Una imagen de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares

Aunque la solvente sofisticación del filme y la cándida pasión que lo desborda es capaz de mantenernos hipnotizados durante un buen tiempo, El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares no logra finalmente destilar la magia que pide el cuento (ni la que ha hecho tan especial a Tim Burton).

Ransom Riggs bien podría haber escrito su novela en torno a un grupo de niños con poderes especiales para que la acabara llevando Tim Burton a la pantalla. Aunque se dan por supuestas las licencias transformadoras que haya podido introducir la guionista Jane Goldman y el director californiano, lo cierto es que todo su mundo y su impronta estética están contenidos en este relato sobre el poder de la diferencia, especie de híbrido entre la Familia Adams y los X-Men. Quizá desde Sweeney Todd (2007) y Sleepy Hollow (1999) no habían encontrado los estudios un proyecto tan adecuado para el director, que acaso por ello rueda con cierto automatismo, confiado y sin deparar sobresalto alguno, es decir, estampando claramente su sello en cada fotograma de la película. Para muchos será su mejor película en años, para otros una entrega más de la franquicia estético-gótica-fantástica-juvenil que le ha distinguido de entre todos los autores hollywoodenses a lo largo de las décadas, a pesar de sus grandes fiascos en connivencia con Disney.



El ligero toque Disney lo cierto es que no desaparece de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, un orfanato-limbo suspendido en el tiempo en el que conviven desde una chica más ligera que el aire a un joven capaz de hacer revivir cualquier cuerpo sin vida, y que depara una batalla de esqueletos vivientes que conecta la abundante, sofisticada tecnología digital del film con las técnicas artesanales de Ray Harryhausen. En la gran tradición de los héroes juveniles que deben desobedecer a su padres para lograr grandes propósitos y descubrir su verdadera identidad, el protagonista del cuento, Jacob Portman (Asa Butterfield, que ya interpretó al niño de Hugo de Scorsese), viaja de California a una isla de Gales siguiendo los pasos de las extrañas, mágicas historias que le contaba su abuelo sobre su juventud, y que todos en la familia menos él creen inventadas. Allí se convertirá en la pieza clave de un mundo paralelo atrapado en el tiempo -en un loop en plan Día de la Marmota que acontece en 1943, cuando el orfanato fue bombardeado por los nazis-, una residencia para niños especiales custodiada por Miss Peregrine (Eva Green), alma mater y guía moral de un eficaz relato de protección de la magia infantil frente a las fuerzas oscuras, en la línea de La noche del cazador.



Aunque la solvente sofisticación del filme y la cándida pasión que lo desborda es capaz de mantenernos hipnotizados durante un buen tiempo, la película no logra finalmente destilar la magia que pide el cuento (ni la que ha hecho tan especial a Tim Burton), ni trascender el embrollo de una trama espacio-temporal que tiene que constantemente explicarse a sí misma. Contagiado por el espectáculo barroco de nuestros tiempos, el tramo final, entregado a los laboratorios del CGI, se estira y se retuerce sin medida para dar cabida a todas las atracciones visuales que puedan deparar los poderes de los niños peculiares y de sus perseguidores del lado oscuro, liderados por un Samuel L. Jackson en modo cómico-siniestro. Mediante sus extraños viajes en el tiempo y un marco de reconciliación familiar en el que un abuelo aventurero transmite su legado y personalidad a su nieto, el relato entronca directamente con Big Fish (2003), mientras que algunas técnicas de stop-motion lo hacen con Frankenweenie (2012), su canto a la diferencia con Eduardo Manostijeras (1990) y su sentido gótico para decorar minuciosamente las mansiones con Beetlejuice (1998) y Sombras tenebrosas (2012). Es en definitiva todo muy familiar para pillar por sopresa a cualquiera de las amantes del cine de Burton, pero para las jóvenes generaciones es una digna puerta de entrada a las iconografías mitológicas que lo pueblan. Otros seguiremos lamentando que su universo no regrese a los mundos (y el humor) de Ed Wood (1994) y Mars Attacks! (1996).



@carlosreviriego