El cineasta estadounidense David Lynch cumple hoy 70 años en plena preparación de la tercera temporada de Twin Peaks tras más de 10 años sin estrenar ninguna película



El cineasta estadounidense David Lynch cumple hoy 70 años en plena preparación de la tercera temporada de Twin Peaks, la serie que a principios de los 90 se convirtió en todo un fenómeno catódico y que, si analizamos detenidamente la cuestión, se encuentra en el origen de la Edad de Oro de las series, gracias a la ruptura formal con los esquemas televisivos de la época. Sin embargo, la nueva temporada no llegará a las pantallas de televisiones, ordenadores, tablets y móviles hasta 2017 y ya son muchos años sin que el director estrene nuevo material para saciar la voracidad de sus incondicionales. De hecho, su última película, Inland Empire, data de 2006 por lo que cuando veamos regresar al Agente Cooper (Kyle MacLachlan está confirmado para darle vida de nuevo) al inquietante pueblo de Twin Peaks habrán pasado más de 10 años de apagón audiovisual para el director de Cabeza borradora, si no contamos con alguna que otra serie bizarra para internet (Dumbland, Rabbits) y varios cortos sin mayor interés.



Bien es cierto que Lynch es un artista multidisciplinar y en este tiempo ha aprovechado para lanzar un par de discos (Crazy Clown Time y The Big Dream) que fueron bien recibidos por la crítica pero no tanto por el público y para continuar ejercitando su talento para otra de sus actividades predilectas, la pintura. Pero si en alguna disciplina David Lynch es único es sin duda en el relato audiovisual y por tanto es de celebrar que uno de las visiones más personales del cine y la televisión regrese a la arena con Twin Peaks y lo haga además con todas las facilidades que le otorga la cadena Showtime, teniendo en cuenta que en contadas ocasiones ha contado con un apoyo económico importante para levantar sus películas, probablemente a raíz del fracaso de Dune, la más que fallida adaptación de la novela de ciencia ficción de Frank Herbert.



Como escribió el crítico Roberto Cueto en El Cultural, en sus películas Lynch "cultiva un extraño desbarajuste narrativo que progresivamente se impone sobre sus relatos hasta que el espectador se convierte en reflejo de los propios personajes que los habitan: como ellos, recorre los inesperados recovecos de una ficción que el guion se niega a cartografiar, deambula por la película sin orientación posible". Así sucede en tres de sus cuatro últimas películas, Carretera Perdida (1997), Mulholland Drive (2001) e Inland Empire (2006), obras que atraviesan la retina para confundirse en el lugar del cerebro donde se generan los sueños y que nos hacen dudar de si estamos despiertos. Eso sucede en esta escena de Mulholland Drive.







Todo arrancó con Cabeza borradora en 1977, un filme de universos imposibles en el que confluyen sin estridencia la imaginería sexual, el caos visual y la sublime extravagancia. Y de nuevo la duda: ¿esto es una pesadilla? Lo mismo sucede con Terciopelo azul, en donde el típico vecindario modélico y pacífico de casas adosadas guarda irremediablemente secretos, entre ellos un Dennis Hooper absolutamente inquietante. ¿Es este sueño plácido realmente una pesadilla? Por supuesto. ¿Y este cuento de hadas que es Corazón salvaje no parece más bien una historia demoníaca? Y qué pasa con Bill Pullman en ese momento de Carretera perdida en donde todo se retuerce. Y por supuesto la sala roja, esa sala roja de Twin Peaks en donde, como cantaban Los piratas, "se habla al revés y hay música en el aire / La chica guapa se queja que sus brazos se doblan hacia atrás".



Una sorpresa nos llevamos cuando Lynch visitó en 2013 nuestro país para participar en el Festival Rizoma: no es tan oscuro en persona como podríamos pensar (teníamos cierta esperanza a raíz de la magistral y muy emotiva Una historia verdadera). "Se preguntarán por qué alguien que ha hecho películas tan oscuras viene aquí a hablarles de felicidad", explicaba el director, que venía a hablar sobre Meditación Trascendental. "Pues bien, no es algo que esté reñido. Nuestro mundo es oscuro y problemático, y yo tomo ideas de este mundo de las que me enamoro. Una película no puede transmitir felicidad de principio a fin, necesita un conflicto, pero no tiene por qué ser así en la vida. Como director intento entender el sufrimiento de cada historia, pero en la vida trato de ser feliz y no sufrir. Mi cine es oscuro, qué le vamos a hacer, yo me enamoro de lo que me enamoro, pero el artista no debe sufrir para contar el sufrimiento".



@JavierYusteTosi