Leticia Dolera, nominada a Mejor Director Novel por Requisitos... y Paula Ortiz, nominada a Mejor Director por La novia, en el rodaje de De tu ventana a la mía de la propia Ortiz

Daniel Guzmán, Leticia Dolera, Dani de la Torre y Juan Miguel del Castillo, nominados a Mejor Director Novel en la presente edición de los Goya, escriben respectivamente sobre Isabel Coixet, Paula Ortiz, Cesc Gay y Fernando León de Aranoa, nominados a Mejor Director.

Cuatro talentos están a un solo paso de convertirse en el director más prometedor del cine español. Daniel Guzmán por A cambio de nada (que parte con ventaja por estar también nominado su filme a mejor película), Leticia Dolera por Requisitos para ser una persona normal, Juan Miguel del Castillo por Techo y comida y Dani de la Torre por El desconocido compiten en la categoría de Mejor Director Novel en la 30ª edición de los Premios Goya, un galardón que en los últimos años ha apadrinado algunas de las carreras más sólidas del cine español como la de Fernando León de Aranoa, que lo ganó en 1997 por Familia y que ahora compite en la categoría de Mejor Director por Un día perfecto.



Sin embargo, si su nombre no es el que anuncien el sábado por la noche para recoger el premio en el escenario del Madrid Marriott Auditorium Hotel, estos directores primerizos no tienen en principio de que preocuparse. El resto de nominados a Mejor Director compitieron es su momento por el Goya al Mejor Director Novel y ninguno se llevó el gato al agua. Isabel Coixet lo perdió en 1989 frente a Ana Díez, Cesc Gay en el 2000 frente a Achero Mañas y Paula Ortiz en 2011 en favor de Kike Maíllo. A pesar de la derrota, hoy son figuras destacadas para el cine español.



Ahora, a petición de El Cultural, los noveles homenajean a sus mayores. Daniel Guzmán escribe sobre Isabel Coixet, Leticia Dolera (que aparece en La novia) sobre Paula Ortiz, Dani de la Torre sobre Cesc Gay y Juan Miguel del Castillo sobre Fernando León de Aranoa.



Isabel Coixet, por Daniel Guzmán

Isabel Coixet es, sin duda, uno de los nombres propios de nuestra cinematografía. Siempre he admirado su forma de rodar, más allá de sus encuadres, más allá del propio movimiento de cámara que impregna cada imagen siempre que ella opera, más allá de la belleza plástica de sus composiciones. Isabel tiene una capacidad visual y narrativa de una elegancia absoluta. Sus películas, en este sentido, son una partitura que funciona a la perfección y te deleita como espectador. Su cine contiene una belleza indiscutible.



Mi vida sin mí es uno de mis referentes cinematográficos. Lo tiene todo. La historia te atrapa y no te suelta hasta la última palabra, cada imagen tiene un significado preciso, los diálogos y la música acarician tus sentidos y la puesta en escena, junto a su visualización, conforman la belleza de la realidad. Contenido y forma se unen para formar un todo. Es ese tipo de película lo que como cineasta te gustaría hacer. Creo que desde Cosas que nunca te dije hasta Aprendiendo a conducir y Nadie quiere la noche, aún siendo propuestas y registros totalmente diferentes, sólo necesitas ver veinte segundos para saber que esas películas son suyas. Entiendo que, en cierta medida, ha conseguido esa solvencia narrativa conjugando la plasticidad del lenguaje visual de la buena publicidad con una narrativa cinematográfica propia.



Su última película, Nadie quiere la noche, a mi modo de ver, nace una vez más de su propio ADN. Vuelve a bucear en su universo inquietante de emociones y sentimientos sin profesar respuestas. Diseccionando con su bisturí los subterfugios del ser humano. Combina la enorme plasticidad del entorno elegido con el fuego de los sentimientos llevados al límite para hablar de la soledad, el amor, la muerte, la locura... La locura de contar una historia contra el viento y el frío del lugar y la marea de los tiempos cinematográficos que corren. Una película de época en el Polo Norte con la que está cayendo... Después de mi odisea personal con A cambio de nada, sólo me hace falta asomarme a la película de alguno de mis compañeros para entender que contar historias es un oficio de locos. Y para mí, Isabel Coixet pertenece a ese grupo de cineastas que admiro por su maravillosa locura.



