Image: Passengers: Robinson en el espacio

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Cine

Passengers: Robinson en el espacio

Mortel Tyldum logra en Passengers convertir el espacio cerrado e inhóspito de una nave espacial en un lugar atractivo con resonancias poéticas

30 diciembre, 2016 01:00

Fotograma de Passengers

Es una película curiosa Passengers. Curiosa por muchos motivos. Dirigida por el noruego Mortel Tyldum, quien obtuvo un gran éxito con dos películas sensacionales como Headhunters (2012) y con The Imitation Game (Descifrando Enigma, 2014), el biopic de Turing, hay claramente detrás una estrategia por hacer al mismo tiempo una película de palomitas y gran público ambientada en el espacio protagonizada por dos estrellas del relumbrón de Jennifer Lawrence y Chris Pratt y al mismo tiempo producir un filme con ciertas trazas autorales y de riesgo con un director europeo, y de prestigio, detrás. El resultado por momentos es chocante y en otros cautivador en una superproducción que quiere navegar contracorriente y acaba naufragando porque, después de su buen arranque inicial, da la impresión de que cuando todo deriva hacia lo convencional nos hemos perdido algo por el camino.

Ambientada en un futuro próximo, trata sobre una nave espacial que realiza un viaje de 120 años hasta alcanzar su destino en un planeta lejano que sus ocupantes (unos 1500) van a colonizar. Como el viaje es tan largo, lo pasan crionizados en unas cápsulas que los mantienen como estaban antes de llegar a su destino y empezar, en el sentido más literal posible, una nueva vida. Recuerdan a esos colonos europeos que conquistaron el oeste americano, pero esta no es una película sobre pioneros en un mundo lejano sino que trata sobre lo que pasa cuando uno de los tripulantes (Pratt) se despierta antes de tiempo sin que nadie le pueda ayudar quedándose solo en la inmensa nave espacial.

Dice una crítica americana que la paradoja de Passengers es que es mejor cuando refleja el tedio y es verdad. Las secuencias del pobre Pratt desesperado paseando por toda la nave buscando una solución mientras se va haciendo a la idea de que no la hay son magníficas. Pero el hombre no está hecho para vivir en soledad, como es sabido, y Pratt decide "despertar" a otra de las tripulantes, de la que se ha enamorado platónicamente (Lawrence), tras largas disquisiciones sobre las implicaciones éticas de su decisión. El ya no está solo, pero condena de forma probable a la otra persona a vivir su vida entera en una nave espacial a la que aún le quedan 90 años para llegar a su destino.

Como en Gravity, Tyldum confronta al "pequeño" ser humano con la inmensidad del cosmos para acentuar su insignificancia y su soledad. La química entre los actores funciona y su romance está bien contado. Pero en algún momento tiene que haber espectaculares escenas de acción en el espacio que por lo menos justifiquen su presupuesto de 120 millones de dólares y es allí donde el filme, que no sabe muy bien cómo resolver la peculiar situación que él mismo ha creado, deriva en un blockbuster predecible más después de habernos sorprendido con su audaz punto de partida. Vale la pena, de todos modos, ver este filme en el que el director logra convertir el espacio cerrado e inhóspito de una nave espacial en un lugar atractivo con resonancias poéticas.

@juansarda