Adrian Purcarescu en una escena de El tesoro

El autor más esquivo de la Nueva Ola Rumana, Corneliu Porumboiu, estrena El tesoro, un trabajo que muestra las líneas maestras de su cine, entre el realismo social de Mungiu y la ácida tragicomedia de Cristi Puiu. Planos generales y una generosa verborrea conforman una película en la que el término más repetido es "revolución".

¿Puede una película funcionar como un virus y al mismo tiempo como su antídoto? ¿Puede una ficción revelar los dramáticos traumas de una nación para luego exorcizarlos a través de la comedia del absurdo? Ese parece ser el objetivo de El tesoro, la nueva película de Corneliu Porumboiu, el autor más esquivo de la conocida como Nueva Ola Rumana. A medio camino entre el áspero realismo social de Cristian Mungiu (Los exámenes) y la ácida tragicomedia de Cristi Puiu (La muerte del Sr. Lazarescu), el cine de Porumboiu navega entre la desolación y la comicidad con enorme fluidez, la misma que permite al cineasta rumano estudiar las cicatrices del pasado en tiempo presente.



En la ficción 12:08 al este de Bucarest (2006), Porumboiu evocaba las ilusiones desvaídas de la Revolución rumana de 1989 a través de los cuestionables testimonios de un viejo retirado, eventual Santa Claus, y de un profesor de historia conocido por sus problemas con la bebida. Luego, en el documental The Second Game (2014), el director invitó a su padre a rememorar su arbitraje del partido que enfrentó, en 1988, a los dos equipos de Bucarest: el preferido de Nicolae Ceausescu (el Steaua) y el favorito del Ministro de Asuntos Interiores (el Dinamo). Este diálogo permanente entre pasado y presente, entre documento y ficción, reaparece en la nueva película de Porumboiu tanto en las imágenes como en la intrahistoria del film.



Concebida inicialmente como un documental, El tesoro empezó a tomar forma cuando un amigo de Porumboiu le explicó que su bisabuelo había enterrado un tesoro en el caserón familiar. Intrigado, el director alquiló un detector de metales y montó una expedición. Motivado por las imágenes tomadas durante la búsqueda, pero decepcionado con el infructuoso resultado, Porumboiu decidió elaborar una ficción en la que terminarían apareciendo, interpretándose a sí mismos, su amigo (Adrian Purcarescu) y el excéntrico operador del detector de metales (Corneliu Cozmei). Un sustrato real que se integra con naturalidad en la escritura fílmica de Porumboiu, marcada por los largos planos generales y la generosa verborrea.



Recitados con una tonalidad y cadencia monocordes, los diálogos de Porumboiu entrecruzan la precisión quirúrgica de Haneke con el frenesí de las comedias screwball del viejo Hollywood -cabe recordar que la mejor película del rumano, el anti-thriller moral Politist, adjectiv (2009), se resolvía con la lectura de un diccionario-. El término más repetido en El tesoro es "revolución". La esposa del protagonista apunta que la ciudad de Islaz, donde se halla el tesoro, acogió la proclamación de la Revolución de Valaquia de 1848.



Otro personaje explica que la misma casa fue expropiada por los comunistas en 1947, mientras que los ecos amargos de la Revolución de 1989 resuenan en una realidad marcada por la miseria material, la crisis cultural, el desencanto laboral, la herencia del autoritarismo y la mezquindad en las relaciones familiares. Un conjunto de lacras que la película colecciona en su trasfondo y que parecen confluir en el agujero, físico y metafórico, que cavan los protagonistas en su huida de un pasado de penurias hacia un futuro de ansiada prosperidad.



La búsqueda de un tesoro figura como una de los motivos recurrente de la historia del cine y, en este sentido, el film de Porumboiu no puede esquivar las resonancias de títulos míticos como El tesoro de Sierra Madre de John Huston, protagonizada también por tres buscadores y sus rencillas, o La quimera del oro, en la que Chaplin inyectaba bocanadas de humanismo a su estudio de la avaricia y el hambre. Porumboiu juguetea con los géneros cinematográficos: la aventura palpita en el cuento de Robin Hood que el protagonista lee a su hijo y en la propia búsqueda del tesoro; el suspense electrifica el tramo central de película, cargado de pura incertidumbre; y la comedia emerge del contraste entre el absurdo de las situaciones y la seriedad de los personajes, mientras que los bocinazos espásticos del detector de metales no hubiesen desentonado en una película de Jacques Tati. A la postre, El tesoro reivindica su modernidad prolongándose más allá del resultado de "la búsqueda". En un epílogo genial, donde el absurdo del relato adquiere un nuevo sentido, Porumboiu demuestra que, además de un maestro de la ironía, es un noble observador de la (agridulce) odisea humana.



@ManuYanezM