Fotograma de Loving de Jeff Nichols
Jeff Nichols apuesta por la sobriedad y contención en Loving, el caso real de los años sesenta que conquistó los derechos civiles del matrimonio interracial en Estados Unidos. El francés Olivier Assayas, en connivencia con Kristen Stewart, entrega Personal Shopper, una película de fantasmas que no aterra ni fascina, sino que apela a la fascinación intelectual.
El director norteamericano que se dio a conocer aquí en Cannes con Take Shelter, y cuya anterior película sigue sin distribución en España (Midnight Special), opta en todo caso por la factura clásica de Mud, que también compitió en el festival galo. Los aliados de la inteligente, extraordinaria puesta en escena -entendida como la visión de conjunto de la película: el ritmo de las escenas, los ecos entre ellas, la luz y la composición de los encuadres, la banda musical, la estructura del guion- son la contención narrativa y la sobriedad dramática, pero sin menoscabo de la emoción que anida en el relato. En términos cinematográficos, todo va encaminado hacia el mismo lugar. Gran parte del mérito le corresponde a la sublime interpretación de Joel Edgerton como Richard Loving, el obrero taciturno, el padre de familia intachable, el hombre del las mil virtudes que sin embargo no es retratado como un héroe, sino como un tipo común que ama a su familia. En determinado momento, de hecho, la película trasvasa el protagonismo a su mujer, que toma la iniciativa del litigio cuando su marido se amedra o ve la situación demasiado cuesta arriba.
Kristen Stewart en Personal Shopper de Olivier Assayas
Había mucha expectación por ver qué resultaba de la segunda experiencia del cineasta Olivier Assayas dirigiendo a Kristen Stewart de nuevo tras Viaje a Sils Maria, esta vez como protagonista absoluta, en una película de fantasmas rodada en París. Personal Shopper es el filme-puzzle, descaradamente conceptual, de un creador de colmillo retorcido para espectadores de colmillos retorcidos. El significado no parece estar nunca en la superficie, sino que nos obliga a rascar más allá y recomponer las fugas de una trama solo en apariencia inconsistente. La historia de la asistente personal de una celebridad -en un papel muy similar al que interpretó la estrella de Crepúsculo en Viaje a Sils Maria- que ha perdido a su hermano mellizo y tiene poderes para contactar con el más allá coloca el cine de género bajo el escrutinio y la sensibilidad del cine de autor más autoconsciente. No contaremos nada del relato porque hay que mantener la sorpresa virgen ante lo que finalmente emana como un lúcido y metafórico dispositivo sobre la disolución de las identidades en la era digital, convertidos todos nosotros en fantasmas cibernéticos, en la que el cineasta francés recupera algunas esencias de Hitchcock, Brian de Palma, Polanski y Cronenberg.Quizá el verdadero placer de la película es de naturaleza intelectual, o conceptual -como los cuadros de la médium Hilma af Klimt, pionera del arte abstracto, nos señala el filme-, con lo que su fascinación llega después, y no tanto durante el visionado. De un tiempo a esta parte, en sus últimas películas, Assayas también parece un cineasta de naturaleza fantasmagórica. La puesta en escena de Personal Shopper busca el fantasma de la energía propulsora de sus mejores filmes, sobre todo de Demonlover, pero no la encuentra. Es un filme que se disfruta cuando ha terminado y se nos aparecen sus ectoplasmas en el recuerdo. Y por eso invita a verlo de nuevo, en otra ocasión. No sé si es lo mejor que se puede decir de un filme. Su desconcierto en todo caso nos invita a pensar que, con el tiempo, podamos encontrar la grandeza que algunos ya han visto en ella, o al contrario, la catástrofe a la que parte de la prensa (pocos pero ruidosos) reaccionó con abucheos. Agradezco el salto mortal, pero para mí no es lo uno ni lo otro. Las películas, en su condición de ectoplasmas, deben fascinar con el proyector encendido. Pero esa es otra historia.
@carlosreviriego