Xavier Dolan en el rodaje de Solo el fin del mundo
La adaptación al cine por el director Xavier Dolan de la obra de Jean-Luc Lagarce Solo el fin del mundo nos lleva de nuevo al ruido y la furia de las rencillas familiares. El canadiense ha contado en esta ocasión con Gaspard Ulliel y Marion Cotillard.
Por lo visto, el actor, productor, director y guionista de 27 años, que también hace las veces de diseñador de vestuario, se suele conducir por el set con un altavoz y con un iPhone, de forma que en medio de una secuencia pueda incorporar música para crear atmósfera: en esta ocasión suenan Home Is Where It Hurts, de Camille, o Natural Blues, de Moby. También es habitual que tome por la cintura al cámara que se encarga de la steadicam.
"Al principio fue frustrante, porque para un actor puede ser molesta tanta información y someterse a una dirección tan precisa -continúa Ulliel-. Para interpretar quieres ser libre, pero cuando decides comprometerte y entregarte a Dolan, te descubres explorando nuevas formas de desarrollar tu oficio". Esa urgencia y control sofocantes, el histrionismo y la impertinencia, la audacia formal y la ternura conforman el sello personal con el que Dolan, todo carisma, ha marcado su precoz trayectoria de seis filmes.
Su excepcionalidad en la forma de dirigir ha sido recompensada ya en dos ocasiones por los jurados del Festival de Cannes. El primer Grand Prix le fue concedido en 2014, por Mommy, ex aequo con Jean-Luc Godard por Adiós al lenguaje. El segundo, ya en solitario, en esta última edición, por la adaptación de la obra de teatro homónima de Jean-Luc Lagarce Solo el fin del mundo.
Su protagonista, Louis, un autor de éxito, regresa al hogar familiar tras doce años de ausencia para comunicar a sus allegados que ha contraído el sida y que su muerte esta próxima, pero los conflictos larvados y la verborrea del clan lo enmudecen. La primera incursión internacional de este niño prodigio del cine llega a ahora a nuestras pantallas con un reparto integrado por la primera liga del cine galo. Gaspard se mide con Vincent Cassel, Marion Cotillard, Léa Seydoux y Nathalie Baye. De nuevo las rencillas familiares y de nuevo el ruido y la furia. Solo el fin del mundo está protagonizada por unos personajes sulfurados que, paradójicamente, sólo alcanzan a comunicarse a través de las miradas.
Pregunta.- Anne Dorval, actriz fetiche en todos sus filmes a excepción de éste, fue la que le dio a leer la obra de teatro hace cinco años, pero no le gustó. ¿Qué ha sucedido en ese lapso de tiempo para que haya cambiado de parecer?
Respuesta.- No es que no me gustara, sino que no la entendía. Fue una cuestión de edad o de que quizá no la leí de la manera adecuada. No sé. El lenguaje es muy preciso y muy exigente. Era difícil conectar emocionalmente con la historia. Así que la aparqué, viví mi vida, dirigí dos películas y el año de Mommy conocí a Marion Cotillard en la fiesta de los hermanos Dardenne. No me gusta la dinámica groupie, así que no me atreví a acercarme a ella, me dio un acceso de timidez. Siempre pienso que no van a saber quién soy y que no habrán visto mis películas. Pero de repente me dijo hola. Fue un encuentro muy breve e informal. Al llegar a casa pensé que me encantaría trabajar con ella. Entonces enrolé a Gaspard y a Léa. También quería repetir con Nathalie, y el único proyecto en el que podía reunirles a todos era esta obra que no entendía del todo.
Palabras conmovedoras
Una imagen de la película
P.- ¿Qué descubrió entonces al releerla?R.- Todo se reveló una vez superado el primer monólogo, cuando el personaje entra en casa. De repente, ahí estaban el subtexto, los detalles... Las palabras encajaban y me resultaron conmovedoras. Los personajes estaban anegados, eran tristes y agresivos. Había tanto dolor en ellos, vivían en una insatisfacción que se volvieron más interesantes que cualquier héroe sonriente y carismático.
P.- ¿Qué cualidades destacaría de la prosa de Lagarce?
R.- No he leído todo su trabajo, pero creo que lo que le hace único es cómo verbaliza las cosas, su lenguaje vernacular está muy estructurado, es repetitivo, poblado de gente corrigiendo sus errores gramaticales. Pensaba que los personajes eran despreciables y que el lenguaje era un problema, cuando en realidad era una solución.
P.- ¿De qué forma?
R.- Al principio pensé que el lenguaje era sofocante, pero cinco años después descubrí que es una bendición. Lo que tenía que hacer era mantenerlo. La obra, como la película, está llena de palabras y palabras, pero lo que dicen los personajes no importa. Lo verbalizan todo salvo lo realmente relevante. Y eso que no dicen es: "Me estoy muriendo, ¿qué vamos a hacer al respecto? ¿Nos acercamos este tiempo que me queda?". Pero en lugar de abordar el verdadero tema, se dedican a decirse: "Vas vestida como una zorra", "Mira qué maquillaje llevas", "Eres idiota". Y cada vez que Louis quiere abordar el tema, le interrumpen.
P.- Las conversaciones son exacerbadas, los personajes se gritan, se agreden. ¿Qué importancia tiene el silencio?
R.- Lo es todo, porque es una rareza. Todos esos silencios y miradas estaban en la obra, puedes percibir el potencial para los personajes, puedes leer entrelíneas los secretos, los murmullos, la respiración, quién mira a quién…
P.- ¿Ha montado la totalidad de la obra?
R.- La segunda parte de la obra es pura abstracción, así que tuve que inventarla. Tampoco están descritos los personajes. De modo que he tenido margen para incorporar ciertas texturas y colores de mi imaginación.
P.- En la dramaturgia no figuran los recuerdos de Louis. ¿Por qué los incoporó?
R.- Llegó un momento en el que los personajes hablaban tanto que tuve que permitirle escapar. Así que introduje la nostalgia, la melancolía y los recuerdos de la infancia habituales de mi cine.