Jerzy Skolimowski. Foto: Festival Agency
11 minutos, que podrá verse este fin de semana en FILMadrid, recupera la versión más frenética de Jerzy Skolimowski convencido de recuperar para el cine la gracia del movimiento. El director polaco, que ha curado sus fracasos gracias a las artes plásticas, nos cuenta los entresijos de esta nueva entrega y la utilización del espacio-tiempo.
Y ahí lo deja.
11 minutes, película que compitió en el último Festival de Venecia y que este fin de semana clausura FILMadrid, es básicamente un atentado contra el tiempo; un intento de refutarlo. A su manera, también lo era Essential killing. La cinta de 2010 se vivía toda ella como una huida. Sin palabras, sin más explicaciones que la fiebre, un hombre en fuga corría en un ejercicio de supervivencia que quería devolver al cine la gracia de la desesperación. El único discurso posible era el del movimiento. Ahora, un paso más allá, se trata de contar los once minutos que preceden a un cataclismo. El tiempo se fracciona en varias historias que discurren en paralelo sobre la pantalla en una única dirección: el más simple y ruidoso de los suicidios.
La película, cuenta el director polaco, nació por el final: "Lo primero que vi y que me motivó fue un gran estruendo que envolvía a una docena de personajes. Ahora se trataba de desmadejar el ovillo. De estirar el tiempo hasta explicar la azarosa cadena de causas y efectos que nos lleva donde nos lleva. Lo siguiente que me imaginé fue un hombre en bicicleta. Y de ahí surgieron las preguntas. ¿Quién es? ¿Cómo ha acabado ahí? ¿A qué se dedica? Cada respuesta remitía necesariamente a otras preguntas y cada personaje llevaba a otros. En realidad se trataba de inventar un mundo que empieza en un momento dado y que once minutos más tarde ya no existe". Se toma un segundo y sigue: "De alguna manera, me sentía un poco Dios. Tenía que decidir todo lo que iba a pasar desde la contemplación del Apocalipsis, del final de todo, a nuestro días. De atrás hacia adelante".
Y rompe a reír.
Alguien podrá decir que su actitud en nada difiere de los insurrectos de la Comuna de París, allá en mayo de 1871, que no se resistieron al último acto revolucionario posible: acabar con el tiempo. Y, por ello, sus primeras y más entusiastas andanadas fueron contra los relojes en los espacios públicos. Por aquel entonces, la medida del tiempo no era algo cotidiano. Los relojes de pulsera se inventaron en la Gran Guerra. La fábrica era la encargada de imponer el rigor lineal de la única tiranía insoslayable: la del trabajo. Ahora el tiempo es otra cosa. Nos traspasa, nos define y se confunde con cada acción. El propio cine, si hacemos caso a la taxonomía de Gilles Deleuze, ha pasado de ser imagen-movimiento a imagen-tiempo. Y quizá ahora estamos en el preámbulo de una nueva definición de la imagen, pero sin tiempo.Sinceramente, mi esfuerzo no es romper la narración por romperla"
Skolimowski se mueve en este terreno, digamos, atemporal. Su idea no es otra que reproducir este acto revolucionario contra la más elemental de las estructuras que nos definen: el tiempo. Ya el título es una declaración de principios. Todo lo que se cuenta durante la hora y media que dura este ‘thriller' liberado de la necesidad de respirar, transcurre en apenas un instante. Y allí, sobre la pantalla, se congregan un marido celoso, su esposa, un director de Hollywood rijoso que se hace llamar ‘Dick', un camello, una joven necesariamente perdida, un ex presidiario vendedor de perritos calientes, un estudiante, un limpiador de ventanas y… un avión. "Estuve dándole vueltas al tiempo exacto que debía ser descompuesto. Pensé que 10 era una número demasiado redondo, demasiado evidente. 12, por otro lado, me remitía a la película clásica de Lumet 12 hombres sin piedad. Digamos que ese número ya está cogido. 13 estaba descartado por razones obvias… Así que sólo quedaba el 11", recuerda.
Y vuelve a sonreír.
Si se quiere, la película cuenta la historia de una decena larga de personajes confundidos por la prisa, el estruendo, el miedo y la ira. Todos ellos habitantes de una ciudad con aspecto de laberinto; todos ellos vigilados por las cámaras de seguridad de una realidad con el tacto frío y viscoso de una pantalla. Todos ellos atrapados en un Finnegans Wake de ruido y furia. Todos ellos sin tiempo. De hecho, la película es lanzada contra la mirada del espectador con la misma fuerza con la que los comuneros citados arriba arrojaban piedras hace más de un siglo contra los relojes. El propósito es el mismo: quebrar la calma quieta de la línea recta.
Cuestión de metáforas
En el prólogo, la película se rompe también en mil pantallas distintas. Ordenadores, cámaras callejeras, iPhones… ¿Es todo ello metáfora de una realidad fracturada? Skolimowski abre los ojos. "Quizá. En realidad, necesitaba una introducción en la que presentar a los personajes. De esta manera me resultaba cómodo, rápido y perfectamente coherente en lo que se ve después… Las metáforas, mejor, para el espectador", insiste.Y ahí lo deja.
Sólo cuando he visto que podía hacer algo radicalmente diferente, he decidido regresar al cine"
-Por cierto, tras casi una década alejado del cine, ésta es su tercera película seguida tras Four nights with Anna y Essential killing. ¿En qué ha empleado el tiempo?
-A la pintura. Tras mi última película en 1991, que fue un fracaso, decidí tomarme un tiempo. Pensé en un par de años, pero empecé a pintar y me gustó. Me gustó reinventarme en otro arte. Son dos actividades tan diferentes pintar y hacer cine que, por un momento, puedes soñar con la idea de ser otra persona… Y no lo hago mal. Sólo cuando he visto que podía volver a hacer algo radicalmente diferente, me he decidido a regresar al cine.
Y ahí lo deja.
@luis_m_mundo