Antonio de la Torre en Tarde para la ira, de Raúl Arévalo
Dos fenómenos se han instalado en el cine español reciente: el thriller de calidad y actores convertidos en directores. Es el caso de Tarde para la ira, el debut de Raúl Arévalo. Áspera crónica de venganza, el filme extrae provecho del magnetismo de los actores y del guión.
El momento crucial de la película, aquel que haría caer todo el castillo si no lograra su cometido, transcurre en el sótano de un gimnasio. Afortunadamente, es la mejor secuencia de Tarde para la ira, capaz de condensar la gramática de un filme que cree ciegamente en el poder lunático de los rostros, de la expresividad del silencio, la información dosificada y el estallido sangriento. Dos actores tan magnéticos como Antonio de la Torre (José) y Luis Callejo (Curro), cuyas miradas aguantan la microscopía de la lente, se baten aquí en duelo con el extraordinario Manolo Solo (Santi / Triana), cuyo personaje de breve aparición levanta y roba la película aun después de haberla abandonado. Nos hace pensar, como ya pensamos en La herida o en ¿Quién mató a Bambi?, que alguien debería darle un papel protagónico a su altura.
Energía y contención
Esa facilidad, o premura, con la que Tarde para la ira abandona sus mejores o más prometedoras ideas podrían conducir a la frustración si no fuera por la energía que logra proyectar, y que, una vez más, descansa en los hombros y el silencio de De la Torre, en un papel que exige algo similar a lo que puso en práctica en Caníbal, de Manuel Martín Cuenca, es decir, la contención extenuada, el secreto que sella sus palabras.La dosificada información de la película, que va armando el rompecabezas de su primera y enérgica secuencia -el atraco a una joyería filmado desde el interior del coche de huida-, se la juega a un factor sorpresa que no lo será para todo espectador, pues nada de lo que acontece se sale de los márgenes de lo previsible. Quizá podríamos decir lo mismo de otro thriller reciente como La próxima piel, en el que la poética de la suplantación y los fantasmas del pasado también desempeñan un papel nuclear en la trama, pero allí donde Isaki Lacuesta e Isa Campo se preocupan por explorar las ambigüedades psicológicas de sus criaturas (y de la compleja realidad), Tarde para la ira solo parece ofrecer una respuesta, una forma de entender los mecanismos de su tragedia.Un filme que cree ciegamente en el poder lunático de los rostros y la expresividad del silencio
En todo caso, el tópico del hombre ordinario abocado a situaciones extraordinarias resulta convincente, la crónica de venganza arroja una oscura estela de abatimiento y corrupción moral, la violencia genera más violencia y la justicia deviene un concepto ultrajado por el paso de los años. No se puede mirar hacia atrás con ira. Arévalo parece saber muy bien lo que quiere contar y cómo conseguirlo, y acaso eso que podría ser una virtud actúa de freno en su primera película. La aspereza ambiental y narrativa, los sarpullidos de humor, la acumulación de tensiones, todo en su sitio. Cierta demencia y anarquía hubieran engrandecido la propuesta.
@carlosreviriego