Ildikó Enyedi durante el rodaje de On Body and Soul
La 67.ª edición de la Berlinale se cerró con una sensación de continuismo. Prácticamente todos los autores consagrados presentes en la competición asombraron con sus nuevas películas. Al mismo tiempo apenas hubo revelaciones destacables o sorpresas sobre el guion previsto. El único momento en que se rompió ese orden establecido llegó con la inesperada concesión del Oso de Oro a On Body and Soul, largometraje de la veterana realizadora húngara Ildikó Enyedi. Su trama envuelve a dos seres solitarios: Endre, director de un matadero situado a las afueras de Budapest, y Mária, joven que comienza a trabajar allí como responsable de los controles de calidad. Pese a que se encuentran en fases vitales casi opuestas (él afronta su camino a la madurez acumulando decepciones y prejuicios, ella mantiene su inocencia casi intacta), su conexión sobrepasa lo material para desarrollarse en el mundo onírico. Al descubrir que comparten los mismos sueños, surge la necesidad de llevar su relación al plano terrenal, enfrentándose a sus respectivos fracasos e inseguridades. Enyedi compone una obra fría y precisa en lo visual, poniendo en el énfasis en espacios desolados y en personajes taciturnos. On Body and Soul habla sobre las barreras sentimentales y la fuerza de los instintos. La unión espiritual de estas dos almas gemelas se plasma con un agudo sentido del humor pero también con recursos manidos que limitan el alcance de la propuesta. Resulta sorprendente que el jurado liderado por Paul Verhoeven se decantara por este film estimable pero en absoluto excepcional ante el amplio abanico de opciones rotundas que se encontraban en competición.Una influencia claramente perceptible en On Body and Soul es el cine de Aki Kaurismäki, quien recibió el premio al mejor director por su excelente The Other Side of Hope. El realizador finlandés traza la odisea de Khaled, inmigrante sirio que llega a un Helsinki poblado por la extrema derecha pero también por gente sensible que le ayudará a sobrevivir en esa jungla implacable llamada Europa. Su principal baluarte será Wikhström, otro hombre en tránsito existencial que tras abandonar a su mujer alcohólica y su trabajo como comercial busca un nuevo reto poniéndose al frente de un restaurante en declive. La figura de Khaled permite a Kaurismäki ampliar su marco creativo, integrando con naturalidad el drama más urgente de nuestro tiempo sin perder los rasgos genuinos de su particular estilo. Su película es otro episodio antológico del humanismo cinematográfico.
Bienintencionada pero esquemática y endeble, Félicité, del francés Alain Gomis, se llevó el Gran Premio del Jurado. Su protagonista es una cantante de Kinshasa cuyo hijo queda al borde de la muerte tras un accidente. La lucha de esta madre coraje por conseguir el dinero para salvar a su único descendiente sirve a Gomis para denunciar la decadencia ética de la República Democrática del Congo y también para rendir tributo a su escena musical.
Las heridas del vínculo paterno-filial se encuentran en el centro de Bright Nights, nuevo paso adelante en la carrera del alemán Thomas Arslan. Tras el fallecimiento de su padre, Michael (interpretado por Georg Friedrich, premio al mejor actor) se desplaza junto a su hijo adolescente con el que apenas tiene relación al norte de Noruega, donde tendrá lugar el funeral. A continuación emprenden un viaje por el país en el que salen a la luz traumas del pasado y rencores del presente. Como de costumbre, Arslan despliega una estética exacta y esencial, limitando su película a dos personajes y un puñado de paisajes en los que se sucede una catarsis de enormes dimensiones. Bright Nights es una turbadora road movie emocional, sin duda la obra más cálida y madura de su director.
Kim Minhee en On the Beach at Night Alone, de Hongh Sang-soo
Otra de las obras fundamentales de esta edición de la Berlinale fue Colo, regreso de la portuguesa Teresa Villaverde tras seis años alejada del largometraje. La estabilidad de una familia de clase media comienza a resquebrajarse por el dilatado periodo de desempleo de uno de sus miembros. Como resultado de la alarmante situación económica los lazos entre la madre, el padre y la hija se tensan hasta un grado insoportable. Colo observa las fisuras originadas por la crisis económica en el núcleo más íntimo, la disolución del grupo y la tendencia al individualismo.
El cine español tuvo una nutrida representación, abarcando la mayoría de las secciones del festival: El bar, de Álex de la Iglesia, en la competición oficial aunque fuera de concurso; Pieles, ópera prima de Eduardo Casanova, en Panorama; El mar nos mira de lejos, brillante debut de Manuel Muñoz Rivas, en Forum; y Estiu 1993, primer largo de Carla Simón, en Generation Kplus. Esta última se alzó con dos galardones importantes, el de mejor obra de su sección y el de mejor ópera prima. Se trata de un relato de notable sensibilidad sobre una niña que tras la muerte de su madre pasa a vivir con sus tíos en el campo. Simón se concentra en esos hechos aparentemente anecdóticos que forman nuestra memoria sentimental. La dificultad para asumir la pérdida, más aún a una edad tan temprana, y las descargas de rebeldía que emergen por el trauma se representan de manera sincera y despojada, sin recurrir a excesos melodramáticos. Estiu 1993 reflexiona sobre la capacidad para reconstruirse a uno mismo y asumir los nuevos roles afectivos.