Una imagen de Nadie quiere la noche de Isabel Coixet


Paula Ortiz, por Leticia Dolera

En la obra de Lorca cada palabra es una llave que te va abriendo puertas a su universo y su sentir, te las abre como lectora, pero también como actriz. Cuando interpretas a Lorca lo mejor que puedes hacer es convertirte en un canal y dejarte llevar por él y por el poder de sus palabras. Precisamente por eso me resulta natural que Paula Ortiz, filóloga además de cineasta, haya tenido la necesidad de llevar un Lorca a la gran pantalla, porque Paula es una amante de la palabra y de su poder de evocación.



En La novia la palabra de Lorca resuena con fuerza, pero no está sola, está arropada por el universo de Paula, donde lo bello se convierte en sublime y la emoción y la música embriagan hasta decir basta. Y es que esta valiente directora no se ha limitado a poner frente a la cámara Bodas de Sangre, sino que lo ha pasado por sus propias entrañas y su propia visión como autora; porque eso es lo que es Paula, una autora con una visión muy particular, con un universo propio y con muchas cosas que contar.



Sinceramente, yo no me pregunto si esté sábado Paula se llevará el Goya o no... lo que yo me pregunto es ¿cuál será su próxima película?



Una imagen de La novia de Paula Ortiz


Cesc Gay, por Dani de la Torre

Le tenía miedo, he de confesarlo: cáncer terminal, despedida, dolor, lágrimas, amigos del alma, hijos, un animal, la muerte.



Todo lo que me haría huir, lo que no quiero ver, por cobardía sí, por no sufrir.



Pero no puedo evitarlo, voy al cine y la veo.



Siempre me ha gustado el cine de Cesc Gay, su estilo directo, sin artificios, con diálogos profundos y personajes que buscan el contacto y expresar lo que sienten, lo que llevan dentro, lo diferente e iguales que podemos ser.



Por eso tenía miedo, por encontrarme algo de verdad, auténtico, seco y duro, como un cáncer, que me dejase tambaleando y me reprochase el por qué lo hice, si ya sabía lo que pasaría.



Pero no, no pasó, fui, la vi, los vi.



Quizás es la primera vez que me pasa con su cine, la historia me la contaban sus silencios, la sencillez con la que se narra el drama sin que esté presente, el humor que desprenden los actos más crueles.



Ellos están magníficos, sí, Darín, Cámara y Fonzi, nada raro, siempre lo están, es verdad, pero es mas difícil estar magníficos dentro de la normalidad, de lo cotidiano y de lo sencillo, a pesar de lo extraordinario que viven sus personajes.



En Truman está todo, el tiempo, los errores y los aciertos, las virtudes y los defectos, lo miserable y lo maravilloso, lo que somos.



La muerte no, la vida.



Una imagen de Truman de Cesc Gay


Fernando León de Aranoa, por Juan Miguel del Castillo

Hace poco tuve la suerte de conocer en una gala de premios de cine a Fernando León de Aranoa, sin duda uno de los grandes del cine español. Todavía recuerdo con emoción el momento igual que el día que vi por primera vez Barrio, una de mis películas favoritas.



Un día perfecto es una historia distinta a las anteriores, una película más madura, profunda y con un estilo diferente a lo que nos tenía acostumbrados. Me encanta su atmósfera, su fotografía y se agradece ese ritmo tranquilo con buenos diálogos y dosis de humor.



Fernando León sabe contarnos con maestría una historia muy dura de la guerra de Yugoslavia mezclando el drama y la comedia.



Película con mensaje, divertida y momentos de muy buen cine.



Una imagen de Un día perfecto de Fernando León de Aranoa