Imagen de la película Nadie quiere la noche
Cineasta ambiciosa con un sello propio, autora de algunas buenas películas como aquella ya mítica Cosas que nunca te dije (1996) o La vida secreta de las palabras (2005), su mejor filme, Isabel Coixet se traslada hasta el Polo Ártico, un paisaje de por sí muy "coixetiano" pues es una artista aficionada a los paisajes áridos y desérticos como la América profunda inacabable de la primera en que las cuitas de Lili Taylor se integraban en esa monotonía infinita o ese mar Atlántico inabarcable donde Tim Robbins sufría como un paciente inglés en medio de la nada en la segunda.Siendo, por tanto, en parte terreno conocido, hay, sin duda, riesgo y valentía en Nadie quiere la noche, proyecto escrito por Miguel Barros (Blackthorn), dirigido en parte en Canarias con una actriz francesa (Juliette Binoche) haciendo el papel de Josephine Peary, una neoyorquina sofisticada de principios del siglo XX, escritora, exploradora y esposa del mítico Robert, perdida en el Polo Norte en busca de su marido y una japonesa, Rinko Kikuchi (Mapa de los sonidos de Tokio) haciendo de esquimal. Con algún chirrido, Coixet maneja con admirable armonía esta cacofonía intercultural para seducirnos, sobre todo, con una película bellísima en lo formal donde como decía Luis Martínez cuando se presentó en Berlín hace muchísimo frío.
Dividida en dos partes, la primera, con sus aventuras a la antigua usanza, sus hombres duros como un crepuscular Gabriel Byrne y sus trineos nos llevan al mundo mítico de la Alaska de Jack London. Un mundo rudo y duro con el clima más adverso del mundo en el que Josephine-Binoche aparece como una princesa prepotente dispuesta a conquistar las llanuras árticas como ha conquistado los salones de la Quinta Avenida, donde su arrojo será sin duda celebrado y comentado. Toda esta primera parte la filma Coixet de manera espléndida y aunque solo sea por la belleza de las imágenes del Polo Norte y el maravilloso espíritu épico ya vale la pena verla.
En la segunda parte, la sofisticada exploradora se queda encerrada en medio de la nada con una joven esquimal con la que tendrá que aprender a convivir durante meses hasta que es rescatada. Duelo de dos actrices admirables, Binoche y Kikuchi logran dar vida y espíritu a esta extraña pareja que comienza cargada de prejuicios (sobre todo por parte de la americana) y poco a poco va descubriendo su humanidad en común generando un vínculo afectivo emocionante. Hay quien ha visto condescendencia en la mirada de Coixet sobre la inuit, no estoy de acuerdo. Binoche es una actriz sensacional, por momentos espectacular, y la riqueza de matices que desarrolla en su relación con la joven ofrecen una lectura mucho más profunda.
Nadie quiere la noche es una película un poco rara y puede que su atrevimiento sorprenda o desconcierte a algunos. En parte, que yo sepa, porque apenas conocemos la cultura inuit salvo aquel maravilloso documental clásico, Nanuk, el esquimal (1922), y tenemos pocos asideros para juzgarlo. Para quien el mix intercultural de Coixet resulte indigesto, siempre le quedará la belleza del paisaje. Esa es inapelable.
@juansarda