Una imagen de Aloys

La película de Tobias Nölle retuerce los tópicos del clásico argumento de "chico conoce a chica" penetrando en la psique de un protagonista atormentado que recuerda al personaje de Gene Hackman en La conversación de Francis Ford Coppola.

Ganadora del premio FIPRESCI en la última Berlinale, la película suiza Aloys de Tobias Nölle nos propone un fascinante viaje por el inconsciente de un personaje aislado del mundo exterior en un mundo occidental que proporciona tanta comodidad material como vacío. El detective, más bien cutre, que protagoniza este filme es un hombre que acaba de perder a su padre, su última conexión con lo humano, y no sabe cómo reaccionar cuando el amor aparece de improvisto, poniendo en jaque una existencia que parece condenada irremediablemente a la soledad más espantosa. "No hay historias nuevas, todas han sido contadas y son muy simples. Al final se trata de cómo las cuentas. Esta es una historia de "chico conoce chica" pero lo contamos de otra manera porque no quiero que el espectador vea la misma película que ya conoce. Las cosas importantes de la vida son simples, como el amor", opina Nölle.



Aloys, efectivamente, busca una manera original de contar esta historia universal penetrando en la psique de un personaje atormentado. La película plasma en imágenes no tanto cómo funciona la realidad visible sino el subconsciente del protagonista. Es cine "raro" en el mejor sentido de la palabra, donde la huella de David Lynch, el gran maestro a la hora de entrar en el subconsciente, resulta más que evidente. "El mundo moderno nos aboca a la soledad y en ninguna parte se ve más claro que en las redes sociales porque ya no necesitamos vernos en persona para comunicarnos. Facebook nos da la impresión de tener mil amigos cuando quizá no tengamos ninguno", explica el director. "Pero esta película no trata sobre la soledad, eso es el principio, de lo que trata es de ver cómo podemos conectarnos con los demás. Si miras la realidad todos somos raros, la gente no suele tener grandes habilidades sociales".



Sin una estructura narrativa clara, Aloys parece moverse siguiendo el flujo caótico de nuestros pensamientos convirtiendo el filme en algo parecido a una instalación artística rica en matices de un desatado lirismo: "Cada uno puede interpretar las imágenes de la manera que quiera", continúa Nölle. "Yo trato de contar una historia que sea honesta con el personaje, si después esa historia se convierte en una metáfora para alguien eso no es malo porque significa que representa algo más grande. Mi forma de trabajar es muy intuitiva, el cine se parece mucho al sueño. Cuando sueñas aparecen imágenes y no te preguntas qué hacen esas imágenes allí, simplemente aparecen. Todo lo que está allí tiene un significado, a veces puede parecer más abstracto y otras más claro pero si no tiene un sentido se va con el montaje. Para mí se parece mucho a pintar un cuadro. Para alguna gente puede parecer difícil si no están acostumbrados a este tipo de cine pero, una vez más, es una historia muy simple. No vale la pena estar buscando un significado a cada pequeño detalle. Si la ves de una manera convencional, quizá pienses que no tiene sentido".



En su sofisticado juego de espejos en el que tienen un lugar destacado las grabaciones clandestinas del detective y la forma en que se complementan con una realidad por descifrar es fácil ver la influencia de La conversación (1974) de Coppola, "Hasta cierto punto veo esta película como una continuación. Le dije al actor que podía verse a sí mismo como el hijo del personaje de Gene Hackman en esa película y por eso se llama Harold como él. Son personajes muy similares así que hasta cierto punto es un homenaje, pero también ofrece un camino distinto para el protagonista. En la película de Coppola se queda estancado en su paranoia y aquí le he querido dar una oportunidad".