Fotograma de Neruda
El chileno Pablo Larraín ha completado dos magníficos filmes en apenas un año, sendos retratos de dos símbolos del siglo XX: Pablo Neruda y Jackie Kennedy. Este viernes se estrena Neruda, presentada en Cannes, que comparte con Jackie, protagonizada por Natalie Portman, una inventiva narrativa que rompe las convenciones del biopic.
Interpretado con convicción de carácter por Luis Gnecco, Neruda será en la película escrita por Guillermo Calderón el fugitivo vanidoso y el comunista que solo puede vivir como un burgués, el putero hedonista y el proletario del verso, el creador genuino y el impostor de su propio arte. Pero será sobre todo -y ahí reside la alquimia dramática del relato- el personaje de una ficción que se destripa y desentraña a sí misma, para convertir en escritura cinematográfica un discurso literario, político, histórico. Se centra el relato en los años en los que Neruda vivió peligrosamente, echando mano de elementos propios de la crónica negra y, en su extraordinario tramo final, del western nevado. La metáfora va envuelta en palabras, muchas palabras, pero también en imágenes. El deleite verbal y la alquimia plástica trabajan conjuntamente para construir un anecdotario de la leyenda del poeta, lejos de la hagiografía, pero tampoco especialmente deseoso por indagar en el fondo de sus demonios.
En el arranque de Neruda entra el protagonista en un baño público que hace las veces del Senado de la República de Chile y le preguntan si está en calidad de poeta o de político. Durante gran parte del metraje el espectador se hará esa pregunta y al final de filme la respuesta desaparecerá porque ha sido sustituida por una pregunta más interesante: ¿es el autor o el personaje de su propia vida? El filme, que llega hoy a salas españolas tras su selección para representar a Chile en los Oscar, se centra en los años clandestinos del premio Nobel chileno bajo la presidencia de Gabriel González Videla, el "traidor" que ordenó su persecución y asesinato. "Neruda sabía que no lo querían atrapar, porque tenerlo preso hubiera sido impresentable", sostiene Larraín, quien con obras como Tony Manero, No y El club ha consolidado una de las filmografías más relevantes de la cinematografía latinoamericana, que alcanza una proyección internacional con Jackie, presentada en Venecia.No se puede por menos que aplaudir la inteligencia, eficacia narrativa de ambas películas
No se puede por menos que aplaudir la inteligencia, eficacia narrativa de ambas películas. Si Jackie no es tanto la exploración psicológica de la esposa de JFK como el duelo de una joven viuda que ha visto a su marido morir brutalmente en sus brazos, Neruda no pretende en ningún caso ser un canto general a la relevancia artística del poeta, aunque busque por sugestión su canción desesperada, sino que planea por el anecdotario para aproximarse a la esencia de un país a través de uno de sus mayores símbolos. Y después hay que aplaudir algunos soplos de belleza resonante en ambos filmes, aunque nunca llegue a ser arrebatadora. A la postre, ambas propuestas trascienden su naturaleza biográfica para convertirse en algo mayor. Neruda resuelve con imaginación y lucidez el escollo cinematográfico de hacer una película sobre un poeta, y no por ello deja de ser una película sobre la poesía. De la poesía como alarido revolucionario y como susurro pasional, de la poesía como un arma de mutación política, de la poesía como caudal de belleza, pensamiento y caos.
Natalie Portman en Jackie
Mitos hechos cine
En verdad, y a pesar de la contradicción, puede que el protagonista de Neruda no sea ni tan siquiera el autor de Residencia en la tierra. Como dice la esposa del poeta en un momento dado, en esta ficción todos giran alrededor del héroe, aunque puede que el héroe no sea el poeta sino su perseguidor. Esa es la ambición confesa de un personaje que se resiste a ser el secundario de la historia que él mismo nos está contando. ¿Escribe el perseguidor al poeta o el poeta al perseguidor? Son las meditaciones en off del policía Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal), de hecho, las que conducen la narración, las que propulsan el flujo de una película que suma enteros precisamente cuando desenmascara su brillante, casi experimental, estrategia metanarrativa. La vida, la historia, el mito, hecho cine.Lo mismo ocurre en Jackie. La primera película que rueda Larraín en producción norteamericana, donde Natalie Portman entrega la más estudiada y emotiva interpretación de su carrera (con el pasaporte directo al Oscar), se construye desde el reporterismo cinemático. La entrevista que concedió la viuda del presidente a Theodore H. White (Billy Crudup) de la revista Life una semana después del asesinato en Dallas y la recreación del rodaje televisivo de una visita guida por la Casa Blanca en 1963 (con cuya emisión la Primera Dama sedujo al país) ejercen de puntos de fuga de un relato que avanza y retrocede en el tiempo. El guion está roto como lo está el país, agrietado como el cráneo del presidente que duró dos años, diez meses y dos días en el Despacho Oval. A partir de los fragmentos y los ecos que estos dejan, el argumento maestro de Jackie es el duelo, los días que siguieron al magnicidio, los preparativos del funeral y la entereza de Jackie Kennedy.
La búsqueda de Jackie no es por tanto el retrato psicológico ni la acumulación de momentos históricos, sino la microhistoria que pueda expresar el trauma de toda una generación en un momento crucial del siglo XX. La mayor conquista de un filme que, no en vano, es mucho menos irregular que Neruda, mucho menos arbitrario en su construcción, es el brutal sentimiento de congoja y pesadumbre, de pérdida y devastación, que se instala en las imágenes, reforzadas por los lamentos de cuerda, como alaridos, de una extraordinaria banda sonora compuesta por Mica Levi. La política queda muy al fondo (el antagonismo entre Bob Kennedy y Lyndon B. Johnson) y ni el pasado ni el futuro de Jackie le interesa al filme. Solo ese momento en el que una inteligente y hermosa mujer pasó de hacer sonreír a los hombres cuando pasaba al lado de ellos a que sus miradas se llenaran de compasión. El espectador también la siente. Y a raudales.
@carlosreviriego