilidad de retratar la realidad. La fotografía en color hace cosas muy extrañas. Los más grandes fotógrafos han sido alérgicos al color", dice, se toma un segundo y sigue: "Recuerdo haber visto hace unos años los campos de concentración de Kosovo y me resultaron igual que los de los nazis. Y, sin embargo, no eran conmovedores porque eran a color. Resultaba rarísimo. Había algo que me separaba de las víctimas. Y lo que me separaba era la realidad. La realidad es en el blanco y negro, no importa lo colorida que sea. Picasso decía que el color debilita. Y si piensas en el Guernica, lo entiendes".



Y ahí lo deja. Inevitablemente Ripstein. "Con el tiempo tengo cada vez más claro que hemos perdido la capacidad para retratar la profundidad del ser humano. Cada vez le cuesta más al cine hacer algo así. Quizá es cosa de los efectos especiales, porque nos separan del mundo. Quiero creer que es producto de la velocidad y de la enajenación, pero de la fea. Yo siempre he pretendido la enajenación, pero la otra, la que llena el alma".



@luis_m_mundo

Gijón en busca de sí

El festival de Gijón no es de cine fantástico ni europeo ni radical ni lo otro, pero es. O quiere y busca ser. Este año junto a la retrospectiva completa (quizá la primera, aquí hay de qué hablar) del director tailandés Apichatpong Weerasethakul y la clase magistral a cargo del siempre esquivo Víctor Erice, la cita asturiana destaca por una sección oficial que congrega buena parte de los premios más escondidos (menos evidentes) del panorama internacional. Hong Sang-Soo presenta su Leopardo de Oro de Locarno Right Now, Wrong Then; Brillante Mendoza, tras su paso por Cannes, su turbulenta y asfixiante Taklub; el indio Prashant Nair, su triunfo en Sundance Umrika, una mirada crítica al sueño de la emigración a Occidente; Nabil Ayouch hace lo propio con Much Loved, la película prohibida en Marruecos por su descarnada mirada de la prostitución en el mundo islámico; Sebastián Silva trae Nasty Baby, una comedia aplaudida en Berlín hasta alzarse con el premio Teddy... y así hasta completar una lista de imprescindibles que se cierra con The Diary of a Teenage Girl, la adaptación de la novela gráfica de Ph. Gloeckner a cargo de Marielle Heller que promete ser una de las sorpresas de la temporada.