En el centro, sentada, Greta Gerwig en Mistress America, de Noah Baumbach

Poseído por la febril creatividad, el neoyorquino Noah Baumbach ha estrenado tres películas en poco más de un año. Mistress America es la última en llegar (este viernes) a nuestra cartelera, de nuevo con Greta Gerwig para explorar los resortes de la comedia moderna.

El cine de Noah Baumbach celebra y desmitifica al mismo tiempo el fenómeno cultural. En sus películas conviven los retratos más mordaces de la bohemia -pintores, cineastas, músicos, escritores... todos forman una viperina jungla narcisista y amoral en busca de la fama- con las exposiciones más intelectuales que el cine indie se permite en estos momentos. En su universo, como en el de Woody Allen o Jim Jarmusch, no son extrañas las referencias a Proust, Bellow, Shostakovich, Godard o Pennebaker, pero también hace explícitas, en boca de sus personajes, reflexiones tan esquivas (o irresolubles) como el fin de las jerarquías entre la cultura minoritaria y la cultura de consumo masivo. Terrenos en los que a Baumbach le gusta sumergir su vitriolo en busca de un tono cáustico que ha ido templando con el tiempo.



La extravagancia de Baumbach es que el clímax emocional de sus relatos sea también el debate intelectual que los sostiene. Literalmente. Tanto Mientras seamos jóvenes como Mistress America, sus dos últimos trabajos, proponen la deflagración de las amistades que pone en juego el filme mediante una encendida discusión en torno a la ética del creador [sic]. Ciertamente, una extravagancia capaz de justificar por sí sola las portadas que le ha dedicado Film Comment. Precisamente en la conversación que publicó la prestigiosa revista americana entre Baumbach y su discípulo Alex Ross Perry (Queen of Earth), el autor de Margot y la boda (2007) sostiene que está "tratando de dramatizar la psicología, y una manera de hacerlo es crear personajes que ejercen un efecto espejo sobre otro".



La jugada se repite en su última película en llegar a las salas (aunque la rodara antes que Mientras seamos jóvenes), y que acaso es la más refinada y libre en su abierto proceso de destripar los clichés y complejos de la comedia moderna. Si los documentalistas Josh (Ben Stiller) y Jamie (Adam Driver) de Mientras seamos jóvenes, separados por más de veinte años de edad, diferían sobre los límites que cada uno traza entre lo ficticio y lo real, en Mistress America la amistad también interpuesta por un muro generacional entre Brooke (Greta Gerwig) y la estudiante Tracy (Lola Kirke) se descompone cuando un relato que escribe la joven universitaria basado en la hipster treintañera hiere los sentimientos de ésta.



Todo procede quizá de la ambición, esa gran idea americana que recorre su historia (y su cine) desde los pioneros hasta nuestros días, y que Baumbach representa en la continuada creación de personajes ahogados por sus inalcanzables aspiraciones. "O son lo que quieren ser o no son nada", dice el autor de Una historia de Brooklyn (2005), donde el adolescente Jesse Eisenberg plagiaba a Pink Floyd para estar a la altura de las expectativas en el concurso de talentos del instituto. Así, si la bailarina que interpretaba Gerwig en Frances Ha (2012) prefiere insistir en ser contratada por una compañía de baile a aceptar sus limitaciones, también su personaje en Mistress America es, como la retrata Tracy, alguien que "puede examinar a todo el mundo con una precisión dolorosa, menos a ella misma".



La corrosión y la libertad

La bilis corrosiva que pone en crisis todos los sistemas de relaciones humanas, especialmente la familia, con los que se nutre el cine de Baumbach desde su debut hace veinte años -Kicking and Screaming (1995)-, parecía la más afinada para convertir en guión la novela de Jonathan Franzen Las correcciones, en torno a la reunión navideña de tres generaciones de una familia disfuncional del Medio Oeste. De hecho, la adaptación que hizo como serie de la HBO se materializó en un piloto que nunca ha salido de los estudios, y solo podemos especular sobre los porqués. "No supe interpretar lo que realmente significa hacer televisión. No sentí la misma clase de comodidad que haciendo una película", es lo poco que ha dicho Baumbach al respecto.



Quizá su respuesta (o reacción) más directa sea la película que escribió y dirigió casi en simultaneidad al proceso televisivo, Frances Ha, cuya contagiosa libertad es fuente tanto de sus conquistas como de sus imperfecciones. La libertad de movimientos de sus últimas comedias -que suman o bien una trilogía o dos dípticos en los que Mientras seamos jóvenes actúa de pivote- es la que permite que Mistress America nos obligue a cambiar nuestra forma de verla: en el preciso momento en que el relato se encierra en una casa transparente y el aparente naturalismo de la comedia neoyorquina da paso a una reactualización de la screwball comedy. Ese esfuerzo para modificar el paradigma perceptivo de la comedia es el que no están dispuestos a hacer todos aquellos que constriñen el cine del neoyorquino a una versión deficiente de Woody Allen, Eric Rohmer o John Hughes.



Las cincuenta tomas que, confiesa, se vio obligado a rodar de determinadas escenas de Mistress America, en busca de la precisión cómica de Hawks, Cukor o Lubitsch, confirman la intensa búsqueda en su trabajo de una estilización del mundo que no lo convierta en una réplica o simulacro en la pantalla, sino en algo más grande que eso, autónomo. Su cine se encuentra en la quimera de la realidad, o más bien en el realismo de la quimera.



@carlosreviriego