Una imagen de El balcón de las mujeres

Cuenta el director israelí Emil Ben-Shimon que lo que explica esta película por desgracia refleja lo que ha sucedido en muchos barrios de Jerusalén Este. Comunidades religiosas que han vivido durante décadas su espiritualidad sin aspavientos ni estridencias de pronto se ven asediadas por los "jaredíes", más conocidos entre nosotros como ultraortodoxos, judíos de tirabuzón y sombrero que poco a poco han ido imponiendo una visión sombría y fanática del judaísmo. Todo esto lo cuenta El balcón de las mujeres, que ha sido un gran éxito en su país, en clave de comedia e incluso de resistencia. Aquí lo que vemos es como una de esas comunidades religiosas se ve amenazada por la tiranía del integrismo y de qué manera reacciona para no dejarse devorar por la sinrazón que destruye vidas en Oriente Medio y en todas partes del mundo.



La historia arranca en una Bar Mitzvah, ritual similar al de la comunión en el catolicisimo que marca el fin de la infancia de los chavales, cuando el balcón destinado a las mujeres en la sinagoga se derrumba. El suceso deja fuera de juego al viejo rabino de toda la vida (destrozado porque su mujer ha caído en coma a causa del derrumbe) y su sustituto, un joven carismático y elocuente, llega con ideas nuevas: las mujeres deber llevar el cabello cubierto, no pueden entrar en la sinagoga y el Shabat debe celebrarse con tanto rigor que incluso está prohibido relacionarse con los gentiles. Un discurso de fanatismo en el que late la serpiente del odio bajo el que caen encantados algunos de los hombres de la comunidad, que de repente sueñan con un sistema de reglas enloquecido en lo que todo está prohibido y que tiene el potencial de destruir el equilibrio de lo que hasta entonces era una comunidad dichosa.



El balcón de las mujeres a veces abusa de un cierto ternurismo que ya conocemos, esos personajes "entrañables" cuyas humanas flaquezas los hacen más simpáticos y reconocibles. Y el director, Ben-Shimon, se esfuerza por subrayar una y otra vez el mensaje antiextremista de la película para que nadie que la vea pueda llevarse a engaño sobre sus intenciones. Bien planteada y no tan bien desarrollada, el paso al fanatismo sucede de forma abrupta y no del todo comprensible, la película juega la carta de la empatía del espectador y eso sí lo consigue gracias a una galería de personajes, sobre todo femeninos, que resultan tan simpáticos como reconocibles y "queribles". Hay muchas maneras de contar esta historia y ya vimos en la espléndida Tikkun (2015, Avihai Sivan) como estos dilemas no siempre se solucionan con risas. Ben-Shimon prefiere no cargar las tintas para realizar una fábula universal y por el camino pierde cierta profundidad pero sin duda gana en cuanto a potencial de público en una película tan simpática en la forma como terrible por lo que de verdad cuenta.



@juansarda