Belén Rueda y Maria Pujalte en La noche que mi madre mató a mi padre

La directora presenta en el Festival de Cine de Málaga La noche que mi madre mató a mi padre, una divertida comedia negra protagonizada por Belén Rueda; Marc Crehuet enfrenta en su última película dos maneras de ver el mundo, la del pijo antisistema y la del funcionario medio; y Manuela Moreno plantea en Rumbos un relato de vidas cruzadas protagonizada por personajes al volante.

Junto a Daniela Fejerman, la directora Inés París (Madrid, 1962) firmó algunas de las mejores comedias del reciente cine español. Películas como A mi madre le gustan las mujeres (2002) o Semen, una historia de amor (2005) cimentaron la fama de una cineasta que, además de conocer la manera de lograr el milagro de hacer reír, lo conseguía con películas inteligentes que destacaban por las buenas interpretaciones de sus actores. En solitario, París ha presentado en el Festival de Málaga la divertidísima La noche que mi madre mató a mi padre, otra comedia, en este caso negrísima, en la que nada es lo que parece y que sirve como vehículo de lucimiento de una Belén Rueda en estado de gracia secundada por los no menos hilarantes Eduard Fernández, María Pujalte, Fele Martínez o Diego Peretti haciendo de sí mismo.



En La noche que mi madre mató a mi padre se mezcla la comedia de enredo, incluso el sainete en su sentido más noble, con una parodia sobre el mundo del espectáculo y la burguesía a sumar una reflexión de fondo sobre las muchas confluencias entre realidad y ficción y la forma en que se retroalimentan. Conviene no desvelar sus muchos giros de trama pero puede avanzarse que, y aquí hay reminiscencias de El ángel exterminador, de Buñuel, la directora encierra a cinco personajes de la burguesía ilustrada para romper la noche con la inexplicable muerte del ex marido del personaje de Rueda, una actriz en horas bajas casada con un novelista a punto de cerrar el trato para una película.







Con unos diálogos ingeniosos y vivaces, París construye un delicioso crescendo que atrapa al espectador con un ingenioso juego de espejos en el que la ficción construye la realidad y la realidad, la ficción en una tronchante metáfora sobre la forma en que los creadores subliman sus pasiones ocultas a través de su propio arte. Hay momentos gloriosos en este filme que seducirá al público cuando llegue a las salas este mismo viernes.



Basada en una exitosa obra de teatro escrita por el propio director, Marc Crehuet, quien debuta tras la cámara, El rey tuerto tiene ecos de Un dios salvaje, de Yasmina Reza, que adaptó Roman Polanski en su retrato de las pequeñas miserias de la clase media occidental. La película parte de una premisa atractiva, dos amigas que hace tiempo que no se ven conectan por Facebook y quedan para cenar con sus respectivos maridos. Lo que no saben es que el marido de la una es el policía antidisturbios que dejó tuerto en una manifestación al marido de la otra. El conflicto es inevitable y Crehuet firma una película tan perversa como gozosa que cuanto más enloquece mejor es.







Muy bien interpretada por Miki Esparbé y Alain Hernández junto a Ruth Llopis y Betsy Túrnez, la película enfrenta dos maneras completamente distintas de ver el mundo (el pijo antisistema frente al funcionario de clase media) para crear una brutal y grotesca radiografía de una sociedad enfrentada entre derecha e izquierda, un conflicto que en nuestro país siempre ha sido especialmente sangrante. Hay buen cine en El rey tuerto. Aunque echo de menos que la película se posicione de una manera menos clara, uno se queda impactado y pensando cuando termina. Y la recuerda.



Tras Cómo sobrevivir a una despedida, la directora Manuela Moreno presenta Rumbos, un filme mucho más personal que plantea un relato de vidas cruzadas en la Barcelona de hoy. Suele suceder con las películas episódicas que algunos capítulos tienen más interés que otros y este caso no es una excepción. Hay momentos de verdad como la aparición de la siempre maravillosa Pilar López de Ayala abriendo la película o la magnífica secuencia de esa gran actriz que es Carmen Machi. Otras no funcionan tan bien como la historia de los chicos, en parte porque resulta extraño ver a dos chavales hablando con acento de Vallecas en Cataluña. Esa falta de verosimilitud en el lenguaje y en la forma de expresarse sigue figurando en el 'debe' del cine español.







A pesar de los altibajos, Moreno imprime emoción a una película en la que ha puesto toda la carne en el asador, es un salto adelante artístico muy meditado y muy "sentido" que nos obliga a mirar con interés a una directora que también sale viva del envite estilístico que supone construir un filme en el que los actores se pasan todo el rato conduciendo.



@juansarda