Ken Loach

Por segunda vez, la voz cinematográfica de la conciencia proletaria británica, el veterano Ken Loach, fue galardonada con la Palma de Oro de Cannes. Hoy llega a nuestras salas Yo, Daniel Blake, un angustiante retrato de dos ciudadanos expulsados del sistema laboral y atrapados en la burocracia. Aparte de desentrañar el filme, El Cultural ha hablado con el autor británico sobre la lucha de clases, el Brexit y la crisis de la izquierda.

"Pudiera parecer que estamos perdiendo la batalla. Quieren que lo creamos, pero no es cierto. La clase trabajadora tiene un poder enorme. Si los trabajadores se detienen, todo se detiene, pero si los aristócratas paran de hacer las cosas que hacen, todo seguiría igual. El proletario tiene el poder, pero necesita buenos líderes para ejercitarlo". Quizá el discruso de Ken Loach (Warwickshire, Inglaterra, 1936) está demodé, pero ahora que la brecha entre ricos y pobres se ensancha, "la lucha es más necesaria que nunca", asegura el cineasta británico. En Cannes, donde el pasado mayo obtuvo la Palma de Oro -la segunda en su dilatada carrera, después de El viento que agita la cebada (2006)-, Yo, Daniel Blake dividió a los asistentes, pero la unanimidad parecía indestructible respecto a que se trata de "una película muy Loach".



¿Y qué es exactamente "una película muy Loach"? Cineasta extraordinariamente consistente, en su código genético hallamos los mecánicos giros de guion, la retórica política y el discurso emocional sin fronteras. Pero en el contexto actual, el cine de Loach no tiene el mismo significado que cuando debutó en la gran pantalla con Kes (1969), o cuanto entregó obras como Ladybird Ladybird (1994), Mi nombre es Joe (1988) y Pan y rosas (2000). Junto a su guionista desde hace un cuarto de siglo, Paul Laverty -que también escribe las películas de Icíar Bollain-, ha puesto ahora el foco en una situación que resuena en toda Europa: el individuo atrapado en las garras de un sistema que ha privatizado las ayudas básicas, y cuya demente y absurda burocracia deviene en puro autoritarismo. El filme, de hecho, nace de la "indignación frente a una cadena administrativa que mantiene a los más vulnerables en un estado de terror".



Pregunta.- ¿Cuánto de esa rabia era imprescindible que fuera retratada en la película?

Pregunta.- Queríamos comunicar al espectador la misma sensación que sentíamos nosotros. Creo que cualquiera sentiría rabia. El problema es que se mantiene en secreto, fuera de la vista. El miedo a perder sus ayudas paraliza a los más vulnerables, a quienes no tienen un hogar o están discapacitados. Era una historia simple de contar porque está perfectamente basada en hechos reales. Tenemos un enorme número de bancos de comida en el país, cada vez más, pero no se habla de ello, como si no estuvieran allí.



P.- Dice que se está usando el hambre como un arma...

R.- Sí, lo cierto es que en Gran Bretaña tenemos este programa de ayudas mínimas para personas que no tienen nada, ni casa ni trabajo. El Estado paraliza esas ayudas si el ciudadano no hace exactamente lo que le dice que haga, si protesta o si se moviliza para cambiar las cosas. Estas sanciones han generado mucho miedo en la sociedad. Nos hemos encontrado muchos casos de personas sin nada que llevarse a la boca, totalmente desesperados, que no pueden organizarse. El Estado está utilizando estas ayudas para mantener a la gente disciplinada y que no haga mucho ruido. Por eso se mantienen en secreto. El hambre es un arma política.



Las víctimas de su último trabajo son Daniel (Dave Johns) y Katie (Hayley Squires), un prejubilado por insufiencia cardiaca y una madre soltera desempleada, seres que han sido expulsados por el sistema laboral y cuyas vidas cuelgan de un hilo. Mediante el eficaz intercambio entre el humor y el drama, el grandilocuente y exasperado discurso frente a las inclemencias burocráticas se apropia de una historia de compasión y amistad determinada a arrancar tantas sonrisas como lágrimas: "No puedes obviar el humor porque forma parte de la experiencia diaria de todo el mundo. Así es como la gente sale adelante en las dificultades. También hay un humor muy específico en los mecanismos de la burocracia. Aunque el fondo sea trágico, las formas a veces son hilarantes. Hablan de la figura de un decision maker, que no es más que un eufemismo articulado para filtrar y bloquear los procesos de concesión de ayudas, hasta que el ciudadano se canse de solicitarlas una y otra vez. Hay algo surreal en todo ello que deja al ciudadano indefenso".



P.- En este sentido, podemos pensar en El proceso de Kafka y el absurdo de la burocracia. ¿Trabajaron con alguna referencia?

R.- No, está todo ahí en la vida real. No tuvimos que mirar más allá de lo que está en la investigación: los formularios que hay que rellenar decenas de veces, las llamadas telefónicas que conducen a callejones sin salida, la necesidad de explicar tu situación a varios departamentos incomunicados entre sí, porque no interesa, para paralizar los procesos… Son mecanismos burocráticos muy estudiados y con un fin evidente.



P.- La película recorre también todo un viaje emocional en las vidas de estos dos seres a la deriva. ¿Dónde traza los límites a la hora de implicar emocionalmente al espectador?

R.- En verdad es solo un juicio subjetivo. Algo que nos preocupó mucho fue la determinación de no escoger casos muy extremos. Ninguno de los dos vive situaciones muy extremas, aunque realmente lo estén pasando muy mal, sobre todo la madre soltera que es realojada en malas condiciones, lejos de su ciudad, y debe acabar prostituyéndose para mantener a su hijo. Pero no son adictos, no tienen una famila numerosa, no tienen discapacidades muy obvias. Blake siempre ha sido un honesto y competente trabajador, y si él puede acabar en esta trampa burocrática, cualquiera puede hacerlo. Esa era la idea general. Queríamos hacerlo de un modo simple y directo, todo es muy económico y nada melodramático, sin música que subraye las escenas, nada que retuerza la emoción más allá de los simples hechos.



A la izquierda, Dave Jons en el papel de Daniel Blake

En esa aparente sobriedad melodramática, la escena más devastadora de Yo, Daniel Blake hará saltar las alarmas de algunos espectadores porosos al cuestionamiento moral de las imágenes. La joven madre soltera entra en un banco de comida con su hijo y Loach filma el instante con respeto y distancia, entregando uno de los momentos más profundamente conmovedores de su carrera... hasta que Katie se abalanza sobre una lata de conservas para paliar su hambre. La distancia se rompe, asoma la complaciencia con el drama, el filme se adentra a partir de entonces en territorios resbaladizos que no huyen de los golpes bajos a costa de la tragedia proletaria.



P.- ¿Cuál sería la postura de Daniel Blake y la de Katie respecto al Brexit?

R.- No estoy seguro. Creo que Katie es más joven y está más involucrada en una causa global, por lo que creo que ella votaría por quedarse en Europa. Y respecto a Daniel, ha trabajado siempre en una industria que está muriendo, en el sector de los astilleros y las minas, y ha visto cómo todos los trabajos han desaparecido y nada los ha sustituido, que el mercado ha fracasado a la hora de reestructurar la industria, así que supongo que él se sentiría alienado respecto a la política económica europea, y probablemente votaría sí al Brexit.



P- ¿Y usted qué votó?

R.- Creo que era una pregunta muy difícil para la izquierda, porque la UE practica el neoliberealismo, es un proyecto que estimula la privatización, y eso es lo opuesto a lo que la izquierda defiende. Pero por otro lado, no puedes luchar contra ello sin los otros partidos de izquierda europeos, así que creo que hay que asumir una posición táctica. Al final, yo voté por permanecer en Europa, pero no creo que sea la mejor opción.



P.- ¿Sus películas, y el cine en general, pueden ser un arma política? ¿Qué le ha dictado la experiencia al respecto?

R.- Las películas sin duda tienen algo que decir, son un testimonio y una postura moral y política respecto al mundo. Pero más allá de eso, tienen que ser historias bien contadas, que conecten con el público. Tienen que funcionar como películas. No puedes hacer simplemente un panfleto. Tienen que ser películas que la gente quiera ver porque proponen un canal de identificación emocional. Tienen que plantear las preguntas adecuadas.



P.- Parece que hay cierta necesidad de líderes políticos en la izquierda europea. ¿Cómo contempla usted esta situación?

R.- He seguido más o menos de cerca el proceso de la izquierda en España estas últimas semanas, por ejemplo, lo que ha pasado con Podemos y la crisis del PSOE. Es ciertamente deprimente, pero por otro lado creo que la izquierda, tradicionalmente, siempre ha estado dividida. No es algo nuevo. Hasta ahora, aquí en Gran Bretaña, siempre hemos tenido un partido laboralista que apoyaba a los empresarios, y ahora por fin tenemos a un líder que apoya a los trabajadores, algo que nunca había pasado.



P.- La Palma de Oro es un gran espaldarazo al mensaje del filme. ¿Espera algún tipo de reacción política con su estreno?

P.- La verdad es que no. El Gobierno sabe muy bien lo que está haciendo, y los periodistas que lo apoyan también, que es prácticamente toda la prensa nacional. Se referirán a la película como si fuera una estupidez, un delirio, con planteamientos alejados de la realidad. Es como actúan siempre. Pero no tengo problemas con ello.



P.- ¿Cree que el capitalismo nunca hará el mundo mejor?

R.- Absolutamente. Es peor que eso. Creo que acabará destruyendo el planeta y sus recursos si sigue así. Toda la infraestructura planetaria puede perecer en manos del capitalismo.



Durante la presentación del filme en el festival francés, el propio Loach, cumplidos ya los ochenta, dejó caer que esta podría ser su última película. "No lo sé, ya lo veremos", sostiene vagamente desde su residencia en Londres. En cualquier caso, Yo, Daniel Blake bien podría actuar como síntesis doctrinaria y paradigma estilístico de su obra, aunque él no quiero verlo así: "Es una historia más. Una historia importante que había que contar, pero desde luego no estaba mirando atrás cuando la hice". De un modo u otro, sus trabajos nos siguen recordando en el siglo XXI que la lucha nunca termina. "Eso es completamente cierto, eso lo puedo firmar. Rendirse nunca es una opción".



@carlosreviriego