Fai bei sogno (Dulces sueños) de Marco Bellochio

Marco Bellochio demuestra en el Festival de Cannes con Fai bei sogni, película importante y conmovedora que no compite por la Palma de Oro, que hay pocos cineastas capaces de hacerle sombra. Alain Guiraudie alerta sobre los lobos tecnológico en Rester Vertical y Ken Loach no puede evitar la manipulación emocional en I, Daniel Blake. Por último Jodie Foster, fuera de concurso, naufraga en Money Monster.

Si lo que buscamos es cine perdurable, en el día de ayer lo encontramos fuera de competición por la Palma de Oro. Inauguró la Quincena de Realizadores un poeta italiano al que pocos de sus compatriotas y demás autores europeos pueden hoy en día hacerle sombra, el gran Marco Bellochio. Dudo mucho que en el resto de esta 69 edición nos encontremos con una pieza tan importante y conmovedora como Fai bei sogni (Dulces sueños), y al mismo tiempo tan rica, imaginativa, libre, poética, insaciablemente hermosa. A su modo es una película de fantasmas como lo era Sangue de mio sangue, que presentó en agosto en Venecia. Conduce a la perplejidad cómo se pueden hilar dos obras maestras tan cercanas la una de la otra y tan distintas entre sí.



Fai bei sogno es la ensoñación traumática, el melancólico trayecto interior de un niño en duelo por la muerte de su madre. Un niño que se hace adulto y treinta años después sigue buscando el espectro materno, el modo de superar el abandono y sobrevivir emocionalmente a la ausencia. El filme está basado en una novela superventas en Italia de 2012, en la que el periodista Massimo Gamellini narra su experiencia autobiográfica. El compromiso con las emociones cardinales y la intensidad poética que vuelca Bellochio en el relato puede hacernos pensar que el cineasta está desmembrando su propio dolor en las imágenes. Es un film que se propone viajar hasta el tuétano de un sentimiento, y absolutamente todas las escenas, todos los aparentes desvíos narrativos, todos los saltos temporales, todo lo que en él ocurre (incluso un sorprendente capítulo en Sarajevo en torno a la ética del fotoperiodismo), tienen el propósito único de llenar un vacío irremplazable.



La audacia de Fai bei sogno es que la melancolía que pone en forma está plagada de trampas para cualquier cineasta deshonesto y en busca de la lágrima fácil. El maestro Bellochio las sortea no mediante la estrategia de saltar por encima de ellas, sino de pisarlas delicadamente, de comprender sus misterios y conducirnos a lugares inesperados para convocar el mismo fantasma una y otra vez adoptando disparidad de formas que recorren el musical, el universo onírico, la idealización del pretérito, la cultura televisiva y la alucinación fantasmagórica. El imaginario estético y la misteriosa dulzura de la puesta en escena no cesan de proponer rimas y juegos de espejos, como si el relato original no tuviera de hecho un origen literario, sino que su escritura fuera estrictamente visual. Pasado, presente y futuro parecen ocupar una misma dimensión en el flujo temporal de la película. Fai bei sogno es una cumbre del relato autobiográfico y el drama familiar, como lo fue Voces distantes para Terrence Davies, pero sobre todo es una inagotable fuente de poesía cinematográfica.



La competición por la Palma de Oro, sin embargo, estuvo en otro lado, en el cine francés y británico, en Alain Guiraudie y en Ken Loach.



Rester Vertical de Alain Guiraudie

Despertó la atención con Le Roi de l'évasión, pero su verdadera conquista de la comunidad cinéfila se produjo hace tres años en este mismo escenario, con El desconocido del lago, película inclasificable, sabia y perversa donde las haya. Guiraudie es uno de esos autores de mirada tan genuina, libre y pasional que aún permite creer en nuevos modos de representación para el cine. Sobre todo en lo que respecta al deseo y la naturaleza, a la indiferencia sexual de una mirada que filma con inusitada naturalidad el hedonismo como forma de vida. El experimentalismo de Guiraudie no surge de la impostura sino de la mirada esencialmente personal, de una tradición que hace confluir a Renoir y Pasolini en el siglo XXI. Eso es lo que volvemos a encontrar en Rester Vertical, una fábula de lobos y ovejas sobre un cineasta y una pastora y el bebé que tienen entre los dos, sobre un ogro en forma de padre y un anciano que escucha a Pink Floyd y que encontrará en la sodomización el éxtasis de la muerte. En la confrontación entre el espacio rural y urbano que pone en escena la película, en la explicitud carnal para filmar el sexo, en la noción prácticamente biológica de la maternidad y la paternidad, el director parece advertirnos de las amenazas de la civilización moderna a las formas de vida ancestrales, a la creciente desaparición del contacto humano con el salvajismo animal y la sensualidad de la naturaleza. Frente a esos lobos tecnológicos, nos dice el título, hay que permanecer de pie, bien firmes.



I, Daniel Blake de Ken Loach

Otra clase de firmeza, mucho más reconocible, es la que siempre le ha gustado retratar a Ken Loach en sus personajes. Seres tozudos, honestos, de raíz proletaria, en perpetua lucha contra los sistemas que merman la dignidad humana. I, Daniel Blake es una nueva reivindicación en primer plano del discurso que ha hecho tan reconocible el cine de Loach, y que establece un claro eco con Mi nombre es Joe (incluso en el título), el retrato de una integridad humanista que en muchas ocasiones confunde los buenos sentimientos con el predicamento ideológico y las estrategias maniqueas. En cierto modo, I, Daniel Blake es un Loach que quiere aliarse con la contención pero cuya propia naturaleza sentimentalista se lo pone imposible. El momento más patético de manipulación emocional acontece en un banco de comida -una madre con sus dos hijos pequeños arrojándose desesperada a una lata de judías-, y a partir de ahí la historia no encuentra freno al énfasis innecesario, como si siempre hiciera falta el atajo (melo)dramático como solución narrativa.



Aún con todo, desbordando sus estrategias deshonestas, el filme puede redimirse en la pasión y el idealismo en la dirección, en las interpretaciones del cómico Dave Johns en la piel de un viudo con problemas cardíacos atrapado por la burocracia de las ayudas sociales, de Hayley Squires como la madre soltera y abocada a la prostitución para alimentar a sus hijos. El molde del tándem Laverty-Loach funciona con evidente solvencia en su retrato del proceso de deshumanización social frente al desmantelamiento del estado de bienestar europeo y la digitalizacón administrativa, y aunque los medios dramáticos sean muy discutibles, al límite de ofender inteligencias y sensibilidades, la causa final parecía justificar los tibios aplausos que se escucharon en la sala.



Money Monster de Jodie Foster

El sistema financiero no tiene la culpa de nada de todo esto. El problema es que hay empresarios y banqueros corruptos que especulan con los ahorros de las personas. Esta parece ser la ingenua y simplona conclusión a la que llega Jodie Foster, esta vez detrás de las cámaras como productora y directora de la previsible Money Monster, último de los thrillers hollywoodenses en torno a los efectos de la crisis económica. El surtido de estrellas comandado por George Clooney y Julia Roberts apenas puede mantener en pie un guion que ni siquiera se ajusta a las mínimas exigencias de plausibilidad en su modo de canalizar la indignación de una ciudadanía estafada. El secuestro en directo del presentador estrella de un programa de información económica, a quien un tipo que ha perdido todos sus ahorros siguiendo los consejos de inversión del periodista le coloca un chaleco explosivo delante de las cámaras, quiere acaso mirarse en el espejo de Tarde de perros y Network, pero el resultado, mecánico en la realización, carente de tensión, está tan lejos de la bilis envenenada y la lucidez cinematográfica de aquellas películas que la comparación estará revolviendo a Sidney Lumet en su tumba. La película se vio fuera de concurso, frente a la expectación mediática de recibir por primera vez a la novia de América en Cannes. Solo esta circunstancia justifica la presencia en el certamen galo de una película tan irrelevante y mediocre, tan poquita cosa en definitiva.



@carlosreviriego