Una imagen de la película.

El actor y cineasta estadounidense Nate Parker toma prestado el título del clásico de D.W. Griffith en su debut cinematográfico para subvertirlo y dar una visión más justa de la realidad.

"Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida", escribe Cervantes en El Quijote en un pasaje, quizá inocente, en el que se plantea una de las cuestiones centrales de la filosofía política: ¿Cuándo es legítima la rebelión? En nuestro mundo actual, esa distinción puede verse de forma muy clara en el fenómeno terrorista. Enemigos públicos número uno para Occidente, "mártires" que serán bendecidos por Alá para los otros. Sin embargo, la línea entre el bien y el mal no siempre está tan clara como en el caso de los yihadistas. En la terminología actual, los revolucionarios franceses que mataron al rey serían llamados "terroristas" por los poderes públicos y nadie duda que los sucesos de París son los fundadores de la civilización moderna.



Esa pregunta es la misma que se hace, y responde, el actor y cineasta estadounidense Nate Parker en su debut cinematográfico, El nacimiento de una nación, película que toma prestado el título del antiguo filme de D.W. Griffith de 1915, en el que se ensalza al Ku Klux Klan y los negros salen muy mal parados, para subvertirlo y ofrecer una visión más justa, eso no cabe duda, de la realidad. La realidad es un sistema esclavista inhumano en el sur de EEUU en el que los negros carecían de derechos y vivían aterrorizados en campos de algodón trabajando de sol a sol a cambio de techo, comida y nada más salvo, las muchas torturas que siempre necesitan quienes ostentan un poder tiránico. Y esto lo cuenta Parker en un filme basado en hechos reales que termina con una revuelta violenta de los negros, lo cual viene a introducir un punto de controversia en el muchas veces acomodaticio cine que trata el racismo.



El propio Parker, visiblemente encantado de haberse conocido, interpreta a Nat Turner, un hombre nacido como esclavo en el año 1800 y que, después de ser el favorito de la familia de los blancos en cuya finca trabajaba, lideró una revuelta contra sus opresores. Turner destaca desde joven por su inteligencia y la familia lo acoge en la casa. Le enseña la Biblia pero solo los pasajes que le interesan (aquellos en los que se pide sumisión y sacrificio a cambio de un lugar en el cielo) y le censura los otros para convertirlo en un aliado de sus intereses. De esta manera, Turner se dedica a predicar en su casa y en la de los otros que Dios quiere que los negros sufran y obedezcan para después ser recompensados. Hasta que Turner se cansa de servir a los malos, se rebota, y comienza el baño de sangre.



A Parker no le interesa crear aristas donde quizá sea imposible encontrarlas. El esclavismo fue (y sigue siendo allí donde sigue existiendo) un crimen contra la humanidad y aunque el catálogo de torturas del filme ya lo hemos visto hace poco en otros filmes tan notorios como 12 años de esclavitud (2013, Steve McQueen) o Django desencadenado (2012, Quentin Tarantino) hace bien el cine de Estados Unidos en contar una de las partes menos honrosas de la historia de un país con llamativa tendencia a ensalzarse a sí mismo.



Dice la crítica del New Yorker que si el propio Jesucristo hiciera una película sobre sí mismo es posible que no se dedicara tantos planos y es cierto que el filme adolece de cierto ensimismamiento y le cuesta encontrar motivos de interés más allá del martirio del propio protagonista. Lo cual no quita que El nacimiento de una nación sea una película bien contada y dirigida, además de un filme valiente. Tiene el coraje de plantear el asunto del derecho a la violencia en toda su crudeza con esa revuelta sangrienta que da al filme una dimensión más profunda e interesante, porque los ecos de esa brutal violencia ejercida contra los negros siguen marcando la actualidad. Y a nadie se le ocurrió nunca hacer una película en la que los nazis fueran simpáticos.



@JavierYusteTosi