Image: Ove, humor sueco, corazón mediterráneo

Image: Ove, humor sueco, corazón mediterráneo

Cine

Ove, humor sueco, corazón mediterráneo

24 marzo, 2017 01:00

Rolf Lassgard, que encarnó al inspector Wallander, interpreta al gruñon Ove

Hannes Holm, director de la saga de Los Andersson, estrena Un hombre llamado Ove, una comedia irónica, con varias candidaturas en los pasados Oscar, que indaga en el drama de la pérdida de seres queridos y en el paso del tiempo mientras ironiza sobre algunos tópicos locales. Ironía escandinava para llegar directo al corazón mediterráneo.

La idea es tan antigua como la del primer abuelo o el último viudo. Pero aunque los ingredientes son detectables antes incluso de que se desvanezcan los créditos de arranque de la película de Hannes Holm, se precisa de un cocinero que sepa cómo y dónde pulsar la emoción, contrarrestar con humor agrio y proporcionar la vistosidad y la calidez adecuadas a la tragicomedia del cascarrabias forzosamente jubilado. Esta vez, la historia transcurre en una comunidad de vecinos nórdica.

No es de extrañar que Un hombre llamado Ove, candidata sueca en la pasada edición de los Oscar (a Película de Habla No Inglesa y Maquillaje), haya conquistado a los públicos del mundo en busca de relatos directos, conclusivos, reafirmantes, de aquellos espectadores que participan de un cine de la intimidad y el "retrato humano" siempre y cuando no cortocircuite demasiadas ideas preconcebidas. Una vieja receta, en definitiva, que, no por ello, conviene desestimar. Un plato bien servido de köttbullar (albóndigas suecas) siempre es apetecible. Bien lo saben los administradores de Ikea.

No deja de ser en todo caso algo injusto reducir Un hombre llamado Ove al simplismo de una sola carta. La más evidente, la más superficial, es que actúa como caja de resonancias de modelos precedentes. Y en este sentido el viejo gruñón interpretado con bilis y magnetismo por Rolf Lassgård (quien sostuvo con dignidad al inspector Wallander de Mankell) puede competir en acritud con los de Walter Matthau, Henry Fonda, Jack Nicholson, Clint Eastwood o Bill Murray. Los ecos son de texto y contexto. Pero los múltiples trayectos narrativos que propone el filme, por más que avancen en la misma dirección y nunca se contradigan (ni rompan expectativas), muestran un rostro más ambicioso. O cuanto menos, una voluntad por salpimentar con cierta audacia la vieja receta.

Un viaje melancólico

La más feliz de esas ideas es la capacidad de construir el caricaturesco, incluso inexplicable, presente del personaje buceando en su pasado. Y los flashbacks del viudo que no encuentra la forma de suicidarse para reunirse con su amada esposa Sonja (Ida Engvoli), cuya lápida visita cada mañana de su ordenadísima y rutinaria vida, conforman finalmente el biopic de un hombre anónimo que se llama Ove. Un viaje melancólico por las letanías de cualquier tiempo del pasado que siempre fue mejor. Incluso en la tragedia.

Será por tanto la desinfectada producción de Holm el viaje memorialístico de un viudo amargado y vecino insoportable, y también el de un huérfano golpeado por la tragedia familiar incesante, y el de un civil con un estricto sentido cívico sobre las normas de urbanidad, y el de un proletario que ha desarrollado alergia a los "camisas blancas", y así… hasta capitular la existencia de un hombre con el corazón demasiado grande. La historia de amor y redención, por supuesto. La de la amistad, la del romance eterno y la del vínculo paterno-filial. Tres en uno. ¿Ambición? Sí, pero engrasada, dosificada, acomodada. Las muestras de profesionalidad son superiores a la sensibilidad poética, el gusto y el buen hacer se imponen a cualquier gesto cinematográfico, el equilibrio del guión basado en una novela de Fredrik Backman desvían la atención de la ausencia de personalidad estilística. De tal suerte, la narrativa de Un hombre llamado Ove, en las fronteras agraciadas del sentimentalismo, rehúye de los histrionismos que caracterizan a su personaje protagonista. Las albóndigas son un plato universal y allí donde viajes, de Pekín a Sacramento pasando por Torino, las comerás de distinta manera. Ove come arroz persa que su nueva vecina inmigrante Parvaneh (Bahar Pars) le ha preparado y concede su primera señal de ser humano: una nota de agradecimiento en el tupperware.

Sólidos principios

Una imagen de la película

La idiosincrasia localista de Un hombre llamado Ove es el motor de su humor, que convierte el tópico del carácter sueco -sólidos principios, talento para el diseño y el bricolaje, respeto a la ley y aperturismo social- en seña de identidad de un humor escandinavo reconocible, irónico quizá para la lógica mediterránea. Los chistes continuados en la película a costa de la rivalidad Saab y Volvo perderán su gracia en el contexto español, pero las corrientes de identificación universal que expone el drama de una vida construida sobre las pérdidas trágicas de un hombre que se ha quedado solo, bastan para arrastrarnos en su sociopatía de acabado ternurista. Un baño en salsa agridulce y algunos pegotes de mermelada. Todo listo para ser engullido (y hasta saboreado) sin riesgo de indigestiones. Como las albóndigas de Ikea.

@carlosreviriego

De Bergman al noir

Hannes Holm ha convertido la comedia amable (y el drama blando) en un camino natural de su trabajo, del que destaca en popularidad la saga dedicada a Los Andersson -Los Andersson en Grecia (2012) y Los Andersson Road Movie (2013)- donde llevó al paroxismo el elemento cultural nacionalista como forma de relato itinerante. Su cine es paradigma si acaso de una tenaz producción europea con objetivos internacionales, que escala del carácter pseudoindie a la comedia de grandes públicos y al filme de barniz académico y que se suma a una tribu de francotiradores que han llamado la atención fuera de sus fronteras sin tener que salir de ellas. Con Un hombre llamado Ove, Hannes Holm bien puede haber pasado para la industria de ser un director local de segunda (o tercera) categoría a un cineasta de interés global.

A rebufo de Stieg Larsson, y con Bergman si acaso en la tangente del campo de visión, se ha identificado la cinematografia sueca contemporánea con el noir escandinavo, pero autores como Roy Andersson (Songs From the Second Floor, 2000), Thomas Alfredson (Déjame entrar, 2008) o Ruben Ostlünd (Fuerza mayor, 2014) han destilado su idiosincrasia cultural con mayor lirismo y hondura. El bello legado de las visiones europeas de Jan Troell -autor de los clásicos olvidados Los emigrantes (1971) y La nueva tierra (1972)- y de Liv Ullmann, ambos todavía en activo, se fragmenta en tonos y atmósferas existencialistas por los paisajes blancos del cine sueco, que a día de hoy tiene muy escasa presencia (y menos predicamento) en festivales internacionales.

El debut de Gabriela Pichler, Come, duerme, muere (2012), bien pudo haber señalado un punto de fuga hacia mercados globales en el territorio de la ficción social, al poner en tensión los complejos y las culpas nacionales con el relato de una inmigrante de Europa del Este en la maquinaria laboral de Europa del Norte. Y una película tan especial como Sound of Noise (2010) reconfiguró el musical y el discurso anarco-terrorista en los instrumentos de un grupo de percusionistas de guerrilla alimentado de inventiva y audacia creativa. Pero la verdadera super nova del último cine sueco le pertenece al documental Searching for Sugarman (2012, Malik Bendjelloul), que en todo caso vino a demostrar que la identidad del cine sueco siempre acaba encontrando el modo de ir con su música a otra parte.