Image: Entre los deseos y los errores del corazón

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Cine

Entre los deseos y los errores del corazón

20 enero, 2017 01:00

Alicia Vikander y Michael Fassbender en La luz entre los océanos

¿Tiene sentido en el siglo XXI explorar las pasiones desbocadas y las grandes tragedias morales del melodrama clásico? Derek Cianfrance, el autor de Blue Valentine, da su propia respuesta en La luz entre los océanos, cuya apariencia anacrónica acaba revelando un complejo y conmovedor relato donde entran en disputa la pasión romántica y el amor filial.

Se pregunta el cine hasta qué punto las turbulencias emocionales del melodrama clásico son hoy realmente turbulentas, es decir, cuál es su fuerza de conmoción. Se lo pregunta, al menos, una película tan vindicable como La luz entre los océanos, de Derek Cianfrance (Lakewood, Colorado, 1974). El director de Blue Valentine (2010) y Cruce de caminos (2012) adopta un modelo anacrónico, de pasiones desatadas, endulzado con la partitura de cuerdas de Alexandre Desplat, para narrarnos una épica del corazón en el que se disputan el amor de pareja y el amor filial. Un melodrama en toda regla, que asume su carácter retro pero no desde la ironía o el mero ejercicio estilístico, sino con una genuina determinación de sumergir al espectador en debates morales. Aún con sus excesos, aún incluso trascendiendo su carácter de cinefilia rosa (fue el rodaje en el que Michael Fassbender y Alicia Vikander comenzaron su relación), el filme encuentra una emoción que no está reñida con la conquista del intelecto.

Un hombre taciturno, Tom Sherbourne (Fassbender), regresa de la Gran Guerra tras haber convivido con la muerte a su alrededor y acepta el trabajo perfecto para aislarse de la humanidad: farero en una isla desierta, a unos kilómetros de la costa australiana. Durante sus breves visitas a tierra habitada, se enamora de Isabel (Vikander), con quien acaba contrayendo matrimonio. Ambos crean su propio mundo en la isla, apenas relacionándose con aquellos que cada dos semanas les traen provisiones en barco, alimentando la esperanza de criar varios hijos en una geografía tan bella como hostil y monótona. Pero los intentos por alumbrar nuevas existencias -en un mundo sacudido por la guerra que se ha acostumbrado a perder a demasiados jóvenes- no hacen sino frustrarse. Tras perder al bebé que llevaba en su interior en dos ocasiones, Isabel se acerca a los umbrales de la locura, espoleada además por las mínimas condiciones sanitarias y el forzado aislamiento en un paisaje inclemente.

Telón de fondo bélico

Basado en un best-seller de M. L. Stedman, el relato se pondrá en manos del destino inesperado y azaroso que suele alimentar las grandes tragedias y también las malas decisiones. El destino, en definitiva, concede a los amantes la oportunidad de ser padres. Nada más se debe revelar. El filme escarba a partir de entonces en los efectos de los errores a los que conduce el amor y el deseo, para acabar deslizándose hacia una profunda reflexión sobre la culpa y el perdón. Claramente partida en dos mitadas, la película añade complejidad a su sentimentalismo sin complejos, en ocasiones incluso alterando las emociones más primarias, pero la inteligencia y la discreción estética con la que Cianfrance pone en escena el drama (rehuye del peso pictórico del cine más estilizado), y la química que la pareja de intérpretes añade al guion, abrillantan la propuesta.

La luz entre los océanos no sólo recupera para la gran pantalla las emociones en tensión del viejo melodrama, sino que lo hace con una elegancia y clarividencia que, extrañamente, convierte su naturaleza anacrónica (y manipuladora) en un pensamiento contemporáneo sobre las corrientes humanistas en un mundo desquiciado. En el primer tramo, el filme avanza de modo casi tautológico, como cumpliendo con las pautas internas del género y de las pasiones desbocadas, pero en cierto momento da paso a otra película, incluso a otro romance de aliento fantasmagórico, protagonizado por nuevos amantes de naturaleza clandestina que hacen aparición mediado el filme (Rachel Weisz y Thomas Unger), y cuya interacción en los confines de la historia anida en su interior los verdaderos códigos éticos hacia los que el relato va configurando su propio (y sorprendente) destino.

La presencia del fuera de campo bélico adquiere una relevancia inusitada (tanto histórica como metafórica), y el trayecto de redención y de integridad moral en un mundo en permanente duelo logra trascender los caminos estereotipados del melodrama. Incluso el epílogo justiciero, pues la historia nunca es del todo neutral con sus personajes (ni falta que hace), encuentra la emoción conclusiva sin romper sus costuras.

@carlosreviriego