Rodrigo Grande

El director argentino estrena Al final del túnel, un truculento thriller con ecos del Hitchcock de La ventana indiscreta.

El cine argentino con vocación comercial se asoma a las pantallas en Al final del túnel, quinta película de Rodrigo Grande (Buenos Aires, 1974). El director propone un truculento thriller con ecos del Hitchcock de La ventana indiscreta para contarnos la historia de un hombre atada a una silla de ruedas (un Leonardo Sbaraglia pletórico) que al mismo tiempo que recibe a una nueva inquilina en una habitación que alquila en su caserón (Clara Lago con acento argentino) descubre que unos delincuentes están cavando un túnel al lado de su casa para robar en un banco cercano. Entre dos mundos, Al final del túnel sigue a dos personajes perdidos que acaban encontrando la luz en el lugar más insospechado y busca electrizar al espectador con una tensa historia de suspense.



Pregunta.- ¿Al final esta película trata sobre cómo se forma una familia?

Respuesta.- Es una linda visión. No me opongo porque yo de hecho aún no tengo claro de qué trata. Lo que sí vemos claramente es a un hombre luchando contra sus demonios para salir de la muerte y su tránsito hacia la vida. Y ella también atraviesa el túnel. Lo lindo de esta historia es que ellos son dos "strangers in the night". Apenas tenemos pinceladas sobre su pasado… Yo tengo una versión del pasado de él pero en la película lo dejo abierto para que cada uno se monte su historia.



P.- ¿Opera ese túnel como una metáfora?

R.- Sí, desde luego. Yo trabajé las dos visiones y me interesan las dos. La capa más superficial es la de los ladrones que hacen un túnel. Pero la historia también tiene un plano mitológico o subliminal o como quieras llamarlo, que es este hombre que lucha contra sus demonios. Hay un simbolismo que trabajé mucho y es que ese sótano en el que trabajan los ladrones representa su subconsciente y cada uno de ellos significa un aspecto de su personalidad que quiere combatir. Hay un juego también en la película con los anagramas, al principio aparece un libro de Anagrama o un personaje se llama Pedro Canario que es un anagrama de paranoico que representa eso que está combatiendo. La figura de Gutman que interpreta Federico Luppi es el gran hombre que está por encima de todo. De todos modos creo que estos son cosas que deben estar ocultas, el espectador no tiene por qué darse cuenta.



P.- ¿Y qué hay al final del túnel?

R.- En la película el recién escucha los ruidos del sótano cuando ella hace el striptease, enciende las luces de la casa y la niña contacta con el perro, el mismo con el que jugaba su hija, se pone de pie. Eso hace que se abran sus sentidos y por fin pueda escuchar a sus demonios. Esta es la parte psicológica como buen argentino que soy. Pero va a parecer una película complicadísima cuando no lo es, es un thriller.



P.- ¿De qué forma utiliza los corsés del género?

P.- Los géneros en algún punto están para respetarlos y camuflar muchas cosas. Cuando lees una novela de Alejandro Dumas quieres leer una novela de aventuras. No entiendo muy bien que se subvaloren los géneros como si uno hace una concesión hacia algo. De todos modos no me interesa el género puro, se empobrece, es como tocar una melodía con una sola nota, es en la mezcla cuando comienza a ser interesante.



Una imagen de la película

P.- Nos enfrentamos a la idea del Mal absoluto...

R.- Surge la corrupción, lo podrido. Y eso que él es un personaje bastante oscuro. Es paranoico y tiene un montón de defectos. Hace muchas cosas que lo hacen borde y lo entendemos porque sabemos de dónde viene. Uno de nuestros máximos desafío era que no pareciera que este personaje está loco. Si funciona la empatía con el espectador es porque se enfrentan a unos que son mucho más terribles. Se enfrenta a un mal tan grande que nos ponemos de su lado y se vuelve luminoso porque la otra oscuridad lo hace luminoso.



P.- ¿Quería hablar de la corrupción de la sociedad argentina?

R.- Nunca me planteo hablar de nada. Los temas surgen. Hay un momento del guión en el que los ves. Cuando me di cuenta de que estaba hablando de la corrupción y de la podredumbre comenzó a ser el personaje que es, un demonio que hay que matar por su propio bien. Pero no quiero que haya un mensaje moral o social porque se da solo. Desde luego está en el subtexto. Es algo no tan social como humano, sabemos que en la realidad existen personajes como el del malvado.



P.- En este filme los malos son malos y punto, ¿por qué?

R.- Nos cansamos un poco de la justificación de un personaje. Parece que siempre hay que darle explicaciones al malo para que parezca que es malo por algún motivo. Muchos actores de primera fila no aceptan un papel de malvado si no existe eso. Pero en este caso no tenía sentido porque lo que hace es tan malo que no hay manera de justificarlo, no hay manera. No lo puedo hacer bueno ni aunque quiera.