Un momento de César debe morir, de Paolo y Vittorio Taviani

El ciclo que CaixaForum Barcelona viene realizando sobre Shakespeare y el cine (a los 400 años de su muerte) culmina con César debe morir, de los Taviani, Hamlet, de Laurence Olivier, y Otel.lo, de Hammudi Al-Rahmoun.

En el prólogo de César debe morir (2012), un grupo de actores representa sobre un escenario una escena del Julio César de William Shakespeare. Los hermanos Taviani privilegian los primeros planos sobre fondos neutros. Tras los aplausos del público, el filme se traslada al pretérito (seis meses antes), la fotografía en color muta a blanco y negro, y del teatro ya vacío nos adentramos en las dependencias de una prisión romana de máxima seguridad. En la secuencia más memorable de la película, que podrá verse en CaixaForum Barcelona el 4 de octubre, varios presidiarios (los actores que hemos visto sobre el escenario) se prestan a una prueba de casting para participar en las actividades teatrales de la prisión. Todos cumplen largas condenas por homicidio, narcotráfico o pertenencia al crimen organizado. En principio, son los sujetos ideales para canalizar en sus voces y gestos la corrupción moral de la decadente Roma que dramatizó Shakespeare.



Durante toda su carrera, especialmente en Padre padrone (1977) y La noche de San Lorenzo (1982), los cineastas italianos han buscado una y otra vez el modo de romper el contenido emocional del drama mediante elementos ajenos a su contexto. Generan así en los confines de la pantalla la ilusión de un relato y la conciencia crítica en el espectador respecto a lo que está viendo. Acaso el gran desafío, por tanto, pasa por hacernos olvidar el carácter representacional de lo que vemos, pero al contrario de Lawrence Olivier en Enrique V (1944) -que arrancaba la tragedia como una representación teatral en el Globe Theatre para poco a poco ir abriéndose a espacios reales-, los Taviani buscan la fusión del cine y el teatro, el ser y el estar, la vida y el artificio, la historia y la contemoporaneidad, sin ocultar en todo momento el filtro de la representación escénica, pues los diferentes espacios de la prisión se convierten en las salas de ensayo de esa obra que interpretarán los reclusos para un público, y que le será hurtada al espectador. La vida y la ficción se disputan en sus simulacros.



Esplendor geométrico y acrobacia metanarrativa

Los hermanos Taviani buscan la fusión del cine y el teatro, el ser y el estar, la vida y el artificio

Desde su esplendor geométrico y su acrobacia metanarrativa, el método se revela realmente eficaz. En cierto modo, Shakespeare ha sido para el cine casi siempre un vehículo para testar la relación que el actor establece con el texto y el personaje al que da vida -como de nuevo Olivier en su inspirada, sombría adaptación de Hamlet (1948), que se proyectará también en CaixaForum el 11 de octubre-, y las interacciones con el resto del reparto, más que para hacer antropología historicista. El éxito de la charada viene dado por el modo en que el contexto individual de los presidiarios (estigmatizados por su expediente criminal, que no podremos dejar de lado) se cuela en los roles que representan, de modo que se salen del guión o se identifican con las motivaciones de sus personajes en la obra. El artificio teórico corre el riesgo de imponerse sobre la fluidez narrativa hasta el punto de invalidar la energía y la intensidad dramática del texto, pero la indestructibilidad de éste, sobre todo en ciertos monólogos, está hecha a prueba de cualquier experimento.



El filme se muestra como la penúltima prueba -por si hacía falta alguna más- de que ninguna conjura formal puede alterar la profundidad del drama del genio de Stratford-upon-Avon. En la producción catalana Otel.lo (2012), dirigida por Hammudi Al-Rahmoun Font (programada para el día 18), son de nuevo las fusiones entre la tragedia y los actores que la ponen en escena el centro del discurso de la película, determinado a revelar cómo en los matices descansa la conciencia trágica, el camino de revelación de unas emociones que, sean sobre las tablas, en una prisión o en decorados de cartón piedra, son capaces de traspasar la pantalla y embaucarnos en sus dominios.



@carlosreviriego