Lluis Quílez y Juanjo Giménez. Foto: Antonio Moreno

Juanjo Giménez y Lluís Quílez han entrado en la short list de los Oscar. Sus cortos, Timecode y Graffiti, están entre los diez finalistas. Después de haber recogido premios por todo el mundo (Giménez obtuvo la Palma de Oro) con sus conmovedoras historias románticas, se lanzan a la conquista de Hollywood. El Cultural los ha reunido.

Tirando de analogía pugilística, Julio Cortázar sostuvo que con la novela se puede ganar al lector por puntos pero un relato corto debe hacerlo por KO. Pareciera que un cortometraje también debe tumbar al espectador en la lona, arrebatarle con un golpe directo y contundente, pues apenas hay tiempo para desarrollar una elaborada seducción. Sin embargo, las historias de amor que vertebran los cortos españoles Timecode y Graffiti conquistan al espectador de forma escalonada, añadiendo capas y emociones, resolviendo enigmas en cada secuencia. Son obras que confían plenamente en las estructuras visuales y simbólicas del relato y prácticamente mudas. "Yo siempre he privilegiado la imagen sobre la palabra en el cine -sostiene Lluís Quílez (Barcelona, 1978), director de Graffiti-. Mis anteriores trabajos también se caracterizaban por la expresividad visual y la escasez de diálogos".



Las dos películas han recorrido el último año un dilatado trayecto de éxitos en festivales de todo el mundo hasta entrar en la llamada short list -diez finalistas- del Oscar al Mejor Cortometraje de Ficción. El 24 de enero se anunciarán las cinco candidaturas finales, con las que ambos podrían sumarse a Juan Carlos Fresnadillo, Nacho Vigalondo, Javier Fesser, Borja Cobeaga y Esteban Crespo como nominados españoles a la estatuilla de oro por un trabajo en corto. "Todos ellos han podido desarrollar una carrera estable desde la nominación", explica Juanjo Giménez (Barcelona, 1963), autor de Timecode, "y supongo que el Oscar les habrá ayudado. Pero aún hay que esperar". Puede que algo esté a punto de cambiar radicalmente en la vidas de ambos cortometrajistas, productores los dos de sus respectivos trabajos.



Vasos comunicantes

Otros vasos comunicantes entre las dos piezas están en juego. Los catalanes Giménez y Quílez se proponen en sus películas retratar la emoción romántica en un entorno hostil, narrando el singular proceso de enamoramiento de dos amantes solitarios. En Timecode, dos trabajadores de seguridad en un garaje; en Graffiti, dos supervivientes en un escenario postapocalíptico, filmado en la ciudad fantasma de Chernóbil. Ambos trabajos transitan en la zona dulce donde los gustos de público y crítica confluyen. Si el misterio y la poesía de Timecode se manifiesta a través de la danza contemporánea, el diálogo amoroso de Graffiti descansa en los continuados, enigmáticos mensajes que van sumándose a un muro. Pero son, a pesar de sus puntos en contacto, dos películas muy distintas, que responden a ambiciones, tonos y presupuestos variados. Filmes que nos hablan de la calidad y el eclecticismo del cortometraje español, sea bajo un impulso más experimental o con el ojo puesto en modelos hollywoodenses.



Giménez se describe a sí mismo como un "militante del corto", cuyas historias para la pantalla le salen "de forma orgánica" para una breve duración. Con Timecode, de hecho el séptimo que dirige, este economista conquistó en mayo nada menos que la Palma de Oro de Cannes, sumándose a Buñuel como el único español en recibir el preciado galardón. Giménez recordó al autor de Viridiana en su discurso de agradecimiento en el Palais: "Tú tienes la Palma de Oro grande y yo la pequeña, ¡que es todavía más difícil de ganar!". Y así es: compitió contra 5.008 cortos de todo el mundo. Con Graffiti, que ha ganado premios en los prestigiosos festivales de Medina del Campo, Santa Barbara y Alcalá de Henares, Quílez completa su cuarto cortometraje, que cuenta con la participción de la productora americana Participant Media. Ninguno de los dos es nuevo en la industria, ambos se han estrenado ya con obras de larga duración: Nos hacemos falta (2001, Giménez) y Out of the Dark (2014, Quílez). "Rodé el largo en EE UU, pero no tuve mucho control creativo", explica el segundo.



Tanto Giménez como Quílez alternan su dedicación profesional al cine, al mando de sus propias productoras, con la docencia. "Mi base salarial procede de hecho de las clases de Dirección y Dramaturgia que imparto en dos escuelas de cine, no de mis cortos, en los que he invertido personalmente", sostiene Quílez. En el caso de Timecode, se da la circunstancia de que el corto se cocinó en las aulas de la Escuela de Cine de Reus, donde Giménez es profesor: "Al final del curso la escuela produce un cortometraje de envergadura para que los alumnos participen en un rodaje profesional. Al conocer mi idea para Timecode, me lo propusieron a mí y los estudiantes han sido partícipes desde el principio. Todo el mundo trabajó cediendo su sueldo, que es como se hacen todos los cortos. Se hizo con muy poco dinero y obtuvo la ayuda de proyecto del ICAA".



Espacios de libertad

Dos parecen ser los impulsos principales detrás de cualquier cortometraje: realizar una tarjeta de presentación para la industria y/o emplear el formato como un campo de pruebas y experimentación. Para Quílez "el corto es un espacio en el que puedo hacer lo que quiera, porque la inversión es pequeña y permite una clase de libertad que no tiene el largo". Su principal desafío en Graffiti consistía en ejercer las labores de productor. "Ya había hecho antes tres cortos que habían funcionado bien, pero mi gran reto era ocuparme yo de una producción importante, con rodaje en Pripiad (Ucrania), un helicóptero y en condiciones extremas. Quería ver si era capaz de ello". El éxito de Graffiti, premiado de momento en 38 festivales (y pre-nominado a los Goya, los Gaudí y los Forqué), le acerca a su sueño de "hacer el cine que me gusta y tener control creativo. Ese es el gran lujo para cualquier director".



A pesar de la excelente salud creativa del formato breve, el apoyo institucional que recibe es escaso. Las dos líneas de ayudas del ICAA a los cortometrajes han estado bloqueadas desde el mes de julio. "Esta circunstancia me ha afectado tanto a Graffiti como al nuevo corto que estoy tratando de levantar", explica Quílez. "No pedimos nada especial, solo que se cumpla la ley", pide Giménez, "aunque parece que la situación ya se ha desbloqueado". Así lo anunció el Gobierno el pasado viernes. Ambos lamentan en todo caso, con ayudas o sin ellas, la escasa visibilidad del cine en breve. "Es un problema, porque el corto se ve reducido al gueto de los festivales, las salas no los programan y las televisiones tampoco -afirma Giménez-. Pero esto puede y debe cambiar. Ahora hay mucha diversidad, hay gente con el ojo puesto en la industria y en la vanguardia".



Un camino muy largo

La batalla con los distribuidores y exhibidores parece perdida. "En televisión es donde tenemos que seguir dando guerra -continúa-. Las plataformas digitales como Filmin están demostrando que hay un interés por ver cortos, porque se adecuán al perfil del nuevo espectador". En esta línea, Quílez echa en falta "una plataforma on-line que aglutine la producción de cortometrajes más destacada del año, al menos aquella premiada en festivales".



El camino hacia el Oscar es largo. Hasta ahora, ambos se han limitado a enviar el corto y a seguir las reglas del juego. "No hemos hecho campaña alguna", dicen. Por entrar en la lista final de nominados, Cultura concede una ayuda de unos 15.000 euros para "acudir a una serie de compromisos y eventos promocionales en Los Angeles". Puede que la carrera hacia Hollywood se trunque o no dentro de un mes, pero al menos han conseguido que se hable del cortometraje español. Sus películas, aseguran, tratan sobre la fe en el amor... y en el corto.



@carlosreviriego