Herschell Gordon Lewis
El pasado 26 de septiembre, a los 90 años de edad, fallecía Herschell Gordon Lewis, un hombre que cambió la historia del cine y la cultura moderna para siempre, con una serie de baratas películas rodadas entre los 60 y 70, consideradas las introductoras del gore en la industria cinematográfica y el imaginario universal. ¿Es la muerte del "padrino del gore" el último acto para un cine sangriento que desaparece?... ¿O el anuncio de un nuevo gore para todos los públicos?
Herederas directas del Grand Guignol, los Menace Pulps de los años 20 y 30 y los censurados cómics de la E. C. de los 50, películas como Blood Feast (1963), 2000 maníacos (1964), Color Me Blood Red (1965), A Taste of Blood (1967), The Gruesome Twosome (1967), The Wizard of Gore (1970) y The Gore Gore Girls (1972), introdujeron, desde las entrañas -nunca mejor dicho- de la cultura popular, la sangre y las tripas, el color rojo y la tortura gráfica como elementos imprescindibles de la narrativa moderna y posmoderna, ampliando el horizonte de lo soportable hasta límites insospechados, valiéndose tanto del humor y la parodia como de los mecanismos más básicos de la psique humana: curiosidad, miedo, morbo y, por supuesto, sadismo y masoquismo a partes desiguales. Tras haber explotado sin escrúpulos el nudismo y el sexo softcore junto a su socio David Friedman -fallecido en 2011-, moviéndose en los márgenes de la legalidad desafiando el tiránico Código Hays reinante en Hollywood, y sin dejar de tocar otros temas comerciales y escandalosos (delincuencia juvenil, motoristas violentos, sexo interracial… ¡y hasta películas para matinales infantiles!), Herschell Gordon Lewis se convirtió en el indiscutible "padrino del gore", término que acuñó prácticamente y género al que dio forma con toda su sangre y carne.
Lo que siguió ya es historia: George A. Romero, sus zombis y el término splatter que acuñó él mismo (o sea, gore con cerebro e intención), el slasher (o cine de hachazos), el splattstick (o comedia sangrienta, de la que el propio Lewis fue pionero con 2000 maníacos o The Gore Gore Girls y que Sam Raimi, Stuart Gordon o Peter Jackson llevaron al desiderátum), la Nueva Carne y sus profetas David Cronenberg y Clive Barker y, en general, una cada vez mayor libertad y franqueza en la expresión de la violencia, la mutilación y la exhibición de atrocidades que fue calando en otros géneros ajenos al terror, alejados también del marco originario de la Serie B, el cine de bajo presupuesto y la exploitation. Pese a la indignación de críticos conservadores, grupos morales de presión y espectadores desolados, el reino de lo explícito e incluso de un barroquismo sangriento que desafiaba convenciones de todo tipo, se había instaurado definitivamente, reivindicando, consciente e inconscientemente, el poder atávico de la sangre, la carne y el dolor. Tanto fue así que, finalmente, Lewis acabó por dejar el cine para dedicarse a sus labores publicitarias, hasta ser reivindicado abiertamente por personajes contraculturales como John Waters o Lloyd Kaufmann (uno de los creadores de la productora independiente y salvaje Troma Films), redescubierto por generaciones de jóvenes aficionados, inspirando publicaciones como el fanzine decano del gore en nuestro país, el maravilloso 2000 maníacos que edita incansable Manuel Valencia, atreviéndose así ya en el nuevo milenio a dirigir un par más de títulos sangrientos, abiertamente autorreferenciales y juguetones, como The Uh-oh Show (2009) y la tardía secuela Blood Feast 2: All U Can Eat (2002), divertidas y nostálgicas pero carentes, por supuesto, del poderío transgresor de sus primeros films.
Y es que en las décadas transcurridas desde la irrupción del gore original, lo que un día fue un poderoso elemento revulsivo, capaz de remover estética y éticamente la adormecida conciencia del espectador, convirtiéndose en un elemento narrativo y visual propio de géneros y subgéneros menospreciados por el mainstream, portadores de valores propios y otros apropiables para establecer nuevos discursos opuestos a los institucionales o los habitualmente manipulados por el establishment, fue poco a poco subsumido por el discurso dominante, para reificarlo (con "r") en un bien de consumo específico, dirigido y digerido por la industria de Hollywood y así, finalmente, desprovisto de cualquier componente subversivo o transformador. De un sustantivo odiado, característico de productos marginales, el gore pasó irremediablemente a convertirse en adjetivo omnipresente en cualquier producción estándar de los grandes estudios, independientemente de su calidad y creciendo cada vez más en la cantidad de sangre, vísceras y violencia gráfica permisible para todos los públicos.
Desde luego, siguen existiendo alumnos aventajados de Gordon Lewis que intentan devolver al cuerpo y su violación explícita por la cámara cinematográfica su poder transgresor. Un fin, por cierto, que nunca estuvo conscientemente en los planes del propio padrino del gore, quien sólo vio en este nuevo digamos que género un campo virgen de explotación comercial, lo que sin duda contribuyó a la frescura irrepetible de sus primeros filmes. Corrientes del nuevo milenio como el cine de la crueldad extrema francés -con títulos ya míticos como Al interior (2007), Frontera(s) (2007) o la genial Martyres (2008), entre otros-, el denominado (habitualmente de forma injustamente peyorativa) como torture porn o gorno -ejemplificado por sagas como las iniciadas por Saw (2004), Hostel (2005) y The Human Centipede (2009)- o la variante indi y autoral del mumblegore (bautizada así por su parentesco dudoso con el mumblecore), han intentado con cierto éxito restaurar el poderío irreverente, perturbador e incómodo del gore, demostrando al tiempo, sin embargo, la facilidad con que pueden ser asumidas, deglutidas y vomitadas por el mainstream. En definitiva, cuando series de televisión como House, Dexter, CSI, Bones, Juego de tronos y tantas otras, o realities consagrados a enfermedades exóticas, operaciones a corazón abierto, cirugía plástica y tatuajes imposibles, ocupan el prime time de todas las cadenas, cabe preguntarse si la muerte de Herschell Gordon Lewis no será también la muerte del gore mismo como lenguaje subversivo, transgresor y vital